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San Ildefonso, paisaje humano

La Plaza de San Ildefonso es uno de esos nodos concurridos de inevitable paso en el barrio. Queda entre las calles del Barco, Colón y las Correderas Alta y Baja de San Pablo. El nombre se debe a la iglesia que delimita la plaza en sus dos espacios, la plaza propiamente dicha y el trocito frente a la puerta de la iglesia, aunque para la generación que ronda los treinta probablemente siempre se conocerá como la Plaza del Grial, en recuerdo de un popular bar de copas que allí hubo durante muchos años.

La plaza antes...

La Iglesia original se construyó en 1629, pero fue destruida durante el reinado de Jose I, el popular hermano de Napoleón “Pepe Botella”, por lo que hubo de ser reedificada después de 1810, siendo este el momento en el que se dedicó a San Ildefonso. La sobria fachada que da a la plaza sirve a menudo para que plasmen sus inquietudes distintos artistas urbanos , unos con mejor fortuna que otros. En el interior de la parroquia se puede ver una placa que conmemora el matrimonio en 1858 de la escritora Rosalía de Castro.

Pero la historia en este siglo de esta plaza está más unido a los mercaderes que al templo, y es que allí estuvo hasta 1970, y desde 1834, el primer mercado cubierto que hubo en Madrid. Parece ser que ya antes la zona era prolija en puestos callejeros, que fueron precisamente los que dieron origen al mercado. Era

un edificio modernista donde llegaba la fruta de los pueblos de alrededor en verano, hacían su navidad rateros y estraperlistas, y compraban las amas de casa la comida familiar. Se dice que era pues ya entonces un lugar lleno de vida.

Hay también una serie de comercios de los de toda la vida que sobreviven en San Ildefonso al paso de los tiempos: la farmacia Puerto, cuya gran mesa a modo de mostrador lleva allí desde el XIX o la tienda Cartulinas la Riva, despachando material de dibujo desde los años veinte.

...y la plaza ahora

La Plaza de San Ildefonso es un sitio muy concurrido, en cuanto un rayo de sol asoma la terraza que

ocupa el fondo de la plaza se llena de gente predominantemente joven, y el suelo sirve también de acomodo para un montón de gente que charla animadamente mientras apura una de las latas de cerveza que ofrecen insistentemente vendedores chinos clandestinos o comen una porción de pizza al corte de la popular tienda de comida italiana para llevar que hay en la plaza. De alguna manera el lugar ha recuperado el bullicio y la variedad de paisanaje que debió tener en los tiempos del mercado.

Hay algunos vecinos de toda la vida a los que sin embargo la fisionomía que la plaza y las calles de alrededor ha tomado en los últimos años no les gusta. Enrique, de la pescadería que su abuelo fundara hace 32 años, nos cuenta que “cuando se hizo la remodelación de las calles hará diez años se echó del barrio a muchas familias pudientes, muchos que tenían varios coches y vivían en los pisos grandes que hay en la zona se vieron de repente sin poder aparcar en el barrio y tuvieron que salir”, ahora la gente es más de paso, lo que no es bueno para los comercios como la pescadería de Enrique, que nos cuenta que todo se ha vuelto más impersonal: “si preguntas

molestas“.

Sin embargo es indudable que la plaza hoy es uno de los lugares más vivos del barrio, entre los paseantes que se mueven por allí se confunde una curiosa estatua de bronce de una estudiante a tamaño natural que lleva pasando por allí desde 1996. Es ya una vecina más.

En la plaza conviven hoy comercios de toda la vida como las citadas farmacia Puerto, la pescadería

o la tienda de cartulinas y material de dibujo con las omnipresentes terrazas o tiendas de comestibles regentadas por familias chinas y algunos negocios más, como una tienda de camisetas o la pizzería. La iglesia, con su aspecto robusto sigue observando el paso de los tiempos de la plaza a la que da nombre.