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OPINIÓN

Los republicanos han aislado a la presunta víctima sexual del juez Kavanaugh, pero lo pagarán

Christine Blasey Ford, una de las denunciantes de abusos por parte del juez nominado al Tribunal Supremo Brett Kavanaugh, en su comparecencia ante el Senado.

Jill Abramson

Igual que Clarence Thomas –otro juez del Supremo que fue acusado de abuso sexual– antes que él, Brett Kavanaugh se cubrió con el manto del victimismo. “Habéis reemplazado el consejo y el consentimiento por una estrategia de buscar y destruir”, señaló el candidato en su comparecencia ante el Comité Judicial del Senado, caracterizada por la exageración y la indignación.

Fue una representación indignante en absoluto contraste con la dignidad y la credibilidad que emanó la Dra. Christine Blasey Ford. Pero probablemente resultó efectiva. Como era de esperar, desde la Casa Blanca el presidente Trump dijo haber quedado encantado.

Yo estuve presente en la audiencia del Comité Judicial del Senado en 1991, cuando testificó Anita Hill –quien acusó al juez Thomas–, y al ver las audiencias por televisión el pasado jueves quedé pasmada por las similitudes. Una de las más reveladoras fue que el juez Kavanaugh, igual que Thomas, aseguró no haber escuchado el testimonio de su acusadora, la Dra. Ford. Desde el comienzo, su estrategia fue la negación categórica, antes siquiera de que la Dra. Ford hubiera dicho una palabra de su testimonio.

Esta estrategia de negación categórica le funcionó de maravilla a Thomas en 1991. Y puede volver a salir bien, a menos que algunos republicanos como Susan Collins, Lisa Murkowski o Jeff Flake demuestren que tienen conciencia. La audiencia del jueves, en la que la Dra. Ford fue una acusadora solitaria, estuvo diseñada para acabar en un callejón sin salida. Mi palabra contra la tuya. Igual que sucedió con las audiencias de Hill y Thomas. Y, al igual que hizo Clarence Thomas, el juez Kavanaugh disfrutó de la ventaja de tener la última palabra.La misma audiencia amañada y, posiblemente, el mismo resultado.

En algunos aspectos, la audiencia del jueves fue peor que la del caso Thomas. Aunque los republicanos se cuidaron de no atacar a la Dra. Ford directamente y se escondieron bajo la falda de la llamada “asistente mujer” que contrataron para realizar las preguntas, montaron una gran mentira sobre la Dra. Ford.

Los republicanos construyeron la falsa teoría de que la Dra. Ford era parte de una conspiración demócrata que busca sacar de carrera al conservador elegido por Trump para el Tribunal Supremo. Es una acusación bochornosa, sin ningún fundamento, casi tan terrible como cuando los republicanos en 1991 intentaron acusar a Hill de ser una mujer lasciva que había inventado todo. La verdad es que la Dra. Ford salió a hablar de forma reticente y sin objetivos partidistas.

Ruth Mitchell, la fiscal de delitos sexuales que realizó el interrogatorio a la Dra. Ford en nombre de los republicanos, no añadió nada de valor. Sus preguntas parecían no tener sentido. Lo que hizo fue ejercer de escudo de los senadores republicanos que no querían arriesgarse a alienar a las votantes femeninas con preguntas agresivas o inapropiadas. No querían parecer igual de ignorantes que el comité judicial de 1991, que estuvo todo conformado por hombres.

Sin embargo, el presidente Charles Grassley parecía estar compitiendo por un premio a la ineptitud y la torpeza. Con la mujer sentada frente a él, este republicano de Iowa ni siquiera reconoció su presencia cuando al inicio de las audiencias comenzó con una incoherente letanía de quejas.

El momento sobresaliente del día fue el testimonio conmovedor y absolutamente creíble de la Dra. Ford. Mientras ella relataba su historia, en más de un momento pensé en Anita Hill. Las mujeres que dicen la verdad se visten de azul.

El tiempo pareció detenerse cuando le preguntaron a la Dra. Ford cuán segura estaba de las acusaciones que estaba haciendo. Sin dudar, ella respondió: “100% segura”.

Ella dijo estar “aterrorizada”, pero lo que causó una poderosa impresión fue su determinación, su humanidad y su franqueza. Su formación en psicología y trauma le ayudaron a apuntalar la importancia de ciertos recuerdos persistentes, como el sonido de la risa de Kavanaugh y su cómplice, Mark Judge, cuando supuestamente la atacaron, saltando encima de ella e intentando quitarle la ropa.

“Imborrable en el hipocampo”, explicó ella, con un medido distanciamiento que le hacía aún más convincente. “Esa risa, esa risa fuerte de ellos dos, divirtiéndose a mi costa”.

A lo largo y ancho de Estados Unidos, las mujeres lloraban en sus coches, en sus oficinas o se manifestaban a las puertas del Senado, mientras la Dra. Ford relataba cómo temió por su vida cuando Kavanaugh, entonces un adolescente, intentó violarla.

La historia ya la conocíamos, pero fueron los recuerdos tan detallados y fáciles de visualizar de la Dra. Blasey Ford los que la hicieron una testigo tan imponente y convincente. Ella hizo que el terror que sintió en aquella fiesta hace muchos años en la que fue atacada se transmitiera de forma palpable y creíble.

Al negarse a ordenar una investigación del FBI, a citar a Mark Judge para declarar y a escuchar a las otras mujeres que han salido a hablar en los últimos días con acusaciones similares contra el juez Kavanaugh, lamentablemente la Dra. Ford pareció una acusadora solitaria. Esta es una parte esencial de la estrategia republicana, igual que lo fue en 1991.

Anita Hill también tenía testigos que corroboraban su acusación. Había otras mujeres que habían trabajado para Clarence Thomas y tenían acusaciones similares. Pero sus testimonios nunca salieron a la luz. Aislar a Hill como una acusadora solitaria era vital para salvar a Thomas, igual que aislar a Ford es la única forma de que la nominación de Kavanaugh sobreviva.

Los republicanos dicen presionarán para llevar a acabo en los próximos días la votación para ratificar o no al juez. Se arriesgan a desencadenar reacciones negativas en los votantes, especialmente en las mujeres, que saben que Ford dice la verdad. En 1991, la furia que despertó la forma en que trataron a Hill en el Comité Judicial del Senado ayudó a que varias mujeres fueran elegidas senadoras. Este grupo se hizo llamar 'la clase de Anita Hill'.

Es probable que la clase de Christine Blasey Ford sea mucho más numerosa. Por supuesto que es lamentable que el precio de esto sea que un hombre que claramente no tiene la conducta que requiere el puesto acabe siendo nombrado en el Supremo de forma vitalicia.

Cualquier mujer que haya sido maltratada, ninguneada, vilipendiada o peor sabe exactamente por qué Christine Blasey Ford fue a Washington a contar la dolorosa verdad. Yo también lo sé.

Traducido por Lucía Balducci

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