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La lucha de una escuela islámica de Indonesia para transexuales: “A Alá no le importa que seas trans”

Shinta Ratri, fundadora de la escuela islámica para transexuales, también ha sufrido en el ámbito religioso por haber nacido hombre. Facebook.

Sebastian Strangio

Yogyakarta (Indonesia) —

Igual que tantas mujeres devotas de Indonesia, cuando Shinta Ratri reza, lo hace vistiendo una mukena –un traje largo y suelto en el que suelen bordarse complejos y coloridos diseños–. Pero le resulta difícil hacerlo en la mayoría de las mezquitas públicas de Yogyakarta, una pequeña ciudad en la isla indonesia de Java. La razón, dice Shinta, es que cuando comenzó su vida ella era un hombre.

De acuerdo con Shinta, las personas trans en Indonesia tienen dificultades para orar en las mezquitas comunes, donde hombres y mujeres están separados. A menudo provocan reacciones violentas entre los asistentes.

Por ese motivo Shinta ayudó a fundar el Pondok Pesantren Waria al-Fatah, el único internado islámico del mundo dirigido a personas trans. “En la mezquita pública hacíamos que la gente se sintiera incómoda; necesitábamos un lugar seguro para que las mujeres trans rezasen”, dice.

Desde su fundación en el año 2008, el internado se ha convertido en refugio para las personas trans de toda Indonesia, el país con más musulmanes del mundo. “Aquí se puede estar con ropa de mujer o de hombre, depende de ti”, dice Shinta. “Depende de cómo te sientas mejor”.

En una zona de callejuelas estrechas dentro de un tranquilo barrio de Yogyakarta, la escuela tiene su sede en un joglo del siglo XIX, una casa tradicional javanesa de madera que alguna vez perteneció a la abuela de Shinta. Las paredes están pintadas de verde brillante. Fuera, en el patio, los gatos callejeros escarban y la colada ondea con la brisa.

La escuela tiene unos 40 miembros, en su mayoría de la comunidad LGTB. A diferencia del resto de internados islámicos, donde los estudiantes están entre la adolescencia y los primeros veinte años, las estudiantes de esta escuela suelen ser más mayores. Entre ellas, hay cuatro mujeres trans que viven todo el año en el recinto.

Una de ellas es Yumi Sara, de 50 años. Vive en el internado desde el año 2010 y trabaja en temas de sida en Yogyakarta. “A Alá no le importa que seas homosexual, trans o lo que sea”, dice mientras da unas caladas de un cigarrillo perfumado y suena la llamada vespertina a la oración desde las mezquitas cercanas. “La persona trans es una hermosa criatura creada por Alá”.

Según Mario Prajna Pratama, presidente de Plush, una organización local por los derechos LGTB, “montar un lugar como este es hacer una declaración”. “Es algo así como: si no quieres permitirnos el acceso a la oración, crearemos la nuestra”, dice.

En indonesio, a las personas trans se las conoce como waria, una combinación de la palabras indonesias para mujer (wanita) y para hombre (pria). Si bien los waria no son nada nuevo en la cultura javanesa, se enfrentan a una discriminación constante y a menudo son empujados hasta los márgenes de la sociedad.

Amenazas y falta de protección

Rechazados por los muchos empleadores que exigen a sus solicitantes de trabajo identificarse como hombre o como mujer, muchas personas trans encuentran ocupación en el mundo del arte, como bailarines tradicionales, como artistas callejeros o en empleos más peligrosos y marginales como el del trabajo sexual.

Además de celebrar oraciones semanales y lecturas coránicas, Shinta visita a menudo los campus para educar a los jóvenes en temas LGTB. Pero la creciente visibilidad del movimiento de derechos LGTB ha provocado una violenta reacción entre los conservadores políticos y religiosos. La homosexualidad y la transexualidad no son ilegales en Indonesia, pero el año pasado se produjo un aumento de la retórica y de las acciones de las autoridades contra el colectivo LGTB.

A principios de noviembre la policía irrumpió en una sauna muy popular entre los homosexuales de Yakarta, la capital indonesia, y arrestó a 51 personas. Aunque casi todos fueron puestos en libertad poco después, cinco fueron detenidos por violar las ambiguas leyes contra la pornografía de Indonesia. En mayo, una redada similar había terminado con más de 140 arrestos.

La Asociación Psiquiátrica de Indonesia ha llegado a decir que las personas trans tienen trastornos mentales y el parlamento del país está debatiendo ahora una ley para prohibir que haya personajes LGTB en los programas de la televisión nacional. En mayo, dos hombres homosexuales fueron azotados en público en la conservadora provincia de Aceh por violar la sharía de la región, que prohíbe la homosexualidad.

Al igual que con la campaña fundamentalista que llevó al encarcelamiento de Ahok (el exgobernador de Yakarta) por cargos de blasfemia, Pratama dice que la política anti-LGTB se ha convertido en un tema unificador para los conservadores: “Para que se unan, necesitan un problema, ¿qué puede hacer que se unan? Una de las cosas es la comunidad LGTB”.

El Pondok Pesantren Waria al-Fatah no ha salido indemne de esta reacción. En febrero de 2016, la escuela se vio obligada a cerrar durante cuatro meses tras amenazas violentas de grupos conservadores, entre ellos un grupo de vigilantes locales llamado Front Jihad Islam (FJI). Shinta dice que accedió a cerrar la escuela temporalmente cuando se dio cuenta de que las autoridades locales no respondían a sus pedidos de ayuda.

Según Abdurrahman, líder de la FJI, el internado viola los preceptos islámicos. “En el Corán se dice que los hombres no deben comportarse como las mujeres”, dice en su casa, a las afueras de Yogyakarta. “Es una violación de la sharía”.

Pero muchos vecinos apoyan al internado y su misión. Uno de ellos es Arif Nuh Safri, un profesor religioso (ustadh) del Instituto de Estudios Coránicos a las afueras de Yogyakarta. En la escuela, Arif trabaja como voluntario con sesiones de oración y lecturas coránicas. Él cree que todo el mundo tiene derecho a acceder a las verdades religiosas. “Cuando hablamos de religión, hablamos de humanidad ”, dice. “Si hablamos de religión pero no respetamos a la humanidad, no tiene sentido”.

Traducido por Francisco de Zárate

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