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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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La propina

Cristina Morano Carretero

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En los años 80, F.M. fue llamado para supervisar la puesta en marcha de una partida de locomotoras americanas que la Renfe había colocado en diversas provincias del norte y que estaban dando problemas. Era un Jefe de Equipo recién ascendido en los talleres ferroviarios de una localidad de La Mancha, pero antes de eso había pasado toda su vida como técnico de base, arreglando motores de todo tipo en Madrid, Andalucía y Castilla.

Le enviaron a Altsasu. Recuerden: años 80, España, un manchego enviado a “supervisar” algo al corazón de Euskal Herria.

F.M. llegó al pueblo resignado a pasar discretamente aquellos pocos días y solo llevaba un maletín pequeño. Como era horario laboral no pasó por el hotel asignado, sino que se dirigió directamente a las instalaciones del ferrocarril para comenzar a trabajar en ello. Los operarios que le recibieron eran chicos jóvenes, muy serios. F.M. subió a la máquina y, en medio de un silencio sepulcral, comenzó la prueba: dieron aire y electricidad al motor, abrieron y cerraron válvulas extrañas, conectaron cables. Aquello no andaba.

A la cabina de mando de la locomotora, F.M. había subido también su maletín, estrecho, ligero, con cierre metálico, casi de ejecutivo. Tenía sus gustos particulares, pa' qué negarlo.

El caso es que como la máquina no arrancaba, F.M. abrió el maletín y sacó su viejo mono azul de trabajo, perfectamente doblado. Se quitó la chaqueta y los pantalones delante de aquellos muchachos, se puso el mono, alcanzó una llave inglesa y un destornillador y se puso a manipular los resortes inferiores del panel de mandos.

Estaba agachado, en medio de cables y grasa, así que imagino que no pudo ver las caras de los operarios de Altsasu que le habían recibido como un “supervisor”, un oficinista destinado a realizar un informe sobre ellos si las máquinas tenían problemas.

Al cabo de dos días, las locomotoras americanas estaban marchando y F.M. se lo había comido todo en las herrikotabernas y en las Sociedades Gastronómicas del Valle de la Burunda.

Uno de los superiores de la zona, le llamó a su despacho para despedirle. Como agradecimiento le tendió un sobre.

F.M. le dijo:

–Se lo agradezco, pero esto es mi trabajo, no acepto propinas.

¿Por qué he hecho un artículo de esta anécdota, en lugar de construir un relato literario?

Para que entiendan el concepto `propina´. Bueno, y para que estén orgullosos de F.M., un hombre que no hacía informes: ponía las cosas a andar.

Cada uno desempeña una labor en la sociedad, labor que debe tener una contraprestación justa, para vivir en libertad y en bienestar. Y esa contraprestación, que será un salario mensual en la mayoría de los casos, debe ser establecido por la comunidad. No debe estar sujeto a vaivenes temporales, no debe ser opcional, no debe ser oculto o personal, sino transparente y común. Su falta o su ganancia debe regirse por leyes claras y justas para garantizar ese bienestar del que hablábamos. Si se otorgan complementos puntuales no deben estar sujetos a la opinión subjetiva de nadie, sino a la reglamentación laboral.

A partir de ahí, uno no debería necesitar ningún recurso más. Si las circunstancias cambian o se presenta una desgracia (crisis, accidente, catástrofe) los beneficios a conseguir deben estar previstos en la legislación y los recursos dinerarios apartados y ahorrados por la comunidad correspondiente, sea el Estado, sea el Consistorio. En el caso de las bonificaciones, igual.

Las propinas, las comisiones, es decir, ese dinero que se da de mano en mano de un particular a otro, lejos de los cauces habituales, no son un recurso neutro ni inocente. La propina es opcional (no consta en ningún reglamento ni protocolo); no se comunica, excepto a los amigos (“mira lo que me han dado”); no es transparente, pero lo peor de todo: es subjetiva, es decir, no responde a una mejor o peor realización del trabajo, depende de la opinión del que la da, y las opiniones están siempre lastradas por el humor del momento. Esperar una propina supone estar al albur caprichoso de otro ser humano, cosa que nunca es deseable, aunque a veces sea irremediable.

La comisión o propina menoscaba la dignidad (es decir, el ser-íntegro) del individuo que la recibe. En el caso de la tradicional propina de los Estados Unidos, afecta a la dignidad de toda una nación, que no podrá nunca ser del todo libre hasta que sus camareras y mensajeros tengan un salario mejor y un status liberado del humor del cliente. Cuando la propina es una comisión previa por otorgar favores empresariales o políticos, entramos en el campo de la corrupción.

Pero también menoscaba la dignidad del que la da: nos coloca en el lugar del `dueño´, del que otorga o no un beneficio, sin necesidad de cumplir norma alguna. Los caciques y los amos han usado la comisión para robar el dinero de sus conciudadanos y llevárselo a sus amigos. Así se perpetuaban los ricos en cada época, o se enriquecían otros, más sumisos al gusto del poder de turno.

La propina, la comisión, deshace la igualdad entre ciudadanos para imponer la escala, el favor, la pleitesía, el agradecimiento interesado. Con ellas de por medio, las relaciones humanas no pueden ser observadas con rigor, pues nos nace el miedo a no obtenerla o el excesivo anhelo por repetirla.

Contrariamente a lo que ellos mismos seguramente piensan, los políticos que han recibido sobres en B por conceder obra pública, no son astutos antihéroes oscuros, sino pobres criados del empresariado más vulgar de Europa.

*Cristina Morano es escritora, diseñadora gráfica y miembro de CambiemosMurcia*Cristina Morano

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