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La coalición de Gobierno como trampa: el marrón acecha al subidón

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

Pedro Costa Morata

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¿Cómo no sentir un algo disruptivo, provocador, no sé muy bien qué, al contemplar la vigorosa defensa de las políticas gubernamentales que viene haciendo en el Congreso el flamante vicepresidente de lo social, Pablo Iglesias, implacable debelador, hasta hace nada, de muchas de esas mismas políticas? ¿Cómo no precaverse ante las contradicciones, activas y pasivas, en las que incurre, inevitablemente, Unidas-Podemos (UP) al formar Gobierno con el PSOE? ¡Qué espectáculo más fuerte, qué sensacional, qué pocos precedentes tan llamativos!

Por supuesto que la situación de minoría del PSOE, repetida en las dos elecciones generales consecutivas de 2019, ya no podía eludir el Gobierno de coalición, del que tanto se habló y discutió en el intervalo electoral. Y que el socio minoritario, UP, habría de recibir carteras en proporción, más o menos, a los escaños logrados. También era de esperar que, en el tira y afloja, las exigencias de UP sobre determinadas carteras de importancia quedaran suavizadas y que, tras el acuerdo, no respondieran al “programa máximo” de los de la izquierda. (Paso por alto que se descartara, en ese segundo intento por entrar en el Gobierno, la opción de alianza parlamentaria con libertad para corregir, advertir e incluso bloquear al Gobierno minoritario).

La realidad ha ido por otros derroteros, y es evidente que el Gobierno de coalición no se ha hecho según los usos y costumbres de estos casos, es decir, repartiendo carteras con sus contenidos habituales, de tal manera que el socio mayoritario “pierde” su control directo sobre ciertas áreas competenciales. No; el subidón de UP (mejor diríamos de Pablo Iglesias, pero bueno), una vez producido el asentimiento de Pedro Sánchez, por conseguir carteras ministeriales fuese cono fuese, hizo que el PSOE consiguiera una organización de su gabinete sui generis, “concediendo” a los ansiosos cinco áreas separadas, secundarias y dependientes, es decir, mutiladas o desvirtuadas. El PSOE no ha cedido ninguna área tradicional o importante, sino que ha consentido la “creación” de unas carterillas que, bien por carecer de verdadera capacidad de impacto, bien por constituir segregación de otras (que retiene), resultan carteras que adolecen de, digamos, ilusión, engaño o trampa.

El caso más lamentable creo que es el de Alberto Garzón, líder de Izquierda Unida, que ha perdido una magnífica ocasión para quedarse fuera, ya que nadie le obligaba a implicarse en tan poco brillante coyuntura. Su Ministerio de Consumo posee unos contenidos que han estado hasta ahora en una Dirección General o poco más, con cabida en una amplia tipología ministerial (Interior, Industria, Transición…). Resultar ministro cuando es tan evidente la debilidad del propio partido debiera de suscitar inquietud y prudencia, no nuevos riesgos. Es imposible no destacar este papel extraño, más que minúsculo, de IU, es decir, de Garzón, por más que el fulminante “ascenso político” de éste y la sensación que produce verlo de ministro sin corbata anime a reflexionar, seriamente, en términos de filosofía política. Quizás Garzón se ha pasado de listo con lo de que “sin la alianza con Podemos, IU habría desaparecido”; esto es arrimar el ascua a su sardina, y si vale por un Ministerio, algo peor.

Por otra parte, hay que esperar, acerca de las tareas que le esperan, que ignore el sintonizar con las necesidades y urgencias de la transición ecológico-climática, que le obligaría a estimular los bajos consumos en todas las áreas, espacios y dimensiones; sin embargo, se va a enredar “a fondo” en el asunto del Juego que, siendo importante, carece de la trascendencia que tiene delinear un itinerario de austeridad ciudadana.

El Ministerio de Universidades es una segregación, alevosa, del de Ciencia y hasta el mismo, y afortunado, ministro, Manuel Castells, ha estado en un tris de pelearse con el ministro de Ciencia, el astronauta Pedro Duque. Curiosa personalidad la del sociólogo Castells, durante años oráculo de los gobiernos del PSOE, a los que asesoraba descubriendo notables obviedades; pero un buen día se dio una vuelta por los acampados del 15M, los arengó y… ahí lo tenemos de ministro de Podemos. Es un broche de oro a una carrera académica en la que tanto ha sintonizado con las corrientes sociológicas dominantes y los mitos de la sociedad de la información.

Puede que, conociendo su brillante itinerario universitario, Castells quiera volcarse en la elevación de la universidad española a la excelencia que tanto dicen que le falta, para competir en el nivel de las instituciones académicas más prestigiosas; pero nada es esto es lo que urge a la universidad española.

El “complejo social” de los tres Ministerios otorgados a UP ofrece las novedades de los tiempos que corren, pero sus titulares pueden creer que la realidad social las cambia el BOE; son muy razonables las dudas sobre el poder decisivo y perdurable de las leyes, que no pueden imponerse, de forma trascendente, a las profundas realidades socioeconómicas, como la equidad y el equilibrio entre los ciudadanos, que son cosa de medidas, políticas y voluntades (sobre todo) económicas.

La cartera de Trabajo sí aparece como sustantiva y como una concesión mayor a los planteamientos de UP, pero es por ello mismo capaz de inducir gran frustración: primero, porque la patronal no se suele doblegar y cuenta con medios para no dejarse; segundo, porque la historia europea nos dice que la izquierda en el poder (aquí, el PSOE) nunca se emplea a fondo para desmontar las picias que la derecha impone durante su mandato; y en tercer lugar porque este proceso de socialdemocratización –que rige en UP desde el momento de formar Gobierno– absorberá a esta nueva izquierda y se hará más y más visible y 'estructural'. (Los Anticapitalistas se han adelantado a esta perspectiva perversa y se han apartado a tiempo).

Del análisis de los últimos meses no puede deducirse otra cosa que la desconfianza y la escasa empatía entre socialistas y podemitas. Estos vivirán desplantes a diario y se desayunarán con sapos más veces de la cuenta; y los otros vigilarán estrechamente las iniciativas y los posibles éxitos de sus socios.

Es de esperar, pues, que las contradicciones y los litigios acaben haciendo estallar esta coalición, seguramente con ocasión de alguna crisis que –bien por desacuerdos excesivos propios, bien por las exigencias de los nacionalistas catalanes– haga adelantar las elecciones, en cuyas vísperas ambas formaciones, PSOE y UP, se acometerán entre sí a dentelladas para arrebatarse, mutuamente, un puñado de votos: los unos con la (vana) esperanza de acercarse a la mayoría absoluta, los otros con la (vana) intención de retomar la marcha ascendente que en un principio vivieron, y que les hicieron soñar con asaltar el 'palacio del 78' y cambiar la Historia. Romper una coalición en vísperas electorales para ir mejor situados es un clásico y en este caso se perfila bastante nítidamente porque es fácil adelantar los motivos.

Lo contrario, la “compenetración” PSOE-UP contra viento y marea, que inevitablemente lleva un falso socialismo, es decir, un impulso liberal con mínimas matizaciones sociales, y la entropía social que este impone, resultará en un segundo fracaso de la izquierda española (tras la experiencia de los años felipistas), y esto sí que merece la pena evitar.

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