Un libro para despertar conciencias sobre el desperdicio de alimentos
Un tercio de los alimentos que se producen en el mundo se tira a la basura. Hasta un 40% de la fruta se descarta por criterios meramente estéticos. Cuatro de cada cinco familias españolas desperdician comida. Son incontables los kilos que cada hogar desaprovecha anualmente. Todo ello en un planeta donde una de cada cuatro personas pasa hambre.
El descubrimiento de este drama invisible empujó a Manuel Bruscas a convertirse en 2011 en activista contra el despilfarro de comida: “Me puse a investigar y confirmé, pese a los pocos datos que existían, que el desperdicio de alimentos comenzaba en cada hogar y se multiplicaba en los supermercados y zonas de cultivo”.
Toneladas y toneladas de carne y verdura que se pierden al año, en un contexto de necesidad y crisis.
Como “lo que no se comunica no existe”, hace un año que él y la ilustradora Alejandra Zúñiga se aliaron para crear un libro que despierte conciencias sobre el asunto.
“Los datos que presenta Manuel son graves, pero queríamos hacer un libro en positivo, fresco, con color”, explica Alejandra. “Y la ilustración es una herramienta genial para conseguirlo”.
Para publicar el libro, han puesto en marcha un “crowdfunding” que va viento en popa y que sigue abierto: “Aportamos información, pero también apelamos a la emoción”. Por ello lo periodístico se alterna con cuentos, poemas, historias reales para la esperanza y un gran despliegue visual y de diseño. La maquetación corre a cargo de Karoline Leopold.
“Hemos optado por la autoedición porque queríamos libertad total de forma y contenido, hacerlo desde el corazón”, manifiesta Alejandra.
Pobreza invisible
Dijo Gandhi que en el mundo hay para todos, pero no para la avaricia humana. Manuel Bruscas sostiene que “nadie debería pasar hambre. Hay comida suficiente en el planeta”.
La realidad del hambre no se restringe a los países pobres: Puede estar en la puerta de enfrente de nuestra casa.
“En España vivimos esa burbuja de que los únicos pobres eran excepciones, personas en situaciones extremas, sin hogar”, explica Manuel.
Con la crisis, la situación cambia dramáticamente: “Muchas personas que a principios de siglo tenían una vida holgada, un salario digno, pierden el trabajo primero, las prestaciones sociales después y se encuentran viviendo de pronto una realidad de comedores sociales”.
Es una pobreza invisible: “Mucha gente no quiere que los vean en esos lugares. Son padres y madres, acompañados de sus hijos. No es una realidad a la que sea fácil habituarse. Quieres esconderla, pero los estudios de Cáritas o Cruz Roja demuestran que esta es la triste realidad”.
Cambio climático
Si tirar comida fuera un país, sería el tercero en emisiones de gases con efecto invernadero tras Estados Unidos y China, denuncia “Los tomates de verdad son feos”.
Eligiendo un producto u otro en el supermercado, hacemos una contribución positiva o negativa al cambio climático: “Si compramos una fruta fuera de temporada, debemos ser conscientes de que probablemente viene de un rincón lejano del planeta, con lo que su transporte deja una huella ecológica en forma de emisiones”, advierte Manuel.
La alternativa es adquirir productos de proximidad.
Por otra parte, los grandes cultivos pueden implicar el consumo de ingentes cantidades de agua dulce (cada vez más escasa en el planeta) o la destrucción de ecosistemas. Si pensamos que un tercio de los alimentos termina en la basura, la consecuencia es que esta destrucción “no sirve para nada”.
Desconectados de la realidad
“La mayoría de las personas vivimos en ciudades, lejos de las áreas de cultivo, con lo cual desconocemos todo lo que implica llevar a la mesa un tomate: el agua que hay que utilizar, los recursos, el proceso de cuidarlo… Casi nos parece que salga apretando un botón”, afirma Bruscas.
Añade: “Asumimos que lo normal es que haya comida infinita. Esperas que los estantes del supermercado estén siempre llenos. No valoramos la comida, lo que cuesta generar alimentos”.
Percepciones distintas
Alejandra Zúñiga ha vivido en México, Estados Unidos y actualmente España, tres realidades donde el asunto del desperdicio de comida se vive de manera muy diferente:
“En México somos un país todavía en vías de desarrollo. En la calle ves no a uno sino a muchos ancianos que han trabajado toda su vida y que están ahí sentados esperando que alguien les dé un taco. Piden comida solamente, no dinero, porque tienen su dignidad. Esto nos hace muy conscientes: Cuando acabas de comer en un restaurante, si te sobra algo, lo pides para llevar, porque a dos cuadras se lo vas a poder dar a alguien que te va a decir ”gracias“”.
Cierta mejora
Desde que inició su activismo contra el desperdicio de alimentos hace seis años, Manuel ha detectado una cierta toma de conciencia social motivada por el golpe de realidad que supuso la crisis y por los programas de televisión y reportajes en prensa que han divulgado el asunto.
En “Los tomates de verdad son feos” enumera diversas iniciativas tanto en España como en el resto del mundo, de personas u organizaciones que tratan de aportar su grano de arena.
Sin embargo, advierte, mitigar el desperdicio de alimentos no forma parte de las prioridades de la sociedad ni de los políticos: “Antes era residual, ahora minoritario”.
Con el libro, suma de seis años de experiencia, se proponen contribuir a revertir esta situación.
Es fácil actuar
Manuel y Alejandra coinciden en que “es fácil actuar contra el desperdicio de comida”.
Basta con cultivar hábitos sencillos, caseros, como congelar los alimentos, ajustar la compra, utilizar la fruta madura para hacer un pastel o mermelada, comprar verdura fea –pero sabrosa- en el mercado.
“Las cosas que hacían nuestros abuelos”, puntualiza Manuel. Y añade: “También podemos pedir a nuestros gobernantes, a los ayuntamientos, que actúen desde lo administrativo”.
“El gran cambio viene de nosotros”, subrayan los autores. “Esa es la clave del libro”.