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‘Boys don’t cry’: la violencia tránsfoba que no dejó a Teena Brandon ser Brandon Teena

Hilary Swank es Brandon Teena en el espejo

Carla Boyera

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El espejo es la primera prueba que hay que pasar cuando nos movemos en un sistema binario de género hombre/mujer. El espejo también son los ojos que tenemos enfrente, la mirada ajena en torno a la cual construimos sistemas sociales de pertenencia y validación. Esto lo sabe bien la veinteañera Teena Brandon (increíble la transmutación de Hilary Swank, que le procuró un Globo de Oro y un Óscar por su interpretación en esta película) que está intentando cambiar la mirada ajena para ser reconocido, legitimado y leído como Brandon Teena: en la oposición masculino/femenino, el binomio nombre/apellido también forma parte del juego del espejo donde el (des)orden sí afecta al producto. Como iniciado en el ritual de performar la masculinidad, Brandon Teena se corta el pelo, lleva un código de ropa masculino y adopta los movimientos y comportamientos asociados a la masculinidad hegemónica (cómo se sujeta un cigarro, cómo se bebe cerveza de la botella): cada gesto es un examen social, y esto incluye meterse en peleas para impresionar o defender a las chicas (son los noventa). La masculinidad, nota a pie de página, no sólo se performa desde los cuerpos con biopene ni desde los cuerpos trans FTM*, las biomujeres también podemos ser masculinas.

Resulta revelador observar cómo dialogan la homofobia y la transfobia cuando en la metamorfosis de Teena Brandon a Brandon Teena, su primo Lonny le dice: “Si fueras un tío de verdad, te follaría” y Brandon le responde: “Querrás decir que si tú fueras un tío de verdad, me follarías”. Sencillamente sublime.

¿Qué es lo que hay que hacer si uno quiere empezar la andadura de un nuevo yo? Sin duda alguna cambiar de pueblo, y más si los pueblos son como nos lo muestra la directora y guionista lesbiana Kimberly Peirce en su ópera prima: circuitos cerrados donde las posibilidades de hacer prosperar los lazos sexo-afectivos se parecen bastante a cuando los perros corretean como en círculos tratando de morderse la cola. Son esos pueblos-jaula de los que todes les adolescentes sueñan con escapar. Los pueblos son normas y sistemas de pensamiento, son rutinas y costumbres que riman con herrumbre.

Mientras se desarrolla la película y avanza la historia vemos en qué consiste la comunidad/familia que conforman los personajes principales; ¿a qué grupúsculo socio-familiar ha ido a parar Brandon? Candace es madre soltera y performa la mística de la feminidad y la maternidad, John es la masculinidad que lidera, es el jefe, el macho alfa, es el portero que está en la puerta de la masculinidad pidiendo los carnés y vigilando la masculinidad ajena. Su papel es de padre/marido/hermano-mayor de Lana y con la madre de Lana, Juliet, mantiene una relación ambigua: cuando juega a ser el padre de Lana, se permite encuentros cargados de erotismo con la madre, mientras que cuando se piensa hermano mayor o novio puede operar como hijo adoptivo en la relación con la madre.

En el grupo va siempre Tom, no conocemos mucho de su historia pero sabemos que se autolesiona y es un personaje fundamental para reforzar y validar la masculinidad de John; Tom es el aplauso social que jalea todos los trucos y ocurrencias del circo de la masculinidad que John representa. Finalmente está Lana, una adolescente decadente y autodestructiva que odia su vida, tontea con el alcohol y las drogas y se mantiene precariamente trabajando en una fábrica de empaquetado de espinacas. Lana será la historia de amor romántico de Brandon, a través de ella nos llega la heterosexualidad de Brandon de manera inequívoca, alejándonos de una historia o drama bollero. Veintiún años antes de que se publicara la obra clásica sobre estudios queer de Judith/Jack Halberstam y diecisiete antes de que 'El manifiesto contrasexual' de Paul B. Preciado viera la luz, la frase “los verdaderos penes no son sino dildos”, cobra sentido y consistencia en los encuentros sexuales de Brandon y Lana.

Brandon no es masculinidad macho-guionada y John es consciente de ello cuando le dice a Lana “¿Qué ves en él?” Entendemos que al macho le cueste ver qué hay de sexy en una masculinidad no-macha. Todavía hoy hay muchos intentando descifrar esas preguntas y todavía hoy la respuesta sigue siendo patologizar todo aquello que no se entiende. La transfobia tiene infinitas maneras de manifestarse a través de situaciones que se articulan como instituciones tanto sociales y culturales, como judiciales, policiales y médicas.

En el momento del film que desencadena el drama final suena de fondo Boys don’t cry de The Cure y pensamos que el amor todo lo puede y nuestro lado transfeminista quiere darle las gracias a Lana y besarle la frente por entenderlo todo tan rápido sin necesidad de haberse leído una línea, porque a veces ser un ser humano y respetar al otro no necesita de lecturas academicistas, pero en el entorno de Lana, por desgracia, las alarmas saltan de una manera mucho más trans-odiante y violenta: con la masculinidad de Brandon bajo sospecha, asistimos al juicio que se desarrolla entre el salón y el cuarto de baño de la casa de Juliet y su hija Lana. Como conclusión del mismo, las masculinidades de Tom y John se ven traicionadas y humilladas: una vez roto el pacto patriarcal entre hombres, la misoginia, la homofobia y la transfobia salen a borbotones en una escena de alta violencia donde la directora no nos quiere ahorrar nada como espectadorxs. En los códigos de honor entre machos, se lucha y se compite entre iguales, pero, ¿qué competición es esa contra un dildo de plástico que para colmo siempre está duro y erecto? Sucede así que las lógicas TERF confluyen con las lógicas machopatriarcales: el pene de verdad es el macho de verdad y lo demás son sucedáneos. “Todo esto es culpa mía” dice el labio roto de Brandon y podríamos decirle, colectivamente, como cantaron Las Tesis, que la culpa no era tuya, Brandon, ni de dónde estabas ni de cómo vestías. “Tengo una crisis de identidad sexual” es otra manera de decir: este pueblo y estas personas no están preparadas para asimilar mi libertad sexual ni corporal.

La película tiene algo de road trip y de Bildungsroman y nos muestra lo complejo que es buscar nuestro camino en la época convulsa de la post-adolescencia, máxime si eres un joven trans de apenas 21 años en el marco de una Norteamérica rural retrógrada, ignorante y cateta. Una película dura sobre todo porque no es una película, es una historia real**. Han pasado casi treinta años desde la violencia contra Brandon Teena y los discursos de odio contra las personas trans siguen intactos.

*FTM: female to male (de chica a chico por sus siglas en inglés)

** Para escuchar los testimonios reales de las personas que inspiraron los personajes en la película podéis verlo aquí (está en inglés y sin subtitular)

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