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Censura feminista: lo que se llevó el viento

Los personajes de Escarlata O´Hara y Mammy en una escena del filme `Lo que el viento se llevó´

Elisa Reche

Estaba en 2011 en la localidad estadounidense de Chapel Hill, en el estado de Carolina del Norte, cuando proyectaron en un cine de la ciudad `Lo que el viento se llevó´. Me hacía tanta ilusión verla en pantalla grande después de haberme quedado fascinada en repetidas ocasiones durante la niñez cuando la pasaban por televisión que no dudé en plantarme en la sala.

En una ciudad donde los mendigos eran casi siempre negros, y con una famosa Universidad en la que no se divisaba a casi nadie de color, ver ese filme me hizo sentir bastante incómoda y decepcionada con mis propios recuerdos. Muchas escenas de la película supuraban un racismo del que no había sido consciente hasta entonces. De hecho, en 2017 un cine de Memphis retiró este clásico de su cartelera por abordar de forma “insensible” y “racista” el tema de la esclavitud. En ese momento, Estados Unidos estaba gobernado por Obama y a veces se veía en los cristales traseros de los coches pegatinas con mensajes en contra el primer presidente negro del país.

Otros vientos se han llevado por delante también algunos gustos musicales. No he podido volver a escuchar `Le Vent Nous Portera´, una canción que tanto me gustaba del grupo francés Noir Désir. Su vocalista, Bertrand Cantat, mató a puñetazos a su novia, la actriz Marie Trintignant, en 2003. Cuando la revista musical francesa Les Inrockuptibles le dio al cantante la portada en 2017 para dar a conocer su primer álbum en solitario se vio obligada a pedir disculpas tras un aluvión de críticas.

En cambio, no he tenido ningún problema en devorar `Hambre´ del escritor noruego Knut Hamsun, quien apoyó a Hitler, o en declararme fan de Philip Roth, cuyas novelas apuntalan una visión patriarcal de la sociedad. No sé qué me lleva a acercarme a una obra o rechazarla; supongo que la distancia emocional o temporal que me separe de ella o de su autor. En todo caso, creo que no se puede pasar el arte por el tamiz de la moral, la ética o los valores de la época.

Más allá, considero que el arte no debería rendirle cuentas a nadie más que a la imaginación del autor. Las creaciones artísticas tienen vida propia, una vida que discurre paralela a la nuestra y ahonda en lugares a los que nosotros no nos atrevemos o queremos entrar. También tienen un contexto con prejuicios y las contradicciones de cada momento y cada persona. Como lector, espectador u oyente estás en tu derecho a cuestionar la obra o su artífice; pero también puedes dialogar con ella de forma crítica o disfrutarla sin más.

El hecho de que una parte del feminismo hiciera caer del cartel de las fiestas de Aste Nagustia organizadas por el Ayuntamiento de Bilbao al rapero C. Tangana por sus “letras machistas” o que la organización del festival barcelonés BioRitme haya declarado que no volverá a contratar al grupo de hip hop SFDK por haberse negado a realizar una formación de género y haber herido la sensibilidad de una asistente me parece absurdo y contraproducente.

Otra postura que, en cambio, sí que me resulta coherente es la adoptada por la directora de cine argentina Lucrecia Martel, presidenta del jurado de la 76 edición del Festival de Venecia, al no asistir a la gala en la que se proyectará la película de Roman Polanski en solidaridad con las víctimas de acoso, al mismo tiempo que le parece “acertado” que el filme esté en el festival. “No voy a asistir a la gala de Polanski porque represento a muchas mujeres que estamos luchando en Argentina por cuestiones como ésta, no deseo ponerme de pie y aplaudir”, dijo Martel durante una rueda de prensa.

El arte que no vale se lo llevará el viento con el transcurso de su mejor juez: el tiempo. Mientras tanto, critiquemos, debatamos, expongamos, disfrutemos o no vayamos a determinadas galas o conciertos, pero no censuremos. A nosotras nos han callado mucho tiempo de otras formas; sabemos de lo que estamos hablando.

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