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Abuelas cansadas de estereotipos: “Trabajamos, nos divertimos y no sólo vivimos para nuestros nietos”

Abuela y abuelo con sus nietos.

Patricia Gea

Las abuelas ya no son como antes. No son un fantasma hogareño vestido con bata de cuadros y rulos, que monta guardia en la cocina entretenido con prensa rosa y ganchillo. No tienen tiempo, ni muchas veces quieren, para hacer guiso a toda la familia o coser bajos de pantalones. No visten de negro en el luto, no van a misa los domingos y comen carne los viernes de cuaresma. Las abuelas están desmontando discretamente los estereotipos que rodean su figura, y las obligaciones productivas y post-reproductivas que la sociedad patriarcal les tiene encomendadas, para reivindicar su posición social dentro y fuera de la familia.

La trascendencia de la emancipación de las mujeres mayores reside en que sus consecuencias alcanzan a otras generaciones y por rompen la cadena de transmisión de los roles de género tradicionales. Las “nuevas” abuelas trabajan, emprenden, viajan con amigas y tienen aficiones. También se asustan con la idea de convertirse en abuelas, y lo reconocen, aunque no deje de despertar cierto recelo que una mujer “con esa edad” use su experiencia y energía para seguir creciendo fuera del ámbito doméstico y del cuidado de los demás.

Voy a ser abuela, ¿y ahora qué?

Cuando Charo Izquierdo, periodista, escritora y empresaria, supo que iba a ser abuela dice que sintió “vértigo, miedo y felicidad”. La noticia le pilló a contrapié, en un momento de agitada actividad laboral y sentimental. Para colmo, se puso la tarea de escribir un libro sobre su nueva etapa: “Socorro, soy abuela: la historia de mi nieta, mi hija y la madre que la parió” (Plaza y Janés, 2017).

La maternidad de su hija destapó ante sus ojos lo que la sociedad espera de una mujer que es abuela, algo que retrata con ironía en uno de los fragmentos del texto: “Sé lo que me espera, volver a los pañales, los biberones y la falta de sueño. Porque, no nos engañemos, el ser abuela significa currar como si el niño fuera tuyo. Y estoy desentrenada, el último carrito que empujé fue el del súper”.

La misma sensación que tuvo Teresa Taboada. Es terapeuta. Acaba de nacer su segundo nieto, dos años después que el primero, cuando tuvo que tomar una difícil decisión: trasladarse desde Madrid, donde vivía cerca de sus hijos, a un pueblo en Galicia para emprender un pequeño proyecto rural relacionado con su profesión. “Cuando me fui aún no era abuela, pero mi hija estaba buscando ser madre. Me costó tomar la decisión y romper ciertos patrones que tenía inculcados, como la sensación de abandono hacia mis hijos, el alejarme de mi nieto y renunciar a proporcionarle la ayuda que pudiera necesitar. Pero quería tener mi vida, no dudo que tomé la decisión acertada”.

La socióloga Lourdes Pérez explica en el informe “Las abuelas como vínculo de conciliación entre la vida laboral y familiar” que esta liberación femenina no ha llegado aún a muchas mujeres mayores en España, que siguen respondiendo a “esquemas muy tradicionales”, porque no se sienten aludidas. “Consideran que es una cuestión de sus hijas y están dispuestas a ayudarlas en ese camino, pero no se sienten protagonistas”, apunta.

Charo y Teresa sí han enfrentado el nacimiento de sus nietos desde la liberación a la que se refiere Lourdes Pérez. Ambas coinciden, dejando un poso de obligada justificación, en que la llegada de los niños fue un momento de “completa felicidad” y que el amor que sienten por ellos es enorme e incondicional. Pero ninguna pensó dada la circunstancia en abandonar sus proyectos personales y profesionales. “Tengo muchas aficiones, mucho trabajo, me encanta viajar, estar con gente, con amigos… -explica Charo- y sigo haciendo la misma vida ahora que soy abuela”. Teresa cree que resulta incluso beneficioso para sus hijos “tener una madre independiente y capaz de resolver su vida, de forma que se mantiene el vínculo pero desaparece la relación de dependencia”.

Abuela sí, niñera no

La incorporación masiva de las mujeres jóvenes al mercado de trabajo y la falta de equilibrio en la corresponsabilidad de los hombres está en muchas ocasiones relegando en la figura de la abuela el peso de la crianza de los niños. “Sin políticas para la conciliación, el cuidado de los nietos y las nietas puede verse como un instrumento de control sobre las mujeres mayores”, analiza en el informe Lourdes Pérez. Cree que no se trata, sin embargo, de negar el cuidado de los pequeños, sino de “armonizar los intereses de las generaciones que se encuentran alrededor de esta actividad, de no perder la oportunidad del encuentro intergeneracional que propicia, pero basado en relaciones más democráticas y menos obligadas”.

Charo cree que utilizar a las abuelas como cuidadoras de guardería es “tremendamente injusto”. “Entiendo que hay situaciones que no se pueden juzgar, que por necesidad o por vocación algunas mujeres deciden dedicarse a sus nietos, pero creo que el mero hecho de ser abuelas no nos obliga a hacer el papel de guardería cuando nuestros hijos quieren. Yo he aprendido a decirle a mi hija que no: que no puedo quedarme con la niña una noche si tengo una cena o que no estaré disponible en determinadas fechas si tengo un viaje”, apunta.

Para Teresa, “dedicar más o menos tiempo a cuidar de los nietos es una decisión muy personal, pero creo que es un papel que todavía está asociado a las mujeres, y que de alguna forma se nos pide que nos entreguemos a esos cuidados cuando los hijos lo necesitan o quieren tener tiempo libre”, afirma Teresa. “De la misma forma que mi hijo no está siendo como fue su padre, que no paseaba el carrito, ni cambiaba pañales, también va tomando forma el perfil de abuela que trabaja, como yo, que se divierte. Pero si miramos a las generaciones anteriores, siguen siendo ellas las principales cuidadoras. Esa labor da incluso sentido a su vida, tan acostumbradas al sufrimiento y al sacrificio. De alguna forma nos educan así, y antes mucho más: olvídate de tí y de disfrutar, pon la prioridad en el otro y aguanta. Pero creo que, precisamente, siendo independiente tengo la oportunidad de inculcar a mis nietos los valores de igualdad: vale más un gramo de práctica que una tonelada de teoría”, concluye Teresa.

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