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Cuando Menorca era un polo industrial lejos del turismo de 'sol y playa'

La fábrica 'Jover y Carreras' en Menorca.

Santiago Torrado

Menorca —

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La idea de que Menorca solamente puede vivir del turismo se repite desde hace décadas como un leitmotiv. Un sentido común cuya verdad –relativa– reside en el imperio del tercer sector como elemento central de la economía insular que, sin embargo, no siempre existió. Caminar con detenimiento por las calles de Maó, de Ciutadella o de Alaior permite reconstruir sin esfuerzo el portentoso pasado industrial de esta isla. Fábricas de joyería y bisutería, calzado, caucho, textil, alimentación y destilados, entre otros ramos, se daban cita en el extrarradio de los pueblos de la pequeña Menorca entre finales del siglo XIX y las últimas décadas del XX.

Alfonso Méndez es coautor del libro Memoria Industrial de Menorca, un volumen editado por el Instituto Menorquín de Estudios donde recorre la historia y el peso simbólico y social de las industrias más importantes de la Isla. “Hoy es evidente que el turismo es la actividad principal. La economía de Menorca, Balears y España ha cambiado mucho desde los años 50-60, que es la última etapa en que la industria era preponderante”, afirma.

Para él, aunque hoy no sería posible una Menorca sin turismo, “sí se pone sobre la mesa la necesidad de reindustrializar, en el sentido de apoyar el desarrollo de la industria existente y a los emprendedores que quieran y sepan hacer cosas nuevas”. “Más de cien años de modelo industrial han dejado una fuerte huella en nuestras ciudades y en la sociedad menorquina. Los hombres y mujeres que hicieron del taller y la fábrica una forma de vivir y de estar en el mundo han ido sedimentando un conjunto de elementos que conforman el patrimonio industrial”, añade.

Los hombres y mujeres que hicieron del taller y la fábrica una forma de vivir y de estar en el mundo han ido sedimentando un conjunto de elementos que conforman el patrimonio industrial

Alfonso Méndez Coautor del libro 'Memoria Industrial de Menorca'

Las grandes fábricas

Catisa (Carretero y Timoner SA) fue una fábrica de bisutería emplazada en Maó en 1954 que en su momento más álgido llegó a emplear casi 200 trabajadores. Sus directivos impulsaron la creación de viviendas asequibles y cercanas a la fábrica donde floreció un barrio entero. Construyeron centros deportivos y guarderías para los hijos de los obreros y abrieron sedes en toda España llegando incluso a tener una delegación en México. Desde hace más de veinte años, en la esquina que ocupaba el edificio central hoy hay un enorme parking. El barrio construido alrededor vive del recuerdo de lo que fue aquella experiencia.

Codina fue una enorme fábrica de gomas y cauchos ubicada sobre la calle San Manuel que abrió sus puertas en 1913. El edificio imponente, de clásicas formas industriales, fue construido por el arquitecto Francesc Femenias. Desde que cerró sus puertas en 1972 permanece en un letárgico estado de espera. En 2014 el grupo Arcoaru impulsó un proyecto para reconvertir el espacio en un centro de arte contemporáneo vinculado a la actividad hotelera: la síntesis del cambio de modelo económico. El proyecto no prosperó. Hoy, las paredes y ventanas del lugar que vieron pasar a generaciones y generaciones de obreros, que fueron epicentro de la primera huelga general de la isla, que fueron refugio de anarquistas y librepensadores, aguanta como puede el moho y el paso del tiempo.

“Cada modelo económico es hijo de su tiempo”

Los restos de fábricas de importancia nacional -y aún internacional- permanecen en Menorca dispersos, pero presentes. Alejados de los grandes circuitos de turismo de masas, y todavía más lejos del reconocimiento cultural y social que debieran brindar las instituciones, las viejas glorias de la isla cuentan la historia de otra realidad menorquina que hoy resulta inimaginable. ¿Industria o Turismo? ¿Sólo hay dos modelos económicos posibles para esta Isla?

Miquel Camps, referente ambientalista y parte de la dirección del GOB - Menorca, habla con elDiario.es a propósito de esta dicotomía. “El problema no es tanto la contraposición entre un modelo u otro, sino que ambos requieren un permanente crecimiento. Siempre más recursos y más impacto ambiental. Eso termina generando la crisis climática a la que nos enfrentamos hoy, no sólo en Menorca, sino en todo el mundo”, afirma.

Según el número de afiliados a la Seguridad Social en octubre de 2022, los últimos datos disponibles en el Institut d'Estadística de les Illes Balears (IBESTAT), de los 31.200 afiliados en Menorca, 5.226 pertenecen al comercio; 5.165 a la hostelería; 4.893 al resto de servicios; 4.135 a la construcción; 3.007 a la industria y la energía; 2.363 a los servicios sociales y sanitarios; 2.297 a la Administración Pública; 1.357 al transporte; 909 a la educación; 774 a la agricultura, la ganadería y la pesca; 512 a una categoría denominada 'otros'; 363 a las actividades inmobiliarias y 199 a las actividades financieras.

Para Camps, “cada modelo económico es hijo de su tiempo”: “Hoy no podríamos revivir la industria de la bisutería, por ejemplo, que tuvo una importancia clave en la isla, porque la propia lógica de la globalización la hizo desaparecer en su momento. En cambio, sí se puede apostar por formas más diversificadas de producción, donde el producto final tenga un valor agregado, como ha pasado con la industria del calzado. Hace cuarenta años llevar abarcas era signo de atraso, hoy las abarcas menorquinas son un bien artesanal, producidas y consumidas como un objeto de moda hecho tradicionalmente y casi a mano. En resumen, ni solo industria, ni todo turismo. Menorca debe aprovechar que es un territorio protegido e impulsar nuevas formas de producir y consumir”.

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