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“No nos ganan ni Google ni Facebook”: dos décadas de rebelión pirata española

Así era Isla Tortuga en enero de 1998

Lucía Caballero

Si recorriéramos los océanos del globo de Isla Tortuga en Isla Tortuga, pondríamos los pies (o hincaríamos el ancla) en ocho países distintos. Hay un pedazo de tierra con este nombre, o alguna variante, apostado en las aguas que bañan Costa Rica, Ecuador, Guinea Ecuatorial, México, Perú, Taiwán y Haití. De todos ellos, solo uno se convirtió en el punto de reunión de los piratas caribeños en el siglo XVII: la Isla de la Tortuga haitiana servía de refugio a filibusteros que secuestraban barcos y traficaban con tabaco y cuero —por eso aparece en la saga 'Piratas del Caribe'—.

Pero a esta familia de islotes homónimos del mundo físico hay que sumarle aún un miembro. Lejos del mar, aunque en un espacio donde también se navega (sin barcos), se encuentra una Isla Tortuga de padres españoles, fundada en los 90 en honor a su tocaya caribeña para dar cobijo a unos piratas más modernos, sin patas de palo ni loros, y dedicados a otra forma de estraperlo.

“Ni Microsoft, ni Menéame, ni Twitter, ni Google, ni Facebook”, como aseguran en la web, igualan en longevidad a esta ciberisla que desde finales del año pasado puede presumir de llevar más de veinte años surcando las aguas de internet contra viento y marea. “Somos la web de temas tecnológicos más antigua en español”, alardean.

Reuniones nocturnas en un cibercafé

La página nació “una noche de noviembre de 1996 en el Infobar”, cuenta a HojaDeRouter.com uno de sus creadores, Ángel Badia (más conocido como Angeloso), a quien acompañaba en la labor Francisco Monteagudo (apodado Maki). El Infobar de Barcelona fue uno de los primeros cibercafés españoles, “aunque en realidad era un bar musical informático”, aclara Badia, con una docena ordenadores y horario nocturno.

“Registrar un dominio y meterlo en un servidor en aquellos tiempos era una tarea harto complicada”, recuerda el catalán. Él hacía las veces de técnico comercial y su compinche ejercía de informático. Querían crear un sitio donde hablar de asuntos relacionados con la tecnología en un momento en que internet comenzaba a dar sus primeros pasos en España. Pero Isla Tortuga constituía, además, un servicio de alojamiento gratuito para albergar las páginas y actividad de aquellos que querían escapar de la vigilancia y la censura.

“Nosotros solo dábamos el ‘hosting’ y un subdominio a quienes querían publicar cosas en internet. En otros sitios como Geocities o Angelfire [otros servicios gratuitos de alojamiento ], no les dejaban”, explica Badia. El primer equipo que utilizaron como almacén estaba en Estados Unidos. “Era un servidor montado por unos españoles en Clinton, Iowa”, detalla el responsable de Isla Tortuga. Mantenerlo costaba la friolera de 2.500 dólares mensuales “por solo 256 kilobits”.

El almacén virtual se encontraba en las instalaciones de la compañía Clinton Internet Services, aunque la máquina pertenecía a la empresa Vesatec, fundada por aquel par de amigos que la describían como “una joven empresa que se dedica única y exclusivamente a la explotación de medios en internet”.

Entre sus servicios incluían el desarrollo y diseño de webs y el hospedaje. Disponían de distintas páginas en las que sus clientes podían colocar anuncios, como tarifaplana.vesatec.com (donde criticaban a Telefónica) y emuladores.vesatec.com, una colección de programas que permitían rescatar los de consolas y ordenadores antiguos como los Commodore y Spectrum. Además, alojaban varios sitios con contenido pornográfico como spanishgirls.com. Así conseguían el dinero para pagar el servidor. “A través de ‘banners’ publicitarios que insertaban los ‘webmaster’ de las páginas hospedadas, en su mayoría pornográficos, porque era la única publicidad que había en aquella época”, detalla Badia.

Los habitantes del islote

Isla Tortuga, que alcanzó las 4.000 visitas diarias, se convirtió en un refugio para numerosos grupos de ‘crackers’, ‘hackers’ y miembros de la ‘crackers’comunidad 'warez' española, dedicada a la distribución de contenidos vulnerando los derechos de propiedad intelectual. Según el libro 'Hackstory.es', llegó a albergar 68 de estos colectivos, entre los que se encontraban nombres como La Vieja Guardia o ¡Hispahack.

Los regentes del refugio cibernético para piratas definían aquellas actividades de la siguiente manera: el ‘hacking’ consistía en “entrar en sistemas informáticos sin permiso”, el ‘cracking’ en “desproteger programas” y el ‘phreaking’ en engañar a “sistemas de pago electrónicos”. Y las herramientas para llevar a cabo cada una de estas prácticas estaban disponibles en las páginas de Vesatec, aunque Badia deja claro que todo estaba “creado por terceros”.

La verdadera estrella del elenco de webs de estos pioneros era Viva el Jamón y el Vino, un sitio que recibía unas 78.000 visitas mensuales en 1998, mostraba imágenes pornográficas y reunía “gran cantidad de programas desprotectores”. “Nos contactó su autor, un tal Fer13, diciendo que tenía una página que enlazaba a ‘cracks’ de programas [el vino] y tenía fotos de mujeres ligeritas de ropa [el jamón] que cada vez que la subía a un ‘hosting’ virtual se la borraban a los pocos días”, cuenta Badia. Antes de aceptarla en la familia, consultaron con un abogado que les aseguró que “no había problema siempre que no albergáramos nosotros los programas ni los ‘cracks’”.

Todo iba viento en popa hasta que la Business Software Alliance, una organización internacional que vela por los intereses de los fabricantes de ‘software’, representada por el jurista Xavier Ribas, inició un proceso legal contra los socios ante las denuncias de Autodesk, Lotus, Adobe, Novell y Microsoft. No sirvió de nada que el servidor estuviera en Estados Unidos. El 27 de mayo de 1997, tuvo lugar una intervención policial de la Unidad de Droga y Crimen Organizado que Badia considera “excesiva”. “Casi cuarenta agentes para detener a cuatro personas, entre ellas los dos dueños de Infobar que nada tenían que ver”, asegura.

Aunque los responsables del establecimiento barcelonés fueron puestos en libertad poco después, a Badia y su socio les acusaban de vulnerar derechos de propiedad intelectual por ofrecer herramientas para acceder a programas gratuitamente y por generar números falsos de tarjetas de crédito. “Fue una denuncia basada únicamente en indicios, sin ninguna prueba”, defiende el catalán. Los agentes requisaron los equipos y cerraron el servidor, a pesar de que “el perito del Juzgado de Instrucción 10 de Barcelona no tenía esa orden, sino la de hacer un ‘backup’ de los ordenadores y examinarlo luego”, advierte Badia, que se mudó a Estados Unidos en el año 2000.

El cofundador de Isla Tortuga llevó a cabo una campaña de información a través de internet y se dedicaba a “hacer envíos masivos de emails para recordar el caso al personal”. Los medios de comunicación también daban cuenta, con más o menos acierto, de lo que estaba ocurriendo y de los claroscuros de la investigación. Los socios de la desaparecida Vesatec explicaban a la revista iWorld cómo el perito de la acusación había borrado del servidor el directorio donde estaban las páginas de los clientes.

El retorno tras una corta ausencia

Isla Tortuga desapareció del mapa tan solo una semana y cuatro días. Sus creadores se las arreglaron para desconectar el servidor estadounidense y, una vez liberados, consiguieron recuperar casi todo el contenido, “aunque ya habían borrado una parte”, admite Badia. “Bajó un poco el nivel de hospedados, pero se empezó a recuperar poco a poco”. Sin embargo, dejaron de aceptar actividades ilícitas relacionadas con el 'warez' y desde el principio advertían a los usuarios de que la página podía “desaparecer misteriosamente” en cualquier momento.

Poco a poco la popularidad de las webs y las visitas fueron mermando, por lo que la publicidad decayó y los clientes terminaron por desaparecer. En diciembre de 1998, la página se declaraba “cerrada temporalmente”. Aunque su anterior socio se había desvinculado del todo, Badia resucitó el proyecto desde el otro lado del charco como una especie de portal de información tecnológica y registró dos dominios: paistortuga.com y, después, planetatortuga.com. En el 2012 recuperó su nombre original, islatortuga.com.

Después de ocho años, el caso se cerró con dos condenas pactadas de dos años de prisión —la de Maki y una contra Fer13, detenido en julio de 1997— “que nunca se cumplirían” y una multa de 30.000 euros. Se trataba de las primeras medidas legales en España aplicadas por este tipo de delito. Badia ni siquiera recibió una citación para el juicio. “Lo más gracioso es que estaba en busca y captura internacional cuando estaba localizado y trabajando para la propia Administración” en Estados Unidos, cuenta el catalán, que regresó a España en 2010.

“Isla Tortuga nunca ha sido rentable”, aclara Badia, que la mantiene y actualiza “por un ideal”. Ya no tiene anuncios, así que la paga “de su bolsillo”. Aunque ya no sirve de refugio a los piratas de la Red, sigue ondeando su bandera como símbolo de rebeldía.

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La última imagen de este artículo es propiedad de Ángel Badia

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