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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El Mar Menor: una distopía en presente

"Este año se han destruido en Valencia miles de toneladas de naranjas porque su precio no era competitivo"

Ramona López

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Cuando cursaba séptimo de EGB nuestro profesor de Ciencias Sociales nos hablaba de las maravillas de la agricultura intensiva. En la memoria retengo la imagen del libro de texto que mostraba una moderna cosechadora en mitad de un vastísimo campo cultivado, compartimentado en cuadrículas suaves y ordenadas de distintos tonos de verde. Era la imagen del progreso. El modelo agrícola industrial, nos explicaba el profesor, acabaría con el hambre en el mundo.

Este año se han destruido en Valencia miles de toneladas de naranjas porque su precio no era competitivo con respecto a las importadas, ¿era este el modelo que iba a terminar con el hambre en el mundo? Ni siquiera es capaz de saciar la ambición de los grandes grupos agroindustriales. Durante un tiempo (breve, es verdad) creímos a pies juntillas que era posible acabar con el hambre en el mundo gracias al cultivo intensivo.

Varias décadas más tarde despertamos de ese hermoso sueño fraterno en mitad de una pesadilla distópica: La agricultura intensiva combinada con un modelo urbanístico depredador e irracional aniquilan todo lo que tocan. Ese tipo de agricultura que violenta el equilibrio natural convirtiendo el secano en regadío, que cubre los secarrales de plásticos negros como mortajas, que pespuntea de gomas el desierto, que acaba con la agricultura tradicional, que roba el agua a ecosistemas sostenibles, que se riega gracias a pozos ilegales cuyas aguas son filtradas gracias a desalobradoras igualmente ilegales que evacúan sus desechos en la laguna, que impide que los acuíferos se recuperen de forma natural, que vierte miles y miles de toneladas de contaminantes al mar como si de un agujero negro se tratara, es un tipo de agricultura puramente extractivista, depredador y canalla, al servicio de intereses mafiosos.

Ese modelo, alentado por poderes económicos y políticos, es el que ha convertido el Mar Menor en una fosa séptica. Y no es que no se supiera, no es una desgracia que nos haya llegado del cielo, inesperadamente, como un castigo bíblico. Distintos grupos ecologistas llevaban décadas anunciando este desastre como profetas apocalípticos. Chocaban contra el espeso tejido de intereses económicos y políticos que se sustentaban y se sustentan mutuamente y contra la indiferencia de una ciudadanía manipulada y con poco interés por cuestionarse los mensajes oficiales.

Hace un par de semanas hemos podido ver miles, millones de peces y crustáceos saltar del mar hacia la tierra buscando oxígeno y morir asfixiados a orillas de ese Mar Menor ya sin vida. Hemos visto en directo a un mar expirando, algo que jamás hubiésemos imaginado. Vivimos en un sistema que asfixia la vida de millones de animales, que vive de su propia autodestrucción, que se aniquila a sí mismo ciegamente. Una auténtica distopía. La RAE define este término como la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.

Esa imagen del Mar Menor vomitando peces moribundos, replicada hasta el infinito en nuestros móviles, tablets y ordenadores, es la representación poderosa de una distopía presente. Y no es una serie de Netflix: nos está pasando a nosotros. ¿Qué esperaríamos de los protagonistas de una serie así? Que reaccionaran de inmediato, que señalaran a los culpables, que los juzgaran y que forzaran a los nuevos cargos a tomar medidas con carácter de urgencia, ¿verdad? Pero en ese caso ya no sería una distopía puesto que en una distopía el elemento relevante es la alienación humana y una ciudadanía que toma decisiones reflexivas y sensatas no está alienada. Si los protagonistas de esa serie volvieran a elegir como gestores de las aguas a los responsables de su destrucción, ahí sí que estaríamos en una distopía. Ojalá que no nos ocurra.

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