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La naturaleza como aula

Tres niños con mascarillas

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A sólo una semana del comienzo del curso escolar, y después de seis meses de estar sufriendo la mayor pandemia en 100 años, el sistema educativo se enfrenta al mayor desafío que se les plantea a los gobiernos: cómo volver a clase en medio de la segunda ola de contagios sin que ello suponga el agravamiento de los casos y la vuelta a la situación de confinamiento del mes de marzo, que tantos perjuicios ha supuesto para el normal desarrollo del curso anterior, además de la paralización de la vida económica y social tal y como la conocíamos hasta entonces.

Todos los colectivos relacionados con la educación (docentes, familias, alumnado, sindicatos y plataformas) reclaman una vuelta a clase de una forma segura, evitando que se den las condiciones que propicien los contagios, como las aglomeraciones en las aulas y los espacios comunes, los contactos estrechos entre el alumnado y entre éste y el profesorado. La demanda generalizada en el sector educativo es la bajada de las ratios y el aumento de las plantillas de profesorado, única manera de conseguir que no se den esas condiciones.

Pero esto no es nuevo. Desde hace años se viene denunciando la disminución paulatina del número de profesores en la educación pública, fruto de los sucesivos recortes en los fondos destinados a este fin. En la Región de Murcia, según los sindicatos, se han perdido más de 3.000 docentes en estos últimos ocho años, desde la aprobación de la LOMCE, el aumento de la carga lectiva del profesorado y las rebajas en los presupuestos en Educación. Esto ha dado como resultado la masificación en las aulas, condición nefasta para la contención de la pandemia. Es paradójico que, en nuestra región, mientras se imponen restricciones en las reuniones en lugares públicos, con un máximo de 6 personas no convivientes, se permita que haya 24 niñas y niños en aulas de no más de 40 metros cuadrados.

Muchas son las voces que reclaman introducir un factor que, a menudo, no se ha tenido en cuenta a la hora de planificar la vuelta a clase, y que puede ser fundamental para minimizar el impacto de la Covid-19 en los colegios e institutos. Me refiero a realizar un mayor acercamiento del alumnado a la naturaleza, a los espacios naturales, aunque sean urbanos, para dificultar la transmisión del virus. Ya el filósofo Francisco Giner de los Ríos, ideólogo y fundador de la Institución Libre de Enseñanza, en su obra “Campos escolares” (1884), preconizaba que en la escuela, como conjunto de espacios, debían primar los espacios abiertos sobre las salas cerradas, afirmando, además, que “el ideal de toda escuela es aproximarse al aire libre cuanto sea posible”. En 1909, la pedagoga italiana Maria Montessori estaba convencida de lo necesario que es que los seres humanos no pierdan sus vínculos ancestrales con la naturaleza, y que ésta debe estar imbuida en el proceso educativo, sobre todo a edades tempranas.

En relación a la pandemia, diversos estudios certifican que el riesgo de contagio del coronavirus es 19 veces más alto en espacios cerrados que al aire libre. Se sabe que la mayoría de los contagios tienen lugar en espacios cerrados, locales de ocio, casas, fábricas y salas de reuniones. Asimismo, según varios estudios, aumentar el contacto de niños y jóvenes con la naturaleza es fundamental para luchar contra la pandemia.

El doctor Juan Antonio Ortega, jefe de la Unidad de Salud Medioambiental Pediátrica del hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, preconiza una serie de medidas para mejorar el medio ambiente de los centros escolares. Entre estas medidas, se encuentran, además de las habituales recomendaciones de mantener las distancias de seguridad y evitar aglomeraciones, así como extremar las medidas de higiene de manos, otras más innovadoras como incrementar tanto como sea posible las clases y actividades al aire libre o espacios abiertos, patios o sombras, incorporando áreas aledañas de la comunidad (calle peatonal con árboles o parques urbanos) para el desempeño de esa función, asegurar una ventilación natural óptima y/o con sistemas de ventilación o aire acondicionado, reducir el tiempo de las clases y, por supuesto, reducir las ratios.

El hecho de incrementar el tiempo de contacto diario de los niños con un entorno natural, incorporando ese periodo en la jornada lectiva del alumnado tiene otras ventajas. Un estudio publicado en la revista británica PLOS Medicine, analizando el modo de vida de más de 600 niñas y niños de entre 10 y 15 años, refleja que con solo un incremento en un 3% de zonas verdes en su vecindario se verifica un aumento en 2.6 puntos de media en su Coeficiente de Inteligencia.

El sistema educativo desarrollado en las últimas décadas se ha basado en concentrar al alumnado en centros educativos cerrados, a veces con más de 1.200 personas, de espaldas a la naturaleza, con una serie de materias aisladas unas de otras como compartimentos estancos. Las sucesivas leyes educativas son modificaciones de las anteriores, con cambios meramente cosméticos en la mayoría de las veces, donde la burocracia campa a sus anchas, y en las que no se ha hecho una reflexión profunda sobre la educación que necesitan nuestros jóvenes, en las que el contacto con la naturaleza debe ser una base primordial. Ahora, en estos tiempos de pandemia, tenemos la oportunidad de replantear el sistema educativo, para estar preparados ante futuras situaciones críticas como la que estamos sufriendo.

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