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El payaso Eduardini y sus siete artistas de baja estatura: de “los artistas del estiércol” al cine de Ingmar Bergman

Eduardini con su compañía

Luis de la Cruz

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Poca gente recuerda el nombre de Eduardo Gutiérrez Almela (1902-1982), pero Eduardini, el artístico, ha pasado a la historia del circo, al callejero de San Sebastián de los Reyes y al repertorio del anecdotario madrileño del siglo XX, a veces solo y a veces acompañado de una troupe de artistas de pequeña estatura con la que compartía pista.

Gutiérrez Almesa nació en el número 36 de la calle Salitre, en Lavapiés. Su familia tenía relación con la guarda y arreglo de coches de caballos y la trata de estos animales. A diferencia de otros compañeros de profesión, no provenía de una familia de tradición circense, aunque podríamos decir que fundó su propia dinastía, pues varios de sus siete hermanos pequeños se dedicaron a ello, al igual que algunos de sus sobrinos e hijos.

Muchos payasos provenían de los barrios populares. Lo saben bien en Vallecas, donde tienen calles dedicadas a Mariano Carpi y su mujer Teresa Lloret –Los Carpi– fundadores de una dinastía. Es el caso de Eduardini, su familia es originaria, como hemos dicho, del barrio popular de Lavapiés y se interesó por las artes circenses cuando se mudaron a Tetuán, en el extrarradio madrileño, pues en sus solares sin urbanizar acampan zíngaros, con sus animales, y pululaban artistas circenses.

Era habitual que los jóvenes de barrio que quedaban prendados del mayor espectáculo del mundo aprendieran el oficio y comenzaran a actuar en las calles, para luego conseguir acceder a las pistas. De esta forma, el joven Eduardo aprendió los resortes de la comicidad y la disciplina acrobática practicando en La Casa de Labor, un solar para caballos de La Moncloa también conocido como “los artistas del estiércol”.

Las hemerotecas han dejado rastro de otro Eduardini, un clown que actuaba en las pistas de los circos a principios de siglo, en el que seguramente se inspiró Eduardo Gutiérrez para italianizar su nombre. Nuestro Eduardini debutó en la verbena de Atocha con el Circo Ruso a espaldas de su familia en 1921 y hacia 1925 ya ejercía la profesión por los pueblos con otros titiriteros. Su nombre comienza a ser muy frecuente en los viejos recortes de época en los años veinte y treinta, donde le encontramos trabajando con distintas parejas (Rosina, Elestico, Pocholito y otros).

Pero el joven Eduardini aprendió todo sobre ser augusto de soirée de Machuca, un payaso importante de la época. En el anuncio de una actuación en Almería con el Gran Circo Alegría se hace alusión al carácter de su personaje: “Eduardini, el tozudo, siempre, que entretiene y gusta”. La descripción se corresponde con la definición que Ramón Gómez de la Serna hizo del augusto de soirée, “tozudo de la hilaridad”.

A Eduardini le dedicó un apartado Alfredo Marqueríe en una especie de memorias curiosas llamadas Personas y personajes. En ellas le describe así: “estentóreo vozarrón, las enormes cejas unidas, como un pajarraco posado entre la frente y los ojos, la cara encendida y arrebatada, y la cómica nariz, que parecía postiza pero que era la suya, Eduardini solo usaba como caracterización en la pista un falso bigote de esos que venden en las verbenas, lo que le daba aspecto de guardia urbano o de sereno de fin de siglo”.

Marqueríe también describe en sus memorias el cuarto que “la tropa de los augustos” tenían en el circo Price, “lleno de pelucas estrafalarias, de trajes y de objetos raros y estrambóticos”. Allí discutían sobre sus números e ideaban, con una bota de vino pasando de mano en mano, las bromas que infringirían ese día al resto del personal del circo.

En 1937 Walt Disney había sacado Blancanieves y los siete enanitos, el primer largometraje de animación. La película debió tener un impacto importante en Eduardini, pues en 1950 se le ocurrió montar una compañía de personas con enanismo para emular la célebre película. El gancho cómico del número era muy evidente: el contraste entre su voluminoso cuerpo y la menuda figura de sus compañeros. A tales efectos, reclutó personas de pequeña estatura en toda la geografía española (para ello, llegó a poner anuncios en la prensa). No siempre eran los mismos siete, pero siempre sumaban este número. Posteriormente, se embarcaron en espectáculos de toreo bufo, donde también tuvieron mucho éxito. En una ocasión, se le fueron todos los artistas al espectáculo de Pablo Celis (el célebre Bombero Torero) pero no tardó en contratar a otros. La singular troupe viajó por toda Europa y llegó a salir en 1963 en la película El silencio, del sueco Ingmar Bergman.

Llegó a tener su propio circo, que quedó destruido en 1958 por un viento huracanado. Eduardini fue una persona muy famosa, cuya figura puede rastrearse en la cultura popular. Él mismo participó en la película Aventuras y desventuras de Eduardini (1948), ópera prima (y única cinta) de Fernando Robles Polo. Aparece en distintas novelas como El séptimo velo, de Juan Manuel de Prada, o El asesino inconformista, de Carlos Bardem.

Las tascas eran también hábitat de Eduardini. Bien el conocido bar Hespéride, en la Plaza del Rey junto al Price, donde se reunían los artistas de circo; bien en el Madueño de la calle de Hortaleza, donde al parecer armaba buenas risotadas colectivas con sus compañeros. No muy lejos de allí, por San Antón, colaboraba para que el día del desfile del santo no faltaran todos los animales exóticos de los circos de Madrid.

Gutiérrez Almela siguió siendo un personaje popular y bien relacionado durante años. Ortega Cano, que le conoció en San Sebastián de los Reyes cuando su familia emigró a Madrid, contaba que su amistad con él e le permitió hacer realidad su sueño de entrar en el mundo del toreo participando en la parte seria de las charlotadas taurinas, donde templaron capote muchos aspirantes a diestro que luego se hicieron conocidos.

Algunos problemas de salud aconsejaron su retirada en 1970 y cinco años más tarde recibió un bonito homenaje en el circo Price, donde tantas veces había actuado, con un acto presentado por la célebre trapecista Pinito del Oro y el periodista José Luis Pécker. Se descubrió una placa en su recuerdo en el mismo circo y, como no podía ser de otra manera, hubo un número con 22 artistas de talla pequeña que el mismo dirigió.

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