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Una mujer bajo la influencia... ¿de qué?

Gena Rowlands interpretando a Mabel

Carla Boyera

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Me imagino a Gena Rowlands diciéndole a su marido: John, escríbeme un guión para interpretar a una mujer desquiciada que lleva una vida normal. Y John Cassavetes vino un día de 1974 con esta película que finalmente salió adelante con no pocos problemas de financiación porque, ¿qué interés podía tener la historia de Mabel, una mujer mentalmente desequilibrada, casada con un obrero de la construcción, ama de casa y con tres hijxs? ¿Quién iba a pagar por una butaca para sentarse a ver eso? ¿Qué tiene de loco, además, estar casada, ser ama de casa y tener tres hijxs?

La primera vez que veo a Mabel en la pantalla pienso en una versión estresada de la diosa hindú Durga de múltiples brazos: el pijama, los zapatos, el suéter, la bici, el cartón de zumo en la mano. La veo salir al jardín con la agitación y la prisa de quien sale de una casa en llamas, pero no hay fuego, sólo unxs niñxs que se van a pasar la noche con su abuela para que la pareja pueda disfrutar de una velada romántica hegemónica a solas. Mabel va pasada de revoluciones, pero las madres-Durga de múltiples brazos sabemos que eso no es ninguna patología, simplemente son los malabares del día a día. Necesitamos, no obstante, que avance la película, en todos sus 155 minutos, para ver los gestos eléctricos como anguilas, las conversaciones como prótesis que el cuerpo rechaza, los tics nerviosos que le arrugan la frente como si fuera una hoja de papel. Como escribió la estadounidense Kate Millett, escritora feminista famosa por su Política sexual y su potente activismo y discurso anti-psiquiatrización: «¿Cómo decidir qué es locura, qué es cordura, qué es el estrés, la ira, el enfado o la confusión?»

No sabemos nada sobre la historia de la enfermedad mental de Mabel, cuándo, cómo ni por qué empezó, pero en medio de todo el caos, viene una frase que quizás nos esté dando una pista para entender esa escape room que es el interior de la cabeza de nuestra protagonista: «¿Sabéis niños que no he hecho nada más en la vida que teneros?». ¿Será esta la llave de su angustia? ¿Será la domesticidad vacía, aburrida y asfixiante, la ficción en torno a la mística de la feminidad y el ángel del hogar lo que le ha costado la salud mental a Mabel? Es muy difícil entender que se pueda desatar la locura en lo normalizado, en lo naturalizado, que lo cotidiano puede volverse opresivo, sobre todo cuando hay tantas mujeres, esposas, madres, familias enteras que viven toda esa olla a presión sin echar de menos ninguna válvula de escape.

Como en los cuentos de Raymond Carver, padre del que fue denominado «realismo sucio», el guión minimalista que propone Cassavetes en este film experimental no ofrece distracciones en lo narrativo ni en lo estético y nos deja, por el contrario, mucho trabajo para pensar como espectadores: de repente hay algo inquietante y terriblemente incómodo en sentarte a comer unos espaguetis con tomate con tu marido y sus compañeros de trabajo. No sabemos bien qué es, pero se ha instalado la tensión, se prolonga la zozobra, hay una inquietud que nos asfixia y desespera en esas escenas lentas y largas y en esos primeros planos tremendamente invasivos.

«¡Sé tú misma! ¡Quiero que seas tú! ¡Esta es tu casa! ¡Que les den!» le grita Nick a su mujer planteando lo que me parece una de las cuestiones más difíciles y profundas en las narrativas que intercalan enfermedad/salud mental e identidad. «Ojalá nadie me hubiera dicho que estaba loca. Entonces no lo estaría», escribió Kate Millett. El estigma social, al amparo del discurso /médico/psiquiátrico, opera también como un dispositivo que condiciona, mide y valida la funcionalidad del individuo. Si el individuo además es madre, saltan todas las alarmas en torno a la capacidad de esa mujer para ejercer el trabajo materno. Observando cómo interactúan las criaturas con su madre en la pantalla, me pregunto cuántxs profesionales e instituciones habrá no-observando a las criaturas de las madres trastornadas al otro lado de la pantalla, por qué tanta legislación enferma empeñada en no-escuchar a la infancia.

Quizás la frase «Nada de emociones. Quiero estar tranquila» nos esté dando otra clave para despedazar y dejar en cadáver irrecuperable esa construcción (médica también) de que las mujeres somos seres emocionales y los hombres seres racionales, aquella diferenciación maricastaña razón/cordura versus emoción/locura. De aquellos barros aristotélicos, llegaron los lodos freudianos, aunque por suerte Cassavetes nos presenta también a un marido (Peter Falk) si no loco diagnosticado, sí a todas luces sobrepasado. Explosivo, tosco, torpe, perdido… Gracias, John, por no traernos el cliché del Marido Príncipe Perfecto, del Hombre Rescatador, del Padrazo Condecorado, del Macho Victimizado. Gracias por saber hilar tan fino en el séptimo arte ese realismo sucio de las personas normales y corrientes, de los seres humanos identificables y creíbles. Gracias por las contradicciones que desmontan la masculinidad maniquea y nos presentan a este hombre agotado, inestable y terriblemente emocional, capaz de ser camisa de fuerza de piel, huesos, ternura y comprensión para su mujer en plena crisis nerviosa. El consejo que Silas Weir Mitchell, reputado neurólogo estadounidense, le dio a la escritora feminista Charlotte Perkins Gilman tras varios años de padecer ésta depresión y crisis nerviosas («Vive una vida tan hogareña como te sea posible»), sin duda forma parte del manual de instrucciones de la Ciencia Macha (siempre más macha que ciencia), que obvia e ignora completamente que la casa y lo doméstico pueden devenir manicomio.

Quizás porque inicialmente la idea era hacer una obra de teatro, gran parte de la película transcurre dentro de la casa de los Longhetti. La casa-salón-dormitorio como escenario por antonomasia de lo cotidiano y lo doméstico nos hace conectar fácilmente con la claustrofobia dentro de la cabeza de Mabel. No me parece nada sencillo transformar lo normal en una historia de angustia y tensión. La espectacular interpretación de Gena Rowlands (se sale de la pantalla) y el extraordinario Peter Falk hacen de este largo largometraje una apuesta muy bestia para reflexionar sobre lo sano y lo enfermo, sobre lo anormal que habita en nuestra asfixiante normalidad personal, familiar y social.

*La película se puede ver en Filmin

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