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Hablar no basta: las conversaciones tienen sus secretos (y se pueden aprender)

23 de julio de 2025 16:47 h

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Conversamos todo el día, casi sin darnos cuenta, pero pocas veces nos detenemos a mirar cuántos tipos de conversación existen y cómo cada una afecta directamente lo que vivimos.

Las hay que nacen desde una emoción fuerte: la rabia, la tristeza, la impotencia… y sin darnos cuenta esa emoción es la que domina todo nuestro relato. Son conversaciones que llamamos de descarga, donde lo que buscamos no es tanto resolver algo o que el otro nos aconseje, sino liberar lo que llevamos dentro. Del otro, aunque no lo digamos, solo queremos que nos escuche, nos comprenda, y si puede ser, que nos dé la razón, aunque no la tengamos. Y lo mejor que puede hacer el otro es precisamente eso, escuchar y solo escuchar sobre todo si estamos enfadados, porque incluso biológicamente nuestro cerebro no está preparado para escuchar o razonar.

Otras veces, la conversación es para recordar. Lo hacemos al reencontrarnos con una amiga de toda la vida, al repetir anécdotas familiares o al escuchar a una persona mayor contar por enésima vez aquella historia. Hace poco el hijo de una amiga le cortaba la conversación con un “¡mamá! ¡otra vez esa historia!”. Por lo bajines le dije “mírale la cara, al contarlo está reviviendo el momento y disfrutándolo de nuevo, porque recordar significa ”re-“ (de nuevo) y ”cordis“ (corazón) es decir, ”volver a pasar por el corazón.

También hay conversaciones que preparamos antes de que sucedan. Porque sabemos que necesitaremos hablar con alguien —una pareja, un jefe, un hijo— y no queremos improvisar. Entonces pensamos, ensayamos, anticipamos respuestas. A veces incluso buscamos a alguien que nos escuche antes, para aclararnos o calmarnos porque anticipamos que la conversación puede tomar derroteros a los que no queremos llegar porque pueden causar rechazo, dolor, distanciamiento. Solemos llamarlas conversaciones difíciles, y de cómo tenerlas para lograr nuestros propósitos hablaremos otro día.

En el ámbito laboral, por ejemplo, abundan las conversaciones para coordinar acciones. Sin ellas, las tareas no fluyen, los equipos se desorganizan y los malentendidos se acumulan. También le dedicaremos algún artículo específico porque hay mucho que aprender sobre ellas.

Otra conversación que tiene mucha importancia en nuestra vida es la privada, aquella que nuestro cerebro no cesa en ningún momento, la que tenemos con nosotros mismos y que habitualmente callamos. Si algún lector es coach, sabrá que allí es donde queremos llegar con nuestras sesiones. En esas palabras silenciosas está el alma, nuestra esencia, lo que nos moviliza.

Están también las conversaciones que tienen que ver con nuevas personas en nuestra vida; un nuevo compañero de trabajo, una nueva familia política, personas que vienen a nuestra vida para quedarse. En esos primeros intercambios ponemos mucho esfuerzo en causar una buena impresión, cuando en realidad lo que más nos acerca a ellos no es hablar ni mostrarnos, sino escuchar, de forma activa, con interés.

Hay conversaciones que parecen pequeñas y, sin embargo, sostienen la vida social: los saludos, las felicitaciones, las fórmulas de cortesía. Hay gente que las desprecia, pero ellas cumplen un rol de pertenencia y de cuidado.

No todas las conversaciones son agradables ni fáciles. Algunas evitan lo esencial, otras ocultan, otras hieren sin querer. Pero todas, absolutamente todas, nos dicen algo de quiénes somos, de lo que queremos, de cómo nos relacionamos. Distinguir los distintos tipos de conversación nos ayuda a elegir mejor cómo queremos estar en ellas.

Porque la vida, al fin y al cabo, es eso: una sucesión de conversaciones. Algunas cambian el curso de nuestra historia. Otras solo nos dejan una sonrisa. Pero todas cuentan. Y de todas podemos aprender.

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