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The Guardian en español

Bernie Sanders y Jeremy Corbyn: las nuevas coaliciones de la izquierda

El candidato demócrata estadounidense Bernie Sanders y el líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn

The Guardian

Freddie Sayers —

En 2008, el frente de combate era distinto. La competencia entre Hillary Clinton y Barack Obama en las primarias demócratas separaba al partido demográficamente: los jóvenes guays votaban a Obama, igual que los de mayor nivel educativo y algunos de mucho dinero. Mientras que el fuerte respaldo que recibía Clinton provenía principalmente de gente mayor y de personas de raza blanca de clase trabajadora. La pelea era entre el idealismo sofisticado de Obama y el pragmatismo férreo de Clinton y la lucha se libró así de principio a fin.

Ocho años después, las tribus demográficas han cambiado. Otra vez, de forma abrumadora, los jóvenes guays prefieren cualquier cosa antes que Clinton. Esa opción tiene ahora la inesperada forma del senador Bernie Sanders, de 74 años. Pero lo nuevo y peligroso para Clinton es que esta vez Sanders también está atrayendo a la clase trabajadora de raza blanca. El ala Clinton tendrá que depender esta vez de las personas mayores, de los sectores más ricos y del voto de las minorías. El gran interrogante de esta campaña es saber si eso será suficiente o no para ganar la candidatura.

Las similitudes entre los respectivos fenómenos de Jeremy Corbyn y Bernie Sanders se ha mencionado en muchas ocasiones: dos socialistas viejos y malhumorados de la periferia política que, desde la década del 80, vienen pregonando lo mismo. De repente se dan cuenta de que, en sintonía con la década, están en boca de todos. Para sorpresa y deleite de los dos políticos, se los idolatra como si fueran los abanderados de un nuevo movimiento de izquierda.

Clinton puede consolarse pensando que a Sanders no le fue tan bien como a Corbyn: el británico ganó en todas las franjas de edad, pero a Sanders las personas mayores de 65 años no le dieron su apoyo en New Hampshire.

El análisis demográfico de sus respectivos partidarios ayuda a entender su éxito. En septiembre del año pasado, los medios de comunicación (y el Partido Laborista) repetían la explicación que atribuía la victoria de Corbyn a los usuarios de las redes sociales, jóvenes y muy influenciables, que le dieron su apoyo por seguir una moda y no por ser “verdaderos” miembros del Partido Laborista de clase trabajadora. Se decía que la culpa de que hubiera ganado era de los “Guardianistas” y los “Twitterati”.

Sin embargo, según una encuesta de YouGov (que en ese momento predijo la victoria de Corbyn con gran precisión), eso no era cierto. Sí, la Corbynmanía era un movimiento de jóvenes y de las redes sociales, pero también era un movimiento de la clase trabajadora. Como grupo, el “selectorado” (cuerpo que elige al candidato) que votó en la elección para presidente del partido estaba compuesto por personas de mayores ingresos y formación que el resto de la población. Pero dentro de esa votación, el grupo más “normal” era el de los partidarios de Corbyn.

Solamente el 26% de los que votaron a Corbyn tenía un ingreso familiar superior a 52.000 libras esterlinas (aproximadamente 66.000 euros), un porcentaje levemente inferior al 27% de habitantes del Reino Unido con esos ingresos. (Los partidarios de Andy Burnham, Yvette Cooper y Liz Kendall eran, de forma ascendente, los de mejor posición económica: el 29%, 32% y 44% de sus votantes venían de familias con ingresos superiores a 52.000 libras esterlinas). Así que fue Corbyn quien se quedó con los jóvenes guays y la clase trabajadora de izquierda.

Este es el mismo tipo de coalición que Clinton enfrentó la semana pasada en New Hampshire. El sondeo a pie de urna en el desempate entre Clinton y Sanders sigue el mismo patrón que los datos recopilados por YouGov en septiembre del año pasado durante la votación en el Reino Unido para elegir al líder del Partido Laborista (sumando en un sólo candidato imaginario los datos referidos a Cooper, Burnham y Kendall, los tres rivales de Corbyn, para facilitar la comparación con la pelea entre Clinton y Sanders).

En primer lugar, se trata claramente de una batalla de generaciones. En el Reino Unido y en EEUU se presenta el mismo patrón de los votantes con más años no demasiado convencidos por el candidato socialista insurgente. Este fenómeno es evidente en ambas votaciones, aunque más pronunciado en la contienda entre Sanders y Clinton. Aunque el patrón sea el mismo, Clinton puede consolarse pensando que a Sanders no le fue tan bien como a Corbyn: el británico ganó en todas las franjas de edad, pero a Sanders las personas mayores de 65 años no le dieron su apoyo en New Hampshire.

En segundo lugar, en ambas votaciones, los candidatos anti-establishment obtienen mejores números entre las personas de menor poder adquisitivo. Esto marca una diferencia con la votación del 2008, en la que Clinton triunfó sobre Obama en New Hampshire gracias a los votantes de menores ingresos. El estilo anti-establishment de Obama era más animado y aspiracional, y los votantes de menores recursos veían a Clinton como una opción más confiable (sin duda, la cuestión racial ayudó a construir esa imagen). Esta vez, al igual que en la votación para líder del Partido Laborista del año pasado, solo los grupos con mayores ingresos votaron por la opción del establishment.

De la misma manera que ocurrió con Corbyn el año pasado, a Sanders lo catapulta una mezcla muy potente de jóvenes usuarios de redes sociales y personas pobres y descontentas. La nueva generación de activistas está buscando apoyo para los socialistas entre grupos de todas las edades que en el pasado habrían votado a candidatos más a la izquierda si los hubieran considerado viables.

En ambos casos, un factor fundamental de esta tendencia ha sido la desintoxicación de las ideas propias de izquierda. La palabra socialismo se ha vuelto aceptable de nuevo. Para la generación de los millenial, tiene más en común con Suecia en un día soleado que con la tristeza soviética. Si bien un estudio reciente de YouGov en EEUU reveló que el único grupo claramente a favor del término es el formado por jóvenes de entre 18 y 29 años, en todas las franjas etarias hay minorías importantes a favor del concepto. Todos suman.

Hasta ahora, los grupos menos propensos a escuchar el mensaje de Sanders han sido los votantes de raza negra y los hispanos: representan el 30% del electorado y son el plan de emergencia de Clinton para detener el impulso de Sanders. La clave del plan de Clinton para la victoria es ahora el voto de raza negra, el grupo que en la anterior votación apoyó abrumadoramente a Obama.

Aquí es donde termina la comparación con Corbyn. New Hampshire es más parecida cultural y racialmente al Reino Unido que, digamos, Carolina del Sur y Nevada, los próximos estados donde se votará. Parece difícil ver a un hombre blanco y mayor de Vermont conectando con un votante urbano de raza negra que creció viendo y queriendo a los Clinton. Pero incluso si no logra esa conexión, la coalición al estilo Corbyn de Bernie Sanders puede hacerlo llegar a todos los rincones del país y convertir a esta campaña en una pelea mucho más reñida de lo previsto.

Freddie Sayers es editor en jefe y director digital de YouGov.        

Traducción de Francisco de Zárate

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