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Visitando el Palacio de Longoria con Madrid Otra Mirada Literario

Somos Chueca

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El viernes 3 de mayo Somos Chueca tuvo la oportunidad de visitar, gracias a Madrid Otra Mirada Literario, uno de los edificios más emblemáticos del barrio: el Palacio de Longoria. Todo un lujo poder acceder al interior de un espacio reservado a los socios, visitas en grupo (para las que hay una lista de espera de dos años) e iniciativas culturales puntuales como MOM.

Situado en la confluencia de las calles Fernando VI y Pelayo, el Palacio de Longoria o La Tarta no solo llama la atención en nuestros tiempos sino que, desde su construcción entre 1902 y 1904 por encargo del banquero Javier González Longoria, siempre ha fascinado a los paseantes.

Obra del arquitecto José Grases Riera, es uno de los pocos edificios modernistas que se levantaron en Madrid, aunque según los expertos no termina de encajar por completo con el estilo modernista, más anárquico y libre, poco amante de la simetría y de las formas rectas, que predominan en el edificio.

La principal particularidad de este edificio era su doble uso: mientras la parte inferior estaba pensada para albergar las oficinas e instalaciones del banco de Oviedo, en la planta superior se ubicaba la residencia particular del presidente de la entidad y su familia.

Entre sus elementos más singulares y espectaculares: una escalera imperial circular de mármol blanco, sustentada por una estructura y grandes columnas de hierro forjado con una elaborada barandilla de bronce ornamentadacon girasoles de vidrio emplomado y coronada por una cúpula de cristales de colores vibrantes (que se algunos autores atribuyen a la Casa Maumejean, aunque no existen pruebas que lo ratifiquen) y las dos monumentales palmeras que soportan los miradores que cierran los extremos del patio interior.

A lo largo de su historia ha pasado por varios propietarios, que han ido adaptándolo a sus necesidades  realizando modificaciones en el proyecto original. La primera de ellas del arquitecto Francisco García Nava, que por encargo del nuevo propietario del inmueble, Florestán Aguilar, presiente de la Compañía Dental Española, acometió una reforma en torno a 1912.

También compró la casa anexa de la calle Pelayo, ocupada hasta entonces por vecinos. Como consecuencia de esta ampliación, Aguilar se quedó con el garaje, que daba al jardín, y en 1915 invitó a su amigo el pintor Julio Romero de Torres a instalar su estudio en la cochera, uso que se mantuvo hasta 1929.

En 1946, los herederos vendieron el inmueble a Construcciones Civiles, que volvió a reformarlo para darle más valor a la operación inmobiliaria y, cuatro años más tarde, lo compró su actual titular: la Sociedad General de Autores de España (SGAE), que encargó a Carlos Arniches Moltó una nueva transformación.

Posteriormente, en 1992, se realizó una rehabilitación integral de los interiores y una restauración de la fachada —muy deteriorada en ese momento—, obra de Santiago Fajardo y Ángeles Hernández-Rubio Muñoyerro.

Ladrillo y cemento

Aunque aparentemente la fachada principal está realizada en piedra, la realidad es muy diferente, pues el edificio está levantado en ladrillo, que se recubrió de una mezcla de cemento y arena silícea, rematada con una capa de estuco, mucho más económica y fácil de trabajar, pues permitía hasta el uso de moldes que no solo reducían su coste, sino que agilizaban la construcción.

Una técnica que se repite en otros elementos ornamentales del interior. La decoración exterior que da al patio interior se completó con algunos mosaicos con la técnica del trencadís, formados con fragmentos de cerámica y muy utilizados en la arquitectura modernista catalana.

En la parte posterior a la escalera se abre el jardín flanqueado por dos galerías, hoy acristaladas, en las que destacan dos grandes columnas con forma de palmera, realizadas en hierro jorjado, que no solo cumplen una función ornamental, sino que sirven de apoyo al piso superior.

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