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La hija de la feminista Maria Vaquer, encarcelada por Franco y exiliada: “Con 88 años lo pienso y me duele el cuerpo”

La hija de Maria Vaquer, Magdalena Nebot, sostiene una fotografía de su madre

Esther Ballesteros / Francisco Ubilla

Mallorca —
9 de mayo de 2023 21:58 h

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“Estaba con mi madre cuando los fascistas vinieron a buscarla. Yo tenía tres años. Y antes de que llegaran, ella ya tuvo el presentimiento de que algo estaba a punto de pasar”. Magdalena Nebot, a punto de cumplir noventa años y con una memoria infinita, recuerda con profusión aquel día de agosto de 1936 en que “Puig, junto a otro fascista cuyo nombre no recuerdo”, irrumpió en casa de sus abuelos, a las afueras del municipio mallorquín de Capdepera. Los dos verdugos agarraron a su madre y la introdujeron en un camión. La siguiente vez que la vio fue tras las rejas de un ruinoso hospicio reconvertido, durante la Guerra Civil, en prisión para las 'rojas'. En mayo de 1937 se vería sometida a un consejo de guerra que la condenaría a muerte acusada de un delito consumado de adhesión a la rebelión militar. Tras siete años en la cárcel, la pena le sería conmutada, abocándola al exilio.

Precursora del feminismo en Mallorca y una de las figuras más destacadas del socialismo en Capdepera, Maria Vaquer Moll espoleaba a las mujeres, desde la sección 'Libérate mujer' de El Obrero Balear, a que estudiaran para poner fin a los prejuicios y a los dogmas religiosos que no les impedían progresar, al tiempo que denunciaba la “triple explotación” a la que estaban sometidas “por parte del hombre, del patrón y de las leyes españolas”. Hasta el día en que fue detenida, Vaquer llevó a cabo una intensa actividad en favor de las mujeres y la lucha obrera.

Casi ochenta y siete años después, Nebot nos recibe en el mismo lugar donde se llevaron a su madre. “Tenéis que seguir el camino hacia la montaña y pronto veréis mi casa”, nos indica por teléfono antes de llegar. Su perra Lluna no para de ladrar mientras su dueña nos invita a subir las escaleras que dan acceso a la vivienda. Pese a los malos recuerdos y los estragos sufridos, su sonrisa no desaparece de su rostro. Saca álbumes de fotos y recortes de periódico. A nuestro alrededor, cuadros con fotos familiares, libros, maniquíes y ropa a medio bordar. “Son para uno de mis bisnietos”, comenta mientras señala unos calcetines. Magdalena fue modista –su madre, sastressa–, estudió francés y trabajó en París. “Aprendí rápido el francés porque me gusta mucho hablar. La vida son ocasiones”, enfatiza.

Cooperativismo y empoderamiento femenino

Pese al tiempo transcurrido, Magdalena no ha dejado ni un segundo de recordar a su madre, nacida el 23 de octubre de 1902 en el que hoy es en uno de los más importantes núcleos turísticos del extremo oriental de Mallorca. Una imagen que contrasta con la que ofrecía el municipio hace más de cien años, cuando Capdepera fue testigo del auge del cooperativismo y del empoderamiento femenino al abrigo del desarrollo de la artesanía de la palma, consistente en el trenzado del palmito para elaborar objetos que cubrían las necesidades rurales cotidianas como cestas, sombreros, escobas o alfombras. Este trabajo proporcionó a la población de la localidad la mayor parte de sus rentas y dotó al municipio de un gran dinamismo económico a lo largo del siglo XIX.

Capdepera contaba, además, con una importante presencia femenina en el mundo laboral y fue pionera en la estructuración de colectivos de mujeres socialistas. En medio de este panorama, Vaquer abrazó desde muy joven los postulados progresistas, llegando a presidir la Agrupación Socialista del municipio. Raia, como se la conocía, montó, además, su propio taller de confección. Magdalena recuerda cómo su progenitora, desde la misma casa, iba todos los días iba a la escuela. “Había gente en el pueblo que no sabía leer ni escribir y ella ya escribía en el periódico. Leía de todo”. Recuerda especialmente a su abuela paterna, Magdalena Pascual Melis: “También sabía escribir. Fue una de las primeras en dirigir una asociación de mujeres. Era una mujer muy avanzada para la época”.

A lo largo de la Segunda República, Vaquer publicó numerosos artículos en los que denunció la discriminación femenina en el acceso a la instrucción y emplazaba a las mujeres gabellines –gentilicio de Capdepera– a asociarse para resistir los bajos precios de los comerciantes, un hito –remarca Peñarrubia– “imposible de conseguir estando aisladas como estaban”. La activista socialista recriminó además “la autoexplotación de las trabajadoras de la llata a la que las abocaban los comerciantes”, dado que, pese a realizar extensas jornadas de trabajo, éstas no les bastaba para cubrir sus necesidades básicas.

Espiritismo y lucha obrera

Vaquer también entró a formar parte del grupo espiritista local cuando esta corriente se convirtió, a finales del siglo XIX y principios del XX, en foro de encuentro, empoderamiento y apoyo mutuo para las mujeres, además de influir con intensidad en la lucha obrera y los movimientos sociales gracias a su fuerte compromiso humanitario. En este sentido, la ideología de Vaquer estaba profundamente marcada por los postulados de Amalia Domingo Soler (Sevilla, 1835-Barcelona, 1909), feminista, anticlerical y principal voz del espiritismo en España.

Vaquer también entró a formar parte del grupo espiritista local cuando esta corriente se convirtió, a finales del siglo XIX y principios del XX, en foro de encuentro, empoderamiento y apoyo mutuo para las mujeres

“Espiritistas y socialistas [...] compartían los mismos postulados ideológicos, ya que ambas doctrinas defendían el carácter revolucionario del cristianismo primigenio, que creían corrompido históricamente por la estructura de poder de la Iglesia, lo que les abocaba a un ansia de reforma social”, subraya la historiadora Isabel Peñarrubia en Les dones en l'esdevenir de la història de les Illes Balears (1600-1936), editado por la editorial Lleonard Muntaner. Como apunta, por su parte, el investigador Josep Terrassa, el espiritismo gabellí se convirtió en un movimiento social “sorprendente en Balears y único en la 'part forana' de Mallorca” que, junto al metodismo cristiano, introdujo en el municipio las tendencias culturales europeas del momento y lo modernizaron.

“Mi madre era muy sensible”, cuenta Magdalena al respecto. “No sé si es que tenía presentimientos, porque, el día que se la llevaron, enseguida me cogió y me trajo aquí. 'Si hay líos por la zona es que vienen a buscarme', decía. Y así fue”. Como recuerda, su progenitora “no quiso” que ella se “quedara sola con tres años en casa”. “Así que vinimos aquí. Pero fue llegar y subir el portal cuando se presentaron Puig [en alusión a Bartomeu Alzina Melis] y el otro sinvergüenza para llevársela. Una vecina del pueblo les había dicho que estábamos aquí”, comenta. Aquel 12 de agosto de 1936, Vaquer fue conducida en un camión hasta la cárcel de mujeres de Palma, más conocida como Can Sales o prisión hermanitas, un antiguo hospicio que desde 1876 había sido utilizado por la congregación religiosa de las Hermanitas de los Pobres y se hallaba ubicado en el número 42 de la calle Salas de Palma.

El 12 de agosto de 1936, Vaquer fue conducida en un camión hasta la cárcel de mujeres de Palma, más conocida como Can Sales, un antiguo hospicio que desde 1876 había sido utilizado por la congregación religiosa de las Hermanitas de los Pobres

“Mi madre vio cómo se llevaban a Aurora Picornell para matarla”

Fue la misma prisión en la que también acabó ingresada la responsable de la organización de mujeres del Partido Comunista en Balears, Aurora Picornell, la Pasionaria mallorquina, hoy convertida en icono de la memoria histórica y del republicanismo. También fueron allí encarceladas Belarmina González y las popularmente conocidas como las Roges del Molinar. La víspera de Reyes de 1937, los golpistas las acribillaron a tiros. Los pormenores que rodearon al asesinato de Picornell los recogió el historiador Llorenç Capellà en su libro Diccionari Vermell, en el que explica cómo “un personaje tristísimo del fascismo ciudadano” entró al día siguiente en un bar de Es Molinar, en Palma, y, visiblemente feliz, sacaba un sujetador del bolsillo y anunciaba la muerte de la militante: “Mirad, mirad los sostenes de Aurora”.

Fueron unos hechos que tocaron de cerca a Maria Vaquer: “Mi madre vio cómo se las llevaban para matarlas. Ninguna de las presas pudo dormir. Estuvieron llorando toda la noche”, recuerda Magdalena, visiblemente emocionada.

Junto a su abuela, Magdalena escribía cartas a su madre. “Y si había alguien que iba a Palma y nos conocía y era de izquierdas, pues le decían a mi abuela: '¿Quieres que llevemos a tu nieta a ver a su madre?' Y me llevaban a Palma, donde además tenía una tía, hermana de mi abuelo”, recuerda. En la prisión, Vaquer vivía en condiciones pésimas: “Sobre todo al principio, que no tenía ni colchoneta. Hubo gente de Palma que después le trajo alguna, pero al principio no tenían nada, tenían que estar en el suelo. Eso le afectó sobre todo a los pulmones. Por eso mi madre no volvió a estar nunca bien”.

En cuanto a su padre, Serafí Nebot Pascual, jornalero agrícola y dirigente socialista con quien Vaquer se había casado en 1924, logró esconderse en la montaña y huir de los falangistas de Capdepera recién iniciada la Guerra Civil, se unió a las tropas republicanas que habían desembarcado en Porto Cristo y huyó a Maó, donde en febrero de 1939 acabó siendo detenido por los franquistas, quienes lo encarcelaron en Formentera.

“Mi padre también defendía la igualdad entre hombres y mujeres”

“Mi padre también defendía la igualdad entre hombres y mujeres”, asevera Magdalena, quien recuerda cómo un día encontraron a una vecina amiga –“eran jóvenes y todos se conocían en el pueblo”– “con los ojos así de hinchados”. “Entonces mi padre propuso a otros hombres ir a hablar con su marido. Le dijeron: 'Mira, si volvemos a ver a Antònia con un ojo azul, verás cómo vamos a poner tu cuerpo'”, comenta. “¿Qué motivos puede tener un hombre para pegar? Ninguno. Lo que tenemos que hacer es entendernos y hablar. Así es como se arreglan las cosas, no a bofetadas”, remarca.

Junto a su marido, también fue arrestado el padre de Maria, Francesc Vaquer Veny, a quien mataron: “Al cabo de unos días supimos que se lo habían llevado a les voltes del Ajuntament. Allí lo torturaron, junto con otros habitantes de Capdepera. Uno de ellos vino a decirle a la abuela que lo habían torturado en la habitación de al lado y que oyeron los gritos de mi abuelito de la gran paliza que le propinaba Puig. En una casa de campo en Sa Cablanca lo torturaron hasta la muerte. Allí acabaron con él”, explica Magdalena en una 'carta de la memoria' en recuerdo de sus familiares.

Vaquer, condenada a muerte

Mientras Vaquer permanecía en prisión, el consejo de guerra 212/1936 la condenó a muerte. El motivo: haber colocado unas sábanas blancas en la terraza en aras, según la sentencia, a comunicarse por signos con los aviones republicanos de Menorca. “La expresada vecina es, sin duda alguna, un elemento contrario al Movimiento Nacional salvador de España. Antes de éste fue Presidenta del grupo femenino socialista y se caracterizaba por su exaltación en cuestiones políticas y sociales; hizo con frecuencia la apología del régimen comunista. Después de iniciado el Movimiento continuó solapadamente la propaganda contraria al mismo, según noticias llegadas posteriormente a esta Alcaldía”, puso de manifiesto el entonces alcalde de Capdepera, Juan Melis, durante la tramitación del proceso.

La resolución la declaraba autora de un delito consumado de adhesión a la rebelión militar, “previsto y penado en el número 2 del articulo 238 del Código de Justicia Militar, apreciándose, a efectos del 173 del mismo Código, la circunstancia agravante de su perversidad”. Más tarde, la condena, sin embargo, le sería conmutada.

Mientras Vaquer permanecía en prisión, el consejo de guerra 212/1936 la condenó a muerte. El motivo: haber colocado unas sábanas blancas en la terraza en aras, según la sentencia, a comunicarse por signos con los aviones republicanos de Menorca.

El historiador David Ginard explica que ninguna 'roja' fue ejecutada en Balears en virtud de las sentencias de los consejos de guerra, dado que la veintena de condenas a muerte dictadas contra mujeres fueron finalmente conmutadas. Sí consta el fusilamiento de una quincena de mujeres por razones directamente vinculadas a la represión franquista entre el verano de 1936 y la primavera de 1937, a las que se suman las fallecidas en prisión por enfermedad o suicidio. Los casos más flagrantes de asesinato que se recuerdan, los de Aurora Picornell y las Roges del Molinar

“Al igual que en otras zonas de España, la violencia padecida por las mujeres republicanas presentó rasgos específicos, con fuertes componentes de humillación y escarnio público, en consonancia con su función ejemplificadora”, subraya Ginard en su estudio Entre el castigo y la redención. Las mujeres encarceladas en las Illes Balears (1936–1943). En sus páginas, señala que algunas de las asesinadas por las patrullas falangistas fueron violadas y recuerda cómo entre las familiares de los presos republicanos se produjeron abundantes casos de castigos “purificadores” como la ingestión forzada de aceite de ricino, el rapado del cabello y distintas formas de asedio.

La puesta en libertad: “La recuerdo en el portal y el cuerpo aún se me ensancha”

En el caso de su madre, Magdalena recuerda que, tras siete años en la cárcel de Can Sales, fue finalmente puesta en libertad. Corría el año 1943. “Hicimos una fiesta. Fue una alegría. La recuerdo en el portal y aún tengo el cuerpo que parece que se ensancha cuando digo estas palabras”, recuerda entre lágrimas. “Todo el mundo la estaba esperando. Todo el pueblo conocía a mi madre. Sabían qué clase de mujer era. Y cuando llegó, la casa enseguida se le llenó de trabajo. Trabajó muchísimo para sacarnos adelante a mi hermano, a mi abuela y a mí”. Su marido, mientras tanto, había huido a Alger, y había que encontrar la forma de reunirse con él: “¿Y cómo encuentras tú un patrón que te lleve hasta allí? ¿Que si lo cogen es él el que se va a la cárcel?”, abunda Magdalena.

Finalmente, en 1951, Vaquer y su hija lograron llegar hasta Argel, la misma ruta que, no mucho tiempo atrás, habían seguido numerosos republicanos echados a las fauces del Mediterráneo para huir del horror de la represión franquista. Como para entonces ya había sido aprobada la orden extraordinaria que permitía el regreso a España de los exiliados que no hubieran cometido delitos de sangre, Vaquer y su marido pudieron más adelante viajar unos días a Mallorca. Una vez en la isla, relata Magdalena, les paró la Guardia Civil en Manacor. “Les llamó la atención que el coche era extranjero. Les preguntaron hacía dónde iban. Cuando respondieron que a Capdepera, los agentes les pidieron si podían llevar al hombre que estaba con ellos. Mi padre no se dio cuenta, pero era Puig. Mi madre sí lo reconoció. El hombre que había matado a mi abuelo estaba dentro de su coche. Si mi padre llega a darse cuenta, se para y lo deja en medio de la carretera”.

Tras siete años en la cárcel de Can Sales, Vaquer fue finalmente puesta en libertad. Corría el año 1943. "La recuerdo en el portal y aún tengo el cuerpo que parece que se ensancha cuando digo estas palabras", afirma Magdalena

Años después, debido a la radicalización del movimiento independentista argelino, Vaquer y su familia pasaron a residir en Francia. Allí, Magdalena trabajó en alta costura. “Comencé a los diez años ayudando a mi madre. Una se preocupa ir a la escuela, saber las cosas, portarse bien, trabajar. Yo siempre he trabajado”, relata, citando una a una las calles que constituyeron el epicentro de su vida en París: “Aquí la Madeleine, por allí la Place Concord...”. En los años sesenta, toda la familia regresó a Capdepera de forma definitiva. Vaquer murió en 1982, a los 80 años.

Magdalena continúa recordándola. “Querida e inolvidable madre. No pasa un día sin que piense en ti, en el sufrimiento de tener dos hijos y no poderlos educar ni dar el calor de una madre. Juzgada y condenada a pena de muerte sin ningún motivo, decían que eras comunista y que hacías señales con las sábanas en la azotea a los aviones republicanos; mentira, todo mentira, ¡eras demasiado lista para caer en estos engaños!”, escribía en una carta hace dos años para rendir homenaje a su progenitora. “Ay, mumareta mía, ya tengo 88 años, y cuando pienso en nuestra vida todo el cuerpo me hace daño (...). Gracias por haberme enseñado tantas cosas, entre otras a ser compañera, solidaria y una buena persona. Un beso muy fuerte, estés donde estés”.

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