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'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.

Si Aristóteles hubiera guisado

Ángela Figuera Aymerich

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“Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más habría escrito”, esto fue lo que escribió Sor Juana Inés de la Cruz en una carta, defendiendo su actividad intelectual y literaria frente a los que no veían con buenos ojos que una mujer -en su caso, una religiosa- pensase tanto y se dedicase a otros asuntos más allá de la cocina y el rezo. La reivindicación de Sor Juana y la de otras como ella se armó siglos después en forma de teoría para un nuevo modo de leer y estudiar los textos literarios: la crítica feminista.

Tal vez la cuestión ahora no es tanto denunciar un silenciamiento de las voces femeninas (actuales), porque afortunadamente hoy contamos con un amplio número de escritoras reconocidas, sino de, además de sacar a la luz y estudiar a aquellas que se quedaron atrás en la historia, hacer valer estas voces vivas, que ocupen el lugar que merecen en los estudios literarios, en los programas educativos, que su obra sea considerada de igual forma que la de un hombre.

Siempre me gusta contar distintas anécdotas para defender lo que pienso, porque a partir de estas experiencias personales he visto mucho más claro aquello que, tal vez, solo era un murmullo en mi cabeza. Mis conocidos ya saben de esta, pero jamás olvidaré el momento en que un hombre, en mitad de un coloquio con Ángeles Mora, intervino para mostrarle su preocupación por la especial atención que estaba recibiendo ahora la poesía escrita por mujeres, dado que estas siempre escribían sobre sí mismas y esto podía perjudicar la calidad del panorama literario. Tampoco olvidaré la cara de perplejidad de Ángeles, aunque me sorprendió cuando hace poco intercambiamos unos mensajes que ella ya no lo recordaba. Enseguida entendí que esta probablemente había sido mi primera vez—yo tenía dieciocho años— y para ella, la número mil. En definitiva, lo que a este hombre le molestaba era leer una poesía con la que no se sentía identificado, porque no hablaba del amor por una mujer, del daño que le hacemos al poeta, ni estaba cargada de estilo y temas masculinos. 

Sin embargo, pensando y repensando mil veces en este hecho, he llegado a hacerme la siguiente pregunta: ¿Por qué entonces las lectoras mujeres sí somos capaces -o mejor dicho, lo hemos sido a lo largo de la historia- de disfrutar con la literatura escrita por hombres? Hace aproximadamente un año, me descubrieron a la poetisa sobre la que ahora voy a estudiar en mi Trabajo de Fin de Grado, Ángela Figuera Aymerich, una mujer de la generación de Gabriel Celaya o Blas de Otero, que sin embargo no tiene cabida entre estos nombres, y no por falta de calidad. Me la recomendó un hombre, un hombre poeta, pero me advirtió de que entre su obra había “mucha paja”. El único poema que en ese momento me mostró me gustó tanto que compré sus obras completas editadas por Hiperión, comencé a leer, y a cada página encontraba una nueva razón para estudiarla. No encontré ni un rastro de “toda esa paja”, o al menos, no más de la que cualquier poeta tiene. Sí, ahora podríais decirme que es solo una cuestión de gustos, pero Ángela Figuera habla en toda su obra sobre maternidad, tratada cada vez de forma distinta, y esto, unido a que una gran parte de los estudios sobre ella están realizados por mujeres, es razón de sobra para pensar que lo que había por parte de este amigo mío hacia la autora era una triste incomprensión.

Y es que el canon literario, un canon eminentemente masculino, cargado de tópicos creados por hombres ricos blancos, también está interiorizado en nosotros mismos como lectores, forma parte de nuestra ideología, por eso este hombre tan desagradable dijo que las escritoras mujeres hablaban tan solo de sí mismas, porque no reconocía los temas tratados por mujeres como válidos o aceptables dentro del canon masculino. En realidad, no se equivocaba en absoluto, hablamos de nosotras mismas, igual que lo hacen los hombres, de nuestras experiencias y de la realidad que nos rodea, porque no se puede escribir sobre otra cosa, a menos que trates de hacer fantasía o ciencia ficción, y ni aun en ese caso queda la obra libre de los condicionantes de su autor.

Termino con una recomendación más (ya he hecho algunas): Rosa Berbel, por su poemario Las niñas siempre dicen la verdad, que pone de relieve el paternalismo al que se somete a las escritoras, especialmente a las más jóvenes.

“Jurado popular” (Rosa Berbel)

- Niña mentirosa.

Cuando dices mentiras,

me late el corazón mucho más rápido.

- ¿Tenías que profanar también el templo

tan antiguo y brillante

de la experiencia pura?

¿No era suficiente vivir algo?

- Todavía eres joven, una niña.

Los niños siempre dicen lo que piensan.

- Niña mentirosa.

Cuando dices mentiras, 

los poemas pierden fuerza, simpatía.

¿La verdad se construye en el poema?

No.

El poema se construye en la verdad.

- ¿A qué nos aferramos si no existen

certezas ni verdades

en este ahora y aquí sin concesiones?

- Piensas cosas que no te corresponden.

No tengas tanta prisa 

por crecer.

- No fantasees tanto con cuerpos 

y paisajes. Tu vista es la que es,

aunque te aburra.

- Sería mejor que escribieras

algo excitante, pero verdadero.

- Estoy de acuerdo con el anterior.

- ¿Por qué hablas de estas cosas

de las que nada sabes?

Qué imaginación.

Aunque tu voz carece de franqueza.

- Cuando te ocurra algo,

algo realmente cierto,

no lo verás así.

Entonces yo vendré, nosotros

estaremos aquí para observarte.

Estarás muy confusa.

La vida,

la vida de verdad, 

siempre sorprende.

- Niña mentirosa. Niña mentirosa.

Niña mentirosa.

Este dedo

te acusa y te silencia.

Veredicto: condenada

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