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María, víctima de violencia psicológica: “Deseé que me pegase, lo deseé intensamente, es un pensamiento aterrador pero así todo habría sido más evidente”

María sostiene entre sus manos el libro de María Sánchez, "Tierra de Mujeres"

Erena Calvo

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De forma paulatina, muy lentamente, así fue haciéndose evidente día tras día el carácter violento de su ex pareja. Nunca le pegó, aunque al final de la relación hubo conatos. “Ninguna mujer empieza a salir con alguien que le agreda desde el minuto cero”. Los sistemáticos ataques psicológicos a los que la tenía acostumbrada le condujeron a una situación de shock y ansiedad de la que empieza a salir ahora, cinco meses después de poner tierra de por medio.

“A día de hoy sigo pensando que es una buena persona, y es un recuerdo doloroso porque tiene dos caras; puede ser súper agradable en público, muy abierto y sociable, pero tocas algunas teclas, en especial si lesionan su hombría, y se desencadena todo lo contrario”. Habla María (nombre ficticio), desde algún rincón de Murcia.

Su ex pareja, relata, vivió una infancia problemática, donde hubo malos tratos y de alguna manera normalizó una violencia que volcó en ella -aunque a cuenta gotas- durante cinco años, los que duró una historia que vivió en un algún país de Europa que María no quiere revelar por miedo a que se desvele su identidad. 

Con su carrera recién terminada y con interés por explorar otros campos, María se marcha al extranjero donde va encadenando un trabajo con otro y conoce al que se convertiría en su compañero. “Creo que si hubiera estado aquí, la situación habría sido diferente, hubo cosas que no habría permitido pero allí no tenía dónde ir”. El ser mujer migrante y encontrarse en una etapa de integración, explica, fue determinante. “No contaba con un círculo de contactos sólido, ni ningún espacio físico al que ir fuera de su casa o mi trabajo, estaba desprotegida”. Su empleo se convirtió “en una válvula de escape”.

“Hubo momentos en los que deseé que me pegase, lo deseé intensamente, y era un pensamiento aterrador; pero quizás así todo habría sido más evidente, pensaba que así habría tenido más razones para marcharme y alejarme de él”.

Mientras desplaza de un lado a otro del plato los garbanzos con la cuchara, rebusca ideas en un esquema preparado con esmero en casa para no dejarse nada en el tintero. En junio regresó a Murcia. “Me he decidido a hablar de ello porque en los medios de comunicación siempre se publican los casos extremos de violencia física, cuando hay muertes o niños implicados; aunque se ha empezado a hablar de la violencia psicológica todavía no es tan visible, y en realidad es una primera etapa”. Con una voz suave se expresa con firmeza.

Poco antes de romperse la relación, “los signos de violencia se hicieron más evidentes; empezó a dar golpes a paredes o puertas cuando teníamos discusiones, y ahí empecé a sentir miedo”. Un día, mientras cocinaban, él se puso a llorar cortando una cebolla. “Cuando yo lloraba siempre me decía: No llores, eres débil, y yo llegué a interiorizar ese pensamiento”. Ese día, con la cebolla enfrente de él, le soltó: “Mira, estoy llorando”. María le contestó con la misma frase que él le repetía incansable cuando la veía con lágrimas en los ojos. “Se encolerizó, me hizo terminar de hacer la cena y trató de frotarme de forma violenta una cebolla en los ojos para hacerme llorar”. Fue el punto y final.

La paz -continúa- desaparecía “cuando sentía que su hombría estaba siendo cuestionada, y también rechazaba que yo me sintiese mal cuando tenía nostalgia por mi familia y lloraba; mi llanto supongo que le recordaba determinados episodios de su infancia y se ponía violento”. Entonces, la violencia se traducía en mutismo. “Podía estar sin hablarme tres o cuatro días, hacía como si no existiese, es horrible porque yo además estaba allí por él”.

María, a la que todavía a día de hoy le cuesta creer que fue víctima de violencia psicológica, relata que ella no sabía que “el no hacer, el ignorar, la no asistencia formaba parte de todo esto que entra dentro de la violencia de género, es como un micromachismo, aunque un empujón, una patada, un bofetón o que te digan cómo tienes que vestirte o el control social sean más evidentes”.

Una vez, recuerda, “tuve una pesadilla donde a él le violaban y me desperté con mucha ansiedad, le conté lo que había soñado y su reacción fue horrible, me culpó por mi mal sueño y me obligó a escuchar escenas en las que describía cómo me violaban. Lo dejé pasar y terminé pensando que era mi culpa; lo empujé al límite”.

“Ahora me estoy tratando con una profesional, especializada también en el duelo migratorio, y me siento fuerte para poder contaros mi historia”. Hasta ahora solo la conocen algunas de sus amigas. “Pero también quiero confiársela en algún momento a mi hermana (más joven) para que no tenga que enfrentarse a una situación similar”.

 Hiperadaptación

 Hiperadaptación“Era un satélite y giraba alrededor de un planeta, él; todo estaba supeditado a sus planes y casi terminé creyendo que sus comportamientos violentos eran culpa mía”. Al final –relata María- “te hiperadaptas, tratas de no tocar determinados temas, tu personalidad se anula y vas de puntillas y con miedo”.

A raíz de su experiencia, María ha empezado a informarse sobre la violencia de genero y el feminismo, “estoy aprendiendo y quiero implicarme con la ciudadanía”. Le ha encantado el libro de “La habitación propia”, de Virginia Wolf. “Habla de que estaba por un campus y quería entrar en una biblioteca que tenía sus libros pero al ser mujer no podía acceder a ella”. Su tesis principal “es que las mujeres necesitamos una habitación propia; no ser molestadas y desarrollar nuestro lado más profesional, empoderarnos, es muy simbólico pero necesario tener ese espacio de reflexión”. Ella ya está en ese camino.

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