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The Guardian en español

'Oligarch Files'

Abramovich utilizó una compleja red empresarial para regar el Chelsea con dinero de los campos de petróleo rusos

Roman Abramovich (derecha) compró el Chelsea en 2003.

Rob Davies / David Conn

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En 2021, Roman Abramovich hizo una de sus poco habituales apariciones públicas mientras los jugadores del Chelsea celebraban la victoria en la final de la Champions League.

El propietario del club de fútbol llevaba tres años sin asistir a los partidos en casa, en Stamford Bridge, después de que el Gobierno británico indicara lo poco probable que era la renovación de su visado. Pero ese año, la final de la Champions se había celebrado en el Estádio do Dragão de Portugal, país que había concedido la nacionalidad a Abramovich apenas unos meses antes. Sonriendo en el cálido aire de la noche portuguesa y embriagado por la gratitud de los aficionados, Abramovich se abrazó con sus jugadores.

El oligarca no solo había transformado al Chelsea. Su política de gasto sin límites era uno de los factores que explicaban la decisión de la UEFA de introducir la reglamentación de fair play financiero [juego limpio financiero].

Más recientemente, la figura de Abramovich también ha ocupado el centro del debate en torno a las personas que pueden ser consideras “aptas y adecuadas” para dirigir un club de fútbol. Especialmente desde 2022, cuando el oligarca ruso fue sancionado por sus “conexiones evidentes” con el Kremlin y llegó a estar en peligro la existencia del propio Chelsea.

En 2003, cuando Abramovich compró el club, las normas que regulan las inversiones en el fútbol prácticamente no existían y pocos analistas se preguntaban por aquel misterioso hombre que parecía dispuesto a salvar al Chelsea de sus pesadas deudas.

Ya entonces se sabía que su fortuna procedía de Sibneft, un gigante del gas y del petróleo creado en Rusia durante la turbulenta salida del comunismo con la privatización de activos estatales.

Pero, a medida que pasaban los años, las cuentas del Chelsea apenas daban información sobre el origen de los cuantiosos préstamos sin intereses que Abramovich inyectaba en el club.

Ahora, los 'Archivos Oligarcas' han dejado al descubierto cómo el multimillonario ruso convirtió al Chelsea en un campeón mundial. Los archivos vienen de una filtración de documentos pertenecientes a MeritServus, un proveedor de servicios financieros offshore y con sede en Chipre que la semana pasada fue sancionado después de que The Guardian detallara cómo hacía para mover el dinero de Abramovich.

Los documentos revelan la laberíntica red de sociedades offshore usada para llevar el dinero desde el imperio Abramovich hasta Stamford Bridge. También demuestran cómo ese dinero se originó en dos operaciones empresariales en Rusia absolutamente transformadoras y firmadas bajo la atenta mirada del Kremlin.

La fórmula del éxito es gastar mucho

“Tenemos que ver el origen de su dinero y cuál ha sido su historial en Rusia para determinar si es una persona adecuada para hacerse cargo de un club de fútbol en este país”, dijo el diputado laborista Tony Banks cuando en julio de 2003 Abramovich adquirió el Chelsea por 140 millones de libras [unos 158 millones de euros, al cambio actual]. “De momento no me gusta”, añadió Banks, que también era aficionado del Chelsea.

Al final, la Office of Fair Trading [que vela por la defensa del consumidor y de la competencia en el Reino Unido] autorizó la adquisición de Abramovich en consonancia con un ambiente favorable al nuevo dinero ruso entre la clase dirigente británica. Las empresas y los políticos habían recibido entusiasmados a Vladímir Putin como sucesor de Yeltsin en la presidencia de Rusia, viendo así una oportunidad para encandilar al joven y dinámico líder de un gigante económico durmiente.

“Se había desplegado la alfombra roja para el dinero y se abrían las puertas a la gente para que llevaran su dinero al Reino Unido”, asegura Tom Keatinge, director del Centro de Estudios sobre Delincuencia Financiera y Seguridad. “Dudo que nadie tuviera ganas de ponerse a hacer preguntas en torno a la procedencia de ese dinero”, indica.

En las cuentas de Fordstam Ltd, la sociedad titular del Chelsea tras la adquisición, aparece un primer préstamo sin intereses por un importe de 224 millones de libras [unos 254 millones de euros], pero no había obligación de explicar el origen de los fondos. En los archivos del Registro Mercantil solo se dice que el auditor KPMG creía que “se proporcionarían los fondos suficientes para financiar el negocio para el futuro”.

Los Archivos Oligarcas ofrecen datos adicionales. Los documentos filtrados muestran que el préstamo inicial a Fordstam, la nueva dueña del Chelsea, procedía de Kelvedon Worldwide Ltd, una sociedad de Abramovich constituida en las Islas Vírgenes Británicas (BVI).

El dinero de Kelvedon lo cambió todo. A través de esta empresa de las Islas Vírgenes Británicas, el Chelsea recibió 382 millones de libras [unos 432 millones de euros] durante los dos primeros años de Abramovich como propietario. Sirvieron para financiar fichajes como el del enérgico extremo derecho Arjen Robben; y como el del delantero Didier Drogba.

Los 230 millones de libras [unos 260 millones de euros] invertidos por el Chelsea durante esas dos primeras temporadas en fichajes superaban el desembolso combinado de tres gigantes europeos: Manchester United, Real Madrid y Juventus.

La inversión no tardó en dar sus frutos. Cincuenta años después de que el Chelsea ganara su única liga inglesa, el club se hizo con el trofeo en 2005 y en 2006. En una racha ganadora que pocos clubes han igualado en Inglaterra, a esos dos trofeos consecutivos se le sumaron después otras tres ligas y dos Champions League.

Pero los archivos de MeritServus no solo revelan la manera en que el dinero del oligarca fluía hacia el Chelsea durante esa época dorada. También arrojan luz sobre su origen.

La influencia de Putin

El año 2003 fue crucial para el Chelsea, para Abramovich, para Putin y para Rusia.

En primavera, Abramovich había acordado la fusión de Sibneft, su empresa de gas y petróleo, con su competidora, Yukos. Valorada en 36.000 millones de dólares, la megafusión iba a crear un nuevo gigante mundial del petróleo.

Su anuncio generó mucha expectación en los círculos financieros: era un símbolo del surgimiento de Rusia como una economía democrática de importancia mundial. Pero, a medida que se acercaba el final del año, el acuerdo Yukos-Sibneft pasó a representar algo muy diferente: el férreo control que Putin ejercía sobre las estructuras de poder y la represión brutal contra sus oponentes.

En octubre de 2003 detuvieron en la pista de aterrizaje de un aeropuerto siberiano al multimillonario oligarca Mijail Jodorkovski, el hombre que había construido Yukos, bajo las acusaciones de fraude y evasión fiscal. Jodorkovski pasaría diez años en la cárcel. Según asociaciones de derechos humanos internacionales, estaba en el punto de mira por haberse opuesto cada vez más frontalmente al régimen antidemocrático de Putin.

Poco después de la detención, Abramovich canceló la fusión entre Sibneft y Yukos, que sería confiscada por el Kremlin y puesta a subasta.

“Para los demás oligarcas, la detención de Jodorkovski fue la señal de advertencia de que Putin iba en serio”, dice John Lough, investigador asociado del programa sobre Rusia y Eurasia del centro de estudios Chatham House. “Podían disfrutar de su riqueza, podían dirigir sus negocios de forma responsable, pero la lealtad no se la debían a sus accionistas o a sus empleados, se la debían al Kremlin”, añade Lough, que en el pasado trabajó para la petrolera anglo-rusa TNK-BP.

Caía un oligarca y ascendía otro. Abramovich, según Lough, siempre había demostrado la lealtad necesaria. En 2001 se convirtió en gobernador de la región siberiana de Chukotka y usó su fortuna personal para financiar inversiones en una zona de recursos insuficientes. De hecho, cuando Abramovich compró el Chelsea, en la escritura de constitución del Registro Mercantil puso como dirección la de un anodino bloque de viviendas en la capital administrativa de Chukotka, Anadyr, una ciudad helada y azotada por el viento.

“Alguien tan astuto como Abramovich habría entendido las nuevas reglas del juego”, dice Lough. “Tenía que saber que con esta gente había que mantenerse en el lado correcto”, asegura. Bajo Putin, el nuevo clima para los oligarcas era frágil y Abramovich no podría haber comprado el Chelsea, apunta Lough, si el Kremlin lo hubiera desaprobado.

Abramovich siempre ha negado haber pedido la aprobación de Putin para la compra del Chelsea. Sus abogados sostienen que cualquier acusación en ese sentido es falsa.

Empresas con sede en Chipre

Abramovich salió de aquella caótica y fracasada fusión con Yukos mucho más millonario. Aunque el grueso de la operación se estructuraba principalmente en un intercambio de acciones, también incluía un componente de pagos en efectivo con Yukos, desembolsando 3.000 millones de dólares [unos 2.750 millones de euros] a cambio del 20% de Sibneft. Los accionistas de Yukos lucharían durante años para recuperar ese dinero. Fue en vano.

Según los documentos legales presentados durante el posterior arbitraje entre los accionistas de Yukos y el Estado ruso, en mayo de 2003 Yukos desembolsó a Sibneft un primer pago por importe de 1.250 millones de dólares [unos 1.145 millones de euros]. El dinero incrementó la fortuna personal de Abramovich, propietario mayoritario de las acciones de Sibneft, justo cuando se preparaba para el oneroso negocio de comprar y financiar al Chelsea.

Según los documentos filtrados, la entidad que recibió ese primer pago de 1.250 millones de dólares fue Kravin Investments, con sede en Chipre.

Es posible que Kravin desempeñara un papel en la adquisición del Chelsea, a juzgar por un correo electrónico que en mayo de 2005 envió Deloitte, la auditora de Kravin, a un empleado de varias empresas de Abramovich. En el correo, el empleado de Deloitte preguntaba por qué “no se mencionaba el acuerdo con el Chelsea en el que participó Kravin”, y conjeturaba si sería posible que “se revelara más adelante”.

De acuerdo con un gráfico que muestra la estructura propietaria, Kravin pertenecía a su vez al Sara Trust, con sede en Chipre, del que Abramovich era beneficiario.

No hay pruebas de la función que Kravin pudo haber desempeñado en la adquisición y no es posible demostrar una relación directa entre el pago de Yukos y los fondos empleados para comprar el Chelsea, pero la empresa matriz inmediata de Kravin se llamaba Kelvedon Worldwide, que llegó a inyectar en las cuentas del Chelsea más de 1.000 millones de libras [unos 1.130 millones de euros] en préstamos sin intereses.

Los archivos sobre las cuentas de Kravin hacen referencia al “dinero realmente pagado” por Kravin a Kelvedon y mencionan 1.288 millones de dólares [unos 1.180 millones de euros]. Los abogados de Abramovich no quisieron hacer comentarios sobre la relación entre estas dos empresas. El Chelsea ha comunicado que estos asuntos deben ser abordados por los anteriores propietarios del club.

El dinero de Gazprom

El frustrado acuerdo con Yukos agrandó la fortuna de Abramovich. Pero la operación más importante se produjo en 2005, cuando la empresa estatal rusa de petróleo y gas Gazprom le pagó 13.000 millones de dólares [unos 11.900 millones de euros] por el 73% que Abramovich todavía tenía en Sibneft.

Según los documentos revisados por The Guardian, Abramovich habría utilizado esos ingresos en la financiación del Chelsea usando una red de sociedades interpuestas en distintos paraísos fiscales.

Uno de los documentos clave tiene fecha de 2012 y es una “declaración de propiedad efectiva” redactada por una empresa de las islas caribeñas de Curazao y Aruba especializada en certificar documentos. El archivo proporcionaba nuevos detalles sobre Kelvedon, que en 2011 había pasado a llamarse Lindeza Worldwide Ltd. La fuente de fondos de Lindeza, decía el documento, era la “venta de OAO Siberian Oil Company (Sibneft)”.

Una inmensa cantidad de dinero

Aquel lucrativo acuerdo decía mucho sobre el talento de Abramovich para medrar bajo sucesivos líderes rusos.

A Boris Yeltsin le tocó presidir Rusia durante el reparto postsoviético de las riquezas en recursos naturales del país. Durante todo aquel proceso de privatización, Abramovich y sus aliados presionaron a Yeltsin y a su círculo más cercano para hacerse con el control de Sibneft en una serie de subastas.

Menos de diez años después, Abramovich había vuelto a vender la empresa al Estado en la nueva Rusia de Putin, donde oligarcas como el propietario del Chelsea tenían permiso para prosperar siempre y cuando demostraran su lealtad.

Ahora que Abramovich disponía de recursos prácticamente ilimitados, los préstamos de Kelvedon empezaron a aumentar rápidamente, llegando a 578 millones de libras [unos 654 millones de euros] en 2007 y a más de 1.000 millones de libras [unos 1.130 millones de euros] en 2014.

Con el dinero entrando a raudales, ni las autoridades del fútbol inglés ni los políticos y reguladores del Reino Unido mostraron demasiado interés por conocer su procedencia.

En 2011, un informe de la Comisión Parlamentaria sobre Cultura, Deportes y Medios de Comunicación se preguntaba si un gasto tan elevado podría distorsionar el mercado de fichajes.

Los requisitos a cumplir en la prueba para futuros “propietarios y directores” de clubes ingleses fue introducida por la Premier League en 2004, un año después de la adquisición del Chelsea.

Sin un control importante sobre las fuentes de financiación, el Chelsea se dedicó a repartir libremente el dinero de sus propietarios.

En julio de 2006 el club batió el récord inglés de traspasos con una operación de 31 millones de libras [unos 35 millones de euros] por Andriy Shevchenko. Lo volvió a hacer en 2011 para lograr que Fernando Torres abandonara el Liverpool.

En la temporada 2011/12 el Chelsea se convirtió en el primer club londinense en ganar la Champios League. Durante la temporada 2017/18, el club gastó más de 250 millones de euros en jugadores.

Según Kieran Maguire, experto en las finanzas del fútbol y autor del libro The Price of Football [El precio del fútbol], “Abramovich hizo que el fútbol dejara de ser un juguete de millonarios para convertirse en un juguete de multimillonarios”. “La aceleración salarial, los traspasos y las compensaciones a directivos fijaron nuevos puntos de referencia que tenían que ser igualados por los otros clubes”, afirma.

A medida que los gastos se acumulaban, la auditora KPMG escribió en repetidas ocasiones a la sociedad de Chipre A Corp Trustee Ltd, encargada de gestionar los fideicomisos que administraban el patrimonio de Abramovich. Según los documentos, KPMG pidió en al menos seis ocasiones una garantía de que la sociedad disponía de los fondos para mantener a flote al deficitario club.

En las seis ocasiones, un fideicomisario prometió que los fondos seguirían llegando. Primero, de Lindeza; y desde 2015, de Camberley International Investments, otra sociedad con sede en las Islas Vírgenes Británicas.

Una de esas cartas, enviada en septiembre de 2014, informaba a KPMG de que Lindeza había “aumentado la línea [de préstamos] a 1.150.000.000 libras [unos 1.300 millones de euros]”. El préstamo superaría los 1.400 millones de libras [unos 1.585 millones de euros] al final del reinado de Abramovich. KPMG no ha querido hacer comentarios.

A la UEFA, la autoridad del fútbol europeo, le preocupaba cada vez más el insostenible ritmo de gasto de los clubes que contaban con un benefactor detrás. “Dopaje financiero”, lo llamó en aquellos años el entrenador del Arsenal, Arsène Wenger.

El resultado de una revisión de políticas de la UEFA fue la introducción en 2011 del fair play financiero [FFP, por sus siglas en inglés], un sistema de reglamentaciones que, en teoría, frenaría el gasto. “Sin Abramovich y sin Sheikh Mansour [dueño del Manchester City] no habríamos introducido el fair play financiero”, dice Maguire. “Ellos cambiaron el negocio”, opina.

Una fuente cercana al Chelsea asegura que el club había actuado en todo momento de buena fe y de manera profesional; y que en “las transacciones y las interacciones entre el Chelsea y cualquier otro club había asesores profesionales externos, cuando así procedía, para garantizar el pleno cumplimiento de todas las leyes, normas y regulaciones”.

Cuando llegaron las regulaciones de la FFP, el “imperio romano” del Chelsea ya se había convertido en una máquina autosuficiente.

En 2022, cuando las sanciones británicas obligaron a Abramovich a vender el club, el ruso condonó los préstamos concedidos.

“La venta del Chelsea FC se llevó a cabo con la autorización del Gobierno del Reino Unido y antes de la imposición de sanciones nuestro cliente declaró cuando anunció la venta del club que la totalidad de los ingresos de la venta serían donados a una fundación benéfica”, escribieron sus abogados.

Abramovich había construido un gigante a su imagen y semejanza, un coloso de alcance mundial financiado por una fortuna amasada en el caos de la Rusia postsoviética y que hacía gala de un oportunismo despiadado para estar por delante de sus rivales.

Antes de que la guerra de Putin contra Ucrania convirtiera a Abramovich en persona non grata, ni las autoridades que regulan el mundo del fútbol ni los gobiernos del mundo hacían demasiadas preguntas. Cuando lo hicieron, el fútbol había cambiado para siempre.

Traducción de Francisco de Zárate

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