Los caprichos de Goya y el cuerpo desnudo de la bruja vieja
No hace falta ser un gran erudito en arte para darse cuenta de que, en la tradición pictórica universal, la desnudez femenina se ha pintado casi siempre desde el prisma de lo que esa carne significaba para los hombres de su época. Como resultado de ello, la mujer joven desnuda ha podido ser virtud –y hasta santidad– pero cuando, raramente, se ha pintado el cuerpo desnudo de una mujer vieja lo que se aparece ante el espectador es la encarnación del pecado. La bruja. Desnuda o vestida, en nuestra literatura o en nuestra pintura una mujer sola, mayor, autónoma, es celestina, es bruja o es puta. Podría ser lo mismo.
Tenemos un vecino –tuvimos, pero es inmortal– que es el pintor de las viejas desnudas y las brujas por antonomasia: Francisco de Goya y Lucientes. Cerca de donde vivió, en el número 1 de la calle Desengaño (tienda de licores) se pusieron a la venta en 1799 sus célebres Caprichos, colección de aguafuertes en los que un Goya maduro comienza su relación con las brujas, que pulularon sobre sus pinceles hasta su muerte, con gran protagonismo en sus Pinturas Negras (1815 a 1824). A la vez que pintaba los Caprichos pintó para sí mismo Seis asuntos de brujas, entre los que destaca el conocido El aquelarre (no confundir con el cuadro homónimo de 1823, mucho más sombrío), que vendería a los Duques de Osuna.
[Brujas, hechiceras y, sobre todo, mujeres]
Sin duda, el carácter ilustrado de Goya inunda lo que de sátira y amarga crítica moral tienen sus aguafuertes. Durante estos años frecuentó a Leandro Fernández de Moratín, con quien conversaba durante sus paseos por la capital. Este estaba preparando su edición crítica de la relación del proceso de las brujas de Zugarramurdi y debió influir notablemente en el pintor. Dice Pilar Pedraza que “como tantos otros españoles de su generación, Goya es un ejemplo de la paradoja del ilustrado, especialmente del ilustrado español, que bajo la capa de su moralismo disfruta con el espectáculo de la barbarie y la ignorancia”.
En ocasiones se ha querido ver en el rico mundo onírico de Goya una suerte de escapismo social pero, en realidad, el pintor venía dibujando en álbumes escenas cotidianas que transformaba en escenas satíricas, muy influidas por los dibujos satíricos ingleses, que él traslada al mundo de lo fantástico, en este caso de las brujas. Frecuentemente, cargaban contra la Iglesia, las falsas creencias o la moral pública de su tiempo.
En las brujas de Goya conviven los prejuicios patriarcales de una época, su propia misoginia, el descreimiento propio de la edad, pero, también, la genialidad, la crítica elitista del ilustrado y una propuesta pedagógica inusualmente abierta a la interpretación. Goya se lo montó bien para que sigamos hablando hoy de los significados de su obra, por lo que se ve.
Dejamos abajo algunos ejemplos con comentarios interpretativos a medio camino entre la impresión personal y la información de la bibliografía consignada al final del artículo. Sobre desnudos de viejas, brujas y putas.
No hubo remedio
El grabado muestra a una mujer condenada a azotes por la Inquisición con los pechos desnudos. Podría deslizar una crítica a las bajas pasiones de la masa y a la superstición del pueblo típica del ilustrado y, a la vez, a la Inquisición. En este caso la acusada aparece menos deshumanizada que los alguaciles o el populacho que acude al acto de fe.
Linda maestra
En Linda maestra (Capricho 68, del grupo temático “sueños y brujas”) una bruja vieja inicia en pleno vuelo de escoba a una más joven. Hay, probablemente, una alusión a la joven prostituta y a la iniciación sexual, con un paralelismo entre el pene masculino y el palo de la escoba, tradicional elemento de la imaginería popular sobre las brujas. Se ve clara la equiparación entre el cuerpo desnudo de una mujer vieja con la prostitución, el vicio y la bruja como metáfora social y, a la vez, chivo espiatorio.
Sopla
Del grupo temático “diabluras y brujerías”. Una vieja desnuda prepara ungüentos y usa un niño desnudo para avivar el fuego de una lámpara con sus pedos; aparece otra mujer con unos niños en las alturas y una felación a un crío. Entronca perfectamente con la tradición de la bruja como raptora de niños que encontramos también en el capricho Mucho hay que chupar, en el que un grupo de brujas, en este caso vestidas, tienen un cesto lleno de infantes. Existe toda una tradición de la mujer mayor comadrona asociada a la brujería y a la perversión de la infancia.
¿Dónde va mamá?
Una mujer gorda desnuda amamanta a un grupo de seres deformes y depravados. Podría ser una crítica a la mujer, a cierta mujer, como elemento de corrupción moral, que en el caso de la figura inferior emerge como la lechuza de entre el sexo del hombre desnudo.
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