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Vida y muerte en una de las ciudades más violentas de Ecuador: “Hay balas a diario”

Unos hombres pasan junto a un grafiti con el nombre de una de las bandas criminales que operan en Durán, Ecuador.

Tom Phillips / Blanca Moncada

Durán (Ecuador) —

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Luis Chonillo se dirigía a jurar el cargo como alcalde de una de las ciudades más violentas de Ecuador cuando unos pistoleros atacaron su comitiva para matarlo. “Me quedan dos minutos de vida”, recuerda haber pensado el político de 39 años mientras se encogía de miedo en el baño de una casa a la que entró corriendo. El 15 de mayo de 2023, aquel tiroteo terminó con la vida de un transeúnte y de dos policías que hacían de guardaespaldas. Chonillo huyó al extranjero con su familia, que todavía no ha regresado a Ecuador, y los asesinos no han sido capturados.

Ocho meses después, mientras Ecuador se tambalea por uno de los peores brotes de violencia de su historia reciente, Chonillo sigue sin poder ocupar el despacho del ayuntamiento azul celeste de Durán. “Me digo que soy un alcalde nómada”, dice desde una casa segura “en lo profundo de las montañas” de Ecuador. “Hoy puedo estar en una ciudad y mañana en otra, nunca paso más de dos noches en el mismo lugar... Tengo escolta policial y la mayor parte del tiempo trabajo por Internet”, añade. “Desde mi primer día [en el cargo] no he podido sentarme en la silla del alcalde ni una sola vez, ni una sola vez, solo he ido al ayuntamiento en dos ocasiones”.

La opinión pública mundial ha presenciado el vertiginoso descenso de Ecuador a la violencia del narcotráfico tras el estallido de la semana pasada y el asesinato del candidato a la presidencia Fernando Villavicencio en 2023. Pero para las cerca de 300.000 personas que viven en este municipio de la costa del Pacífico, el derramamiento de sangre sin fin no es ninguna novedad. “El año pasado perdí a cuatro amigos”, cuenta una vecina, enfermera, que pide mantener el anonimato.

En voz baja, la mujer cuenta cómo uno de sus amigos más antiguos murió durante un tiroteo a pocos cientos de metros de su casa. En un colegio cercano, los criminales tiraron un cadáver delante de la puerta. A un niño le dispararon dentro de su casa. “Es horrible, por todas partes ves gente armada, robando a otras personas; todos los días muere alguien, hay balas a diario, se oyen explosiones y disparos... Ha muerto tanta gente”, dice.

Un punto estratégico

Siguen sin conocerse las causas exactas del caos que se desató la semana pasada tras la desaparición del famoso líder de una banda. Pero en el corazón de la tragedia de Durán, y de todo el país, está el tráfico de grandes cantidades de cocaína sudamericana a Europa.

Separada por el río Guayas de Guayaquil, la principal ciudad portuaria de Ecuador, Durán es un punto estratégico para los cargamentos de droga, cuyo control se disputan las bandas del país, cada vez más poderosas y despiadadas, con el apoyo de organizaciones delictivas de otros países, entre las que hay dos cárteles mexicanos. Según los expertos, la cocaína procedente de Colombia y Perú, los dos mayores productores del mundo, se manda camuflada desde Guayaquil en cajas de plátanos, piñas y gambas que tienen como destino los puertos de Europa y Estados Unidos.

El año pasado, al menos 407 personas fueron asesinadas en Durán por bandas como los Latin Kings y Los Águilas, convirtiendo a esta desconocida ciudad ecuatoriana en una de las más violentas del planeta, al mismo nivel que las mexicanas Colima y Tijuana, famosas por el número de asesinatos que se cometen en ellas. “La violencia que estamos viviendo no es normal”, admite el alcalde de Durán, que atribuye el derramamiento de sangre a una combinación nociva de ubicación estratégica y pobreza, un “caldo de cultivo” para bandas que se aprovechan de adolescentes y jóvenes sin trabajo.

Sumidos en la pobreza, muchos jóvenes se han visto empujados a una vida de delincuencia tras el devastador impacto económico generado durante los años de la COVID-19, cuando se desbordaron las morgues de Guayaquil y los cadáveres terminaron abandonados en las calles. Otro factor es el acuerdo de paz firmado en 2016 entre el Gobierno de la vecina Colombia y los rebeldes de las FARC, que controlaban las rutas de tráfico de drogas en el norte de Ecuador. Su disolución hizo que volvieran a estar disponibles para el que lograra hacerse con ellas.

“La policía es el enemigo”

La existencia de las bandas ha convertido los barrios pobres de Durán y Guayaquil en zonas vetadas para los que no son de allí. El presidente ecuatoriano, Daniel Noboa, dijo la semana pasada que son “grupos terroristas” y deben ser “neutralizados” por las fuerzas armadas.

El sábado pasado, un escuadrón de la Policía fuertemente armado ofreció a The Guardian una visita a Socio Vivienda, un deteriorado complejo de viviendas de Nueva Prosperina, el barrio más violento de Guayaquil o la versión ecuatoriana de Ciudad de Dios, la famosa favela de Río de Janeiro. Está controlado por el mafioso conocido como 'Comandante Willy', un ex guardia de prisiones que también es líder de la banda Los Tiguerones. Las paredes están pintadas con el lema del grupo, “Dios, paz, libertad”, y otros mensajes, como “Activos 24/7”.

Tras una serie de ataques en 2023, en la que murió una agente de policía, las tres pequeñas comisarías de la comunidad han sido fortificadas con barricadas de acero y sacos de arena. Durante el estallido de violencia que Ecuador sufrió a principios de la semana pasada, los sicarios de las bandas asaltaron una de esas comisarías saqueando sus dependencias, destrozando la cámara de seguridad y rociando las paredes con balas. Otro grupo, al parecer de la misma comunidad, asaltó la cadena TC Televisión, de Guayaquil. Antes de que la policía lograra detenerlos, tomaron a sus periodistas como rehenes.

Este miércoles, ha sido asesinado, precisamente, el fiscal César Suárez, encargado de interrogar a los 13 detenidos por asaltar el canal de televisión TC y retener a varios de sus trabajadores el pasado 9 de enero.

“Para la policía, esto es una zona de guerra, aquí la policía es el enemigo”, dice a los periodistas el teniente Jorge Alexander Masache Novillo, de 29 años, mientras enseña los restos del local. Sobre el mostrador de una recepción destrozada, un cartel pide a los vecinos que denuncien los delitos. Pero el único visitante de la comisaría es un perro sarnoso que deambula por el edificio sin vigilancia. Fuera se oyen las motos de los vigilantes de las bandas.

Masache asegura que sus agentes han recuperado el control de los bloques de viviendas tras los disturbios de la semana pasada. En un grupo de pisos de cuatro plantas la policía ha pintado su propio mensaje sobre la pared: “Policía Nacional. Unidos por la paz”.

“Nos libraremos de esta pesadilla”

Masache confía en concienciar a los consumidores de drogas en Europa y Estados Unidos. Que sean conscientes de la violencia que su hábito está alimentando, que entiendan que su consumo de cocaína está contribuyendo a sumir en el caos a esta comunidad y a otras similares, dice. “Hemos visto cuerpos decapitados, descuartizados, colgados de puentes... Tienen una infinidad de formas de matar a la gente para asustar a las bandas rivales. Han copiado el modelo mexicano, con niveles de violencia brutales, despiadados”, dice Masache.

Al otro lado del río, la enfermera de Durán confía en que Noboa sea capaz de cambiar las tornas aplicando mano dura en una situación que el propio presidente compara con guerra. En las más de 15.000 operaciones que hasta ahora se han ejecutado por todo el país, el Gobierno afirma haber detenido a 1.534 personas y matado a cinco “terroristas”.

Chonillo, el alcalde de Durán, también se muestra desafiante. En su opinión, el país superará el desastre de las drogas del mismo modo que superó uno de los peores brotes de coronavirus sufridos por América Latina. “Estoy seguro, tengo fe y tengo la convicción de que más temprano que tarde nos libraremos de esta pesadilla y la sociedad recordará todo esto como parte de un pasado oscuro”, dice.

Pero el alcalde itinerante de Durán dice que por el momento no tiene otra opción que gobernar a distancia, celebrando las reuniones con los funcionarios por Internet y haciendo viajes subrepticios a la ciudad donde fue elegido. “No he dejado de ir pero no se lo digo a nadie. Un día puedo estar durmiendo en otra ciudad, y al día siguiente hago un viaje de inspección para visitar una obra pública, pero luego me voy inmediatamente. No puedo quedarme mucho tiempo y no puedo decirle a la gente que voy”.

La enfermera se ha planteado abandonar la urbanización donde vive en Durán, controlada por las bandas, pero no tiene el dinero que hace falta. El año pasado, los ecuatorianos huyeron en números récord hacia el norte, hacia Estados Unidos, a través de la peligrosa selva del Darién que une Colombia con Panamá. “Si el Gobierno no toma las medidas adecuadas, aquí no hay futuro, ni para mí ni para mis hijos”, dice la enfermera, que defiende a Noboa en su ataque a las bandas. “Durán está completamente solo”.

Traducción de Francisco de Zárate.

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