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The Guardian en español

Los misiles de Occidente en la carnicería de Siria no nos llevarán a ningún buen desenlace

Vista general de una calle en ruinas en Duma, Guta Oriental, cerca de Damasco (Siria) este lunes 16 de abril de 2018

Owen Jones

He aquí lo que pasó cuando se preparaba el terreno para las calamitosas y criminales intervenciones en Irak y en Libia. “¡Tenemos que hacer algo!”, gritaron los más belicosos. Los que se opusieron a estas guerras terminaron en el banquillo de los acusados y tuvieron que enfrentarse al desprecio de los fiscales: “¿Qué alternativa propones?”.

Nos acusaron de permanecer impasibles ante las atrocidades más horribles y de ser los tontos útiles de Sadam Husein y Muamar Gaddafi, a los que nunca habíamos apoyado, a diferencia de muchos de los belicistas.

¿Qué pasó después? Irak quedó reducido a un campo de exterminio, con cientos de miles de muertos, millones de heridos, traumatizados o desplazados. A continuación tuvo lugar una conflagración sectaria; el Estado Islámico y otros extremistas emergieron. En cuanto a Libia, quedó reducida a un sangriento caos, un caldo de cultivo para yihadistas asesinos.

Pese a todo ello, los políticos que orquestaron la guerra y sus cómplices en la construcción de un estado de opinión que permitiera justificar una intervención siguen siendo tratados como hombres y mujeres de Estado moderados: realistas, firmes, los habitantes sensibles de “un mundo real”.

En un mundo justo, todos y cada uno de ellos caerían en desgracia y serían expulsados de la vida pública y se convertirían en unos parias. En cambio, desfilan por las cadenas de televisión y se les da espacio en columnas de periódicos de prestigio para que puedan incitar a nuevas intervenciones militares en Oriente Próximo, sin que tengan que avergonzarse y sin que nadie cuestione su sangriento historial.

Y ahora vuelven a las andadas. Nada justifica que carguen contra Siria. Podemos decir que esta afirmación es literal: no se han presentado cargos contra el país. ¿Cuáles serían los objetivos de un ataque? ¿Cuál sería la extensión de la operación? ¿Y los objetivos estratégicos? ¿Qué consideraríamos un resultado exitoso? ¿Cuáles son las posibles consecuencias adversas, cuestiones menores como una escalada masiva del sangriento conflicto bélico en Siria o una guerra contra Rusia, ya saben, ese tipo de minucias? ¿Y cómo las evitamos?

Todas estas reflexiones solo nos distraen de lo verdaderamente importante, porque es necesario hacer algo y todo aquel que diga lo contrario es un alma sin corazón que permanece impasible ante las atrocidades o es un mero títere de Asad, o ambas cosas.

Una vez más, somos nosotros, los que nos oponemos a la guerra, los que tenemos que sentarnos en el banquillo de los acusados, y somos cuestionados por unos medios de comunicación que, una y otra vez, no son capaces de cuestionar la desastrosa política exterior occidental. La historia se repite, observó Karl Marx, “primero como tragedia, luego como farsa”.

Asad es un dictador monstruoso responsable de los crímenes más atroces. Soy consciente de la verdadera naturaleza del régimen sirio. Sin embargo, cualquier intervención militar lo perpetuará en el poder, salvo que Occidente tenga en mente una invasión a gran escala y una guerra con Rusia, lo que me parece improbable. Se supone que un ataque militar lo disuadirá de usar armas químicas contra su población. Este fue el resultado prometido cuando Trump envió docenas de misiles contra la base aérea de Shayrat en abril del año pasado: eso no ocurrió, y aquí estamos de nuevo.

Algunos progresistas se llevaron las manos a la cabeza cuando Donald Trump ganó las elecciones, y afirmaron que tener a un ególatra autoritario como el hombre más poderoso del mundo era una amenaza para la paz mundial. Incluso llegaron a afirmar que era el Mussolini o el Hitler de nuestros días. Ahora que quiere lanzar bombas, de repente lo vitorean.

El conflicto en Siria se presenta a menudo como un caso de estudio de una no intervención desastrosa. Esto es una mentira asquerosa. Durante años Siria ha sido un campo de batalla para las potencias extranjeras, desde Rusia hasta los países del Golfo. Los Estados Unidos han estado bombardeando el país y suministrando armas a los rebeldes. Nuestros estados-clientes, las dictaduras de Arabia Saudí y Qatar, han inyectado armas y miles de millones de dólares en el conflicto para apoyar a grupos extremistas que son responsables de muchas atrocidades.

¿Qué hemos logrado, aparte de una escalada del conflicto y bolsas de cadáveres? Los más belicistas deberían ser, al menos, honestos. En verdad lo que quieren decir no es que no hemos intervenido. Lo que quieren decir es que no hemos intervenido lo suficiente. Una mayor presencia de misiles de Occidente en la carnicería de Siria no nos llevará a ningún buen desenlace. Una alianza militar con Trump en Siria solo provocará una escalada de este horrible conflicto. Y, a diferencia de los políticos y los analistas que nos ensuciaron en el lodazal de Irak y Libia, los ciudadanos del Reino Unido lo saben.

Traducido por Emma Reverter

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