El barrio fantasma de Ibiza al que el turismo deja sin comercios en invierno: “Nos hemos vuelto locos con el dinero”
Por las calles de la Marina apenas se ve gente a partir de las cuatro de la tarde en pleno mes de noviembre. Hay una gran cantidad de negocios que están cerrados, y entre los que permanecen abiertos, muchos de ellos solo lo hacen en horario de mañana. “Todo está cerrado, ya lo veis”, lamenta Elisa Pomar, propietaria de una joyería que lleva su nombre. La historia de la Marina –un barrio que forma parte del casco antiguo de Eivissa– es la historia de la evolución turística de la zona y de cómo los residentes permanentes en la isla se quedan sin servicios ni comercios cuando dejan de venir las oleadas de visitantes y arranca la temporada baja.
Antiguamente, era un barrio muy dinámico, con mucho ambiente, lleno de comercios y tiendas de barrio, donde los vecinos podían hacer sus compras diarias. Una zona en la que se promocionaba el comercio de proximidad, donde la artesanía tenía su lugar. Un lugar diseñado, en definitiva, para la gente local. Poco a poco, sin embargo, todo fue cambiando. Según relatan algunos vecinos del barrio, y otros testimonios que trabajan o mantienen sus negocios en la zona, todo empezó a cambiar en las últimas cuatro décadas. El turismo, de alguna manera, ha terminado engullendo el barrio, vaciando su esencia e identidad.
“Era un barrio para la gente de Eivissa o para los que no eran de aquí pero venían y alquilaban o compraban un piso para vivir. Ahora la Marina es un parque temático. Nos hemos vuelto locos con el dinero”, critica Elisa. Ella, que ha nacido en el barrio, forma parte de la cuarta generación de la familia Pomar que se dedica a este negocio. Su bisabuelo ya tenía una joyería en la zona del barrio del Mercat Vell, que empezó a funcionar en 1852. En aquella época, la familia tenía un taller–joyería. En el mismo horno, según narra, fundían el oro y hacían la comida. Muchas décadas después, cuando Elisa era pequeña, explica que la Marina era “un barrio maravilloso”, lleno de tiendas que estaban abiertas todo el año. “Había un mercado de frutas, verduras, uno de pescado y carne”, recuerda. “Había tiendas de todo tipo: cinco o seis panaderías, ferreterías, tiendas de tela, zapaterías, librerías, bares. Había unos 13 bares abiertos. Era un barrio que siempre estaba vivo en invierno”, detalla Elisa.
Ahora la Marina es un parque temático. Antes era un barrio que siempre estaba vivo en invierno
Joan Mayans es propietario de una administración de lotería, que en 1909, cuando el negocio ya estaba abierto, era una tienda de ropa. No fue hasta 1940 cuando le concedieron la licencia para transformarla en una lotería, aunque al principio, según narra Joan, ambos negocios coincidieron en tiempo y lugar. Su abuelo, antes de que funcionara el negocio, fue asesinado en el castillo de Eivissa [Dalt Vila] por milicianos leales a la República, según detalla. El 13 de septiembre de 1936 está considerada la jornada más negra de la historia reciente de la isla. Los asesinatos perpetrados aquel día por las fuerzas republicanas, que se calculan por casi un centenar, fueron una respuesta a las bombas que la aviación fascista de Mussolini había lanzado sobre diferentes lugares de Dalt Vila, la Marina y el puerto y cuyas muertes también se contabilizaron por decenas.
Concejal del Partido Republicano de Centro, próximo a los March y los Matutes, el abuelo de Joan Mayans era, en palabras de su nieto, “un hombre activo, que pese a que tenía cinco hijos y vivía de alquiler, se compró una finca”. La licencia llegó tiempo después de su asesinato. “A partir de 1940 se combinaron ambos negocios: una tienda de ropa tradicional –ropa payesa– y la lotería”, describe Joan. La evolución de este negocio siguió los mismos pasos que seguía la isla, acorde con las transformaciones de la industria turística. Si al principio la tienda vendía ropa tradicional, con el desarrollismo franquista empezó a orientar su producto a los turistas que llegaban a la isla. Y en un periodo entre 1983 y 1986, hubo que escoger entre un negocio u otro. “Nos quedamos con la administración de lotería”, cuenta Joan.
Pepe Vaquer y Pepita Ferrer viven en la Marina desde 1986. Cuando llegaron, según explican, todavía se podía disfrutar de ese barrio “maravilloso”, lleno de tiendas, negocios de proximidad –además del mercado de frutas y verduras, las carnicerías y la pescadería, estaba lleno de colmados–. “Había vecinos que incluso hacían la compra desde el balcón”, rememora Pepe, que también es vicepresidente de la Asociación de Vecinos de la Marina. Mucha gente iba a los bares tradicionales a tomar el café o pedir tapas, en negocios donde se ofrecían los productos que se podían comprar también en el mercado. “Todo el comercio era tradicional”, detalla Pepe. Según su testimonio, todo empezó a cambiar en la década de los 90, cuando “empezaron a cerrar muchos negocios tradicionales”. El matrimonio recuerda que solo en su calle, por ejemplo, había tres ferreterías y dos pastelerías. “Los propietarios se jubilaron y abrieron negocios totalmente orientados al turismo”, lamenta.
Antes todo el comercio era tradicional. Cambió en la década de los 90. Los propietarios se jubilaron y abrieron negocios totalmente orientados al turismo
La transformación turística de la Marina
Pepita, en cambio, considera que los cambios más grandes tuvieron lugar en los últimos diez o quince años. Los negocios antaño destinados a ofrecer productos a la gente que vivía allí se convirtieron en locales tipo souvenirs, destinados a turistas, o tiendas de ropa, todas ellas, además, con un estilo muy homogéneo. “Tenemos que acostumbrarnos a no hacer parques temáticos porque al final dará igual estar en Eivissa o en Benidorm y eso no lo deberíamos permitir”, advierte, por su parte, Elisa. “El problema es que ha dejado de ser un barrio donde se pueda vivir cómodamente”, cuenta Pepita. Rosa Torres, por ejemplo, lleva más de cuatro décadas trabajando en la papelería Verdera, uno de los negocios más clásicos de la Marina, de los que todavía se mantienen.
Los negocios antaño destinados a ofrecer productos a la gente que vivía allí se han convertido en locales tipo souvenirs, destinados a turistas, o tiendas de ropa, todas ellas, además, con un estilo muy homogéneo
Cuando empezó a trabajar todo era muy diferente a cómo es ahora. “En esos años había una imprenta”, comenta Rosa. Los grandes cambios llegaron con internet. “El mundo digital lo ha transformado todo”, reconoce. Y pone un ejemplo. Antes, la papelería recibía gran cantidad de prensa extranjera, y más prensa nacional que ahora. Poco a poco, con la crisis de 2008 y la transformación digital, empezaron a venderse cada vez menos periódicos, y los lectores se pasaron a los ordenadores, las tabletas y los móviles para recibir información.
Cuando Rosa empezó a trabajar en Can Verdera, podía hacer la compra en su barrio. Ahora, en cambio, tiene que salir de él. Y los negocios están volcados al turismo. Normalmente, abren en fechas cercanas a la Semana Santa y cierran cuando termina el mes de octubre. Algunos, incluso, antes. “La compra, ahora mismo, hay que hacerla fuera del barrio. Si vive gente joven, lo tienen fácil, hacen la compra por internet y se la traen a la puerta de su casa”, sostiene Rosa. “No soy partidaria, me gusta ir al negocio y comprar”, afirma.
Un barrio saturado de tráfico
Uno de los grandes obstáculos que lamentan los vecinos y trabajadores en su día a día es la saturación de las carreteras y la falta de aparcamientos públicos. Hay algunos parkings a cientos de metros del barrio pero todos son de pago y los que son públicos están muy alejados. De todas maneras, la gran cantidad de tráfico rodado que entra y sale convierte en una odisea moverse con comodidad. No es un problema específico de este barrio, pero en la Marina lo sufren especialmente. Los datos avalan el problema de la isla con la movilidad: hay más coches que habitantes. “Aparcar es un laberinto, todo el mundo quiere hacerlo debajo de su casa, y es imposible”, comenta Rosa.
“Aparcar es fundamental pero no se puede nunca y en verano es terrible”, sostiene Pepita, que lamenta que hay “mucha saturación y ruido” en el barrio. Muchos de los vehículos que entran y salen acuden a alguna de las farmacias de la Marina, según detalla. Llama la atención que en un barrio tan pequeño, en unas pocas decenas de metros, haya hasta tres farmacias. El ruido, en verano, se recrudece. También por el turismo. “Duermo porque ya me he acostumbrado pero hay muchos gritos en la calle. Se ríen y gritan a cualquier hora [los turistas]”, manifiesta. El ruido y la música no llega solamente de los bares de ocio nocturno, también desde los pisos particulares, que en algunas ocasiones, se alquilan ilegalmente a turistas [en la isla no está permitido el alquiler en pisos residenciales, la oferta reglada se resume en campings, apartamentos vacacionales y hoteles].
Diferentes zonas del barrio de la Marina, sa Penya y Dalt Vila [todas ellas forman parte del casco antiguo, conectado entre sí] se han degradado y deteriorado a lo largo de las décadas. “Muchos edificios estaban en ruina”, asegura Pepe y afirma que incluso “han caído varios balcones”. Algunos de estos edificios y viviendas se rehabilitaron y reformaron y con el boom turístico muchos propietarios vieron una nueva oportunidad de negocio: mientras algunos alquilaron o vendieron siguiendo los cauces legales, otros destinaron sus viviendas al alquiler turístico ilegal a través de plataformas digitales. “Un apartamento de 50 metros cuadrados no baja de 1.000 euros”, asegura Pepe.
Un barrio gentrificado e “incómodo” para vivir
Este proceso de gentrificación ha afectado a la vida del barrio. Muchos locales, para subsistir, prefieren destinar su oferta a los turistas, de marzo a octubre, y en invierno cerrar. “Algunos bares son valientes y abren en invierno, pero no les sale rentable”, lamenta Pepe. “Los locales se alquilan a unos precios bestiales”, señala Elisa. La propietaria de la joyería lamenta que cada vez vive menos gente en la Marina. “Vendemos nuestra tierra por dinero”, explica, con tristeza, porque “la Marina es mi casa”. En su caso, pese a tener otra tienda también en el Passeig de s’Alamera –en el centro de la ciudad–, tiene abierto todo el año. “No cerramos, tenemos varias personas trabajando y nos turnamos para las vacaciones”, ejemplifica.
Elisa lamenta que siendo la acrópolis de Dalt Vila y la necrópolis de Puig des Molins –todo ello en los alrededores de la Marina– Patrimonio de la Humanidad, la isla esté dando esta imagen, ya no solo a quienes habitan en ella, sino también a sus visitantes. “Queremos tener turistas en invierno para que vean lo que estáis viendo”, asevera. Sin embargo, la joyera cree que “si queremos pensar en el turista” antes hay que tener en cuenta “la calidad de vida” de quienes viven en la isla. “Hay que empezar por dar calidad de vida a los ibicencos, que los jóvenes cuando van a estudiar fuera puedan volver”, asegura.
También considera que es necesario que haya más oferta cultural. “Estoy muy contenta de que haya abierto el Teatro Pereira –un sala de ocio y conciertos situada cerca de la Marina–. Mi hijo tiene 22 años, es cantante, y me gustaría que tuviera más opciones. Hace falta más promoción”, sostiene Elisa, y añade que no puede ser que la gente joven tenga la sensación de que no puede volver a la isla si no es para dedicarse a la industria turística.
Para Pepe, la tendencia indica que la Marina se está turistificando, por lo que parece difícil revertir ese proceso pero sí se puede incentivar la apertura de comercios, como la peixateria (pescadería), para que “el barrio estuviera más transitado en invierno”. “Es esencial que tengamos comercios donde poder comprar productos todos los días porque eso genera movimiento”, insiste. En estos momentos, reitera, la Marina es una zona “incómoda” para vivir, sobre todo si tienes familia, por lo que mucha gente ha decidido abandonarla. “El barrio no volverá a ser como fue, pero sí podría ser mucho más habitable y dinámico, con más residentes”, defiende. La visión de Elisa es más idealista. “A mí me gustaría que la Marina fuera como cuando yo era pequeña”, concluye.
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