Bielorrusia en la encrucijada: ¿represión o revolución?
Para Alexander Lukashenko, que lleva un cuarto de siglo construyendo una imagen basada en la estabilidad política, no cabe duda de que los últimos acontecimientos y protestas cambiarán su escenario político y el de Bielorrusia, quizá para siempre. Aún no está claro si la nueva era que se abre tras las protestas traerá un cambio dinámico y un nuevo gobierno o, al contrario, una ola de represión sostenida y sangrienta.
A lo largo de los años, Lukashenko ha ofrecido a su pueblo en algunos aspectos una versión suavizada del sistema soviético. Ha primado, por poner un ejemplo comprensible, la producción de tractores o las cosechas de cereales por encima de la innovación y las libertades políticas. Su oferta política más importante siempre ha sido la estabilidad política y económica.
Lukashenko trató de apoyarse sobre este mensaje antes de que se celebraran las elecciones presidenciales del domingo pasado. Su descripción de Bielorrusia es la de una isla de estabilidad en un mundo azotado por las crisis económicas, el conflicto político y el coronavirus.
La magnitud del descontento de los últimos días pone de manifiesto que para muchos bielorrusos ese discurso ya no vale. Para asegurar su supuesta victoria aplastante, Lukashenko necesitó orquestar la que parece ser la manipulación electoral más descarada de la historia europea reciente.
Las autoridades bielorrusas creyeron que podían permitir que Svetlana Tikhanovskaya, esposa de uno de los candidatos de la oposición arrestados en los últimos meses, se presentara a las elecciones. Creyeron que eso daría visos de legitimidad al proceso electoral. Sucedió lo que el gobierno no esperaba. Tikhanovskaya se ha convertido en una contrincante formidable. Ha llegado a describirse a sí misma como un símbolo más que como una mera lideresa política. Ha prometido que si llegaba al poder convocaría elecciones de inmediato.
“Esto es un 'accidente' que puede suceder en una autocracia envejecida. Mientras [sus gobernantes] tratan de eliminar posibles competidores sólo se fijan en ciertas élites, en figuras que consideran pares”, dice Ekaterina Schulmann, politóloga rusa que trabaja para Chatham House, una institución de análisis.
El contraste entre dos visiones de Bielorrusia contrapuestas se puso de manifiesto durante la campaña electoral. Un Lukashenko enfadado que reñía a funcionarios de rostros sombríos se oponía con claridad a las manifestaciones de los partidarios de Tikhanovskaya, mucho más luminosas. Ella logró congregar multitudes incluso en ciudades pequeñas. En sus actividades se ha escuchado Changes, una canción publicada en 1987 por Kino, un grupo soviético de rock que compuso la banda sonora de una generación que peleó por su libertad.
“No se trata sólo de elegir a una mujer frente a un hombre o a un joven en lugar de una persona mayor. Se trata de una comunicación política diferente, de una relación diferente entre gobernantes y gobernados. La diferencia se percibe con claridad al comparar los discursos del presidente y del líder de la oposición”, dice Schulmann.
El descaro con el que se ha cometido un fraude electoral el domingo puede resultar contraproducente. Si Lukashenko hubiera pretendido ganar con un 55%, junto con una declaración de que escuchará al pueblo y desarrollará algún tipo de política de reconciliación nacional, habría limitado el enfado a los activistas políticos.
Pero no. Muchas personas que nunca habían protestado antes lo hacen ahora. Tampoco ayuda que Lukashenko llame a quienes participan en las protestas “ovejas manipuladas desde el extranjero”. “Hay un genio que ha salido de la botella y no volverá a entrar”, dice Gould-Davies.
El papel de Rusia a partir de ahora podría ser fundamental. En teoría, Rusia y Bielorrusia forman parte de una “unión”, aunque ninguna de las instituciones de esa unión se hayan materializado nunca. De hecho, Lukashenko teme que su país sea engullido por Rusia, mucho más grande.
Y, en lugar de mejorar, las relaciones con Moscú se han deteriorado aún más este año. A finales del mes pasado se produjo la extraña detención de 33 mercenarios rusos a los que se acusa de planear una revolución en el país. La situación es extraña. El domingo por la noche llegó a golpear a algunos corresponsales de medios de comunicación rusos controlados por el estado entre una amplia lista de periodistas agredidos.
En caso de que un Lukashenko debilitado logre sobrevivir, Rusia puede ver la oportunidad de aumentar el control sobre su vecino. El presidente Vladimir Putin no querrá ver cómo el líder de país vecino cae ante una revuelta popular. Tampoco que un aliado decida mirar hacia Europa.
Dentro del país, los próximos días pondrán a prueba tanto la resolución de los manifestantes como la lealtad de las estructuras represivas que Lukashenko ha construido. Dada la extensión de las protestas por todos los rincones del país, ¿tiene suficiente policía antidisturbios? ¿Se generalizarán las noticias que cuentan que en algunas localidades pequeñas la policía baja sus escudos frente a los manifestantes? ¿En qué medida Lukashenko cuenta con el apoyo de unas fuerzas armadas que nunca han participado en la represión?
“Depende de su propia burocracia. Ahora se enfrentan al dilema de decidir cuanto tienen que invertir para mantener a su líder en el poder o si, por el contrario, ya se ha convertido en una carga y resulta mejor para sus intereses deshacerse de él”, dice Schulmann.
Traducido por Alberto Arce
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