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“El precio de la reconciliación no puede ser que parezca que todos fueron culpables”

El profesor de Historia, Txema Portillo.

Eduardo Azumendi

José María ‘Txema’ Portillo, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco (UPV), tiene muy vivo aún el recuerdo de los años que vivió bajo la amenaza de ETA y de su entorno radical. Esa presión le condenó al exilio. “La Policía me dijo que tenía que evaporarme del País Vasco”. Se fue para seis meses y no pudo regresar hasta 13 años después. Portillo, quien sufrió dos atentados contra su vehículo dentro del recinto universitario, llevaba varios años sin impartir clases al no poderle garantizar su seguridad. ¿Su pecado? Enfrentarse ideológicamente a ETA. En 2012 regresó a la UPV y ha vuelto a la rutina de las clases y la investigación. Cuando se cumplen cinco años del cese de ETA, Portillo advierte de que “el Estado está perdiendo la batalla del relato”. “¿Es aceptable una historia del franquismo escrita por un franquista? Pues con ETA y su mundo pasa igual. La historia de esos años en el País Vasco no la puede hacer ETA”.

¿Recuerda cómo empezó el acoso de ETA y su entorno contra usted?

ETA asesina en Madrid a Francisco Tomás y Valiente, al que conocía personalmente. Algunos profesores de la Universidad a iniciativa de Jon Juaristi pensamos que había llegado el momento de elaborar algún tipo de manifiesto donde mostráramos nuestro rechazo a lo que estaba ocurriendo. Los que hemos nacido en los años 60 vivíamos con una normalidad asombrosa lo que estaba pasando. Cuando repaso la prensa de los años 70 y 80 me parece increíble que pudiéramos desayunarnos todos los días con asesinatos y era una noticia más del periódico. En el mundo universitario, el asesinato de Tomás y Valiente sí generó un movimiento. Fue la primera vez que en la UPV se colocó una pancarta contra ETA en el campus de Leioa. La colocamos un profesor de la Universidad de Madrid y yo. Para un espacio completamente dominado por el mundo de ETA como era la Universidad aquel gesto fue provocador.

¿En aquel momento fue consciente de lo que se le venía encima?

No. En ese momento éramos más conscientes de la necesidad de hacer algo que de las repercusiones. Yo nunca pensé que aquello me pudiera convertir en su objetivo... hasta que me destrozaron el coche en una ocasión y después me pusieron una bomba.

Después vino el Foro de Ermua y ya se colocó en el foco de ETA sin ambages.

A partir de ahí comenzó una persecución pública más notoria. Del 96 al año 2000 la actividad de algunos profesores universitarios contra ETA fue notable. Activó una opinión silenciada que contribuyó a una crítica profunda y ganamos la batalla de la opinión al mundo de ETA. Todo ello confluyó en el momento posterior al asesinato de Miguel Ángel Blanco.

En 1998 le atacaron ya directamente, destrozándole el coche.

Se sucedieron los ataques y advertencias: dianas con mi nombre, anónimos por debajo de la puerta del despacho… Me pusieron escolta y al final pusieron una bomba en los bajos de mi coche en la misma Facultad. Entonces fue cuando la Policía me dijo que me tenía que evaporar del País vasco.

La bomba marcó un antes y un después.

Antes de la bomba, el entonces rector de la UPV Manu Montero decidió que otros profesores y yo no diéramos clase directamente para minimizar los riesgos. Dar clase exige una rutina muy peligrosa para una persona que estaba marcada. Me colocaron en otro ámbito.

¿Sintió miedo?

Pensar que me iban a matar lo pensé una vez en el campus de Álava, pero la intensidad de lo que se vivía era tan alta que no era la sensación de miedo la que predominaba. Cuando estás en el ojo del huracán piensas menos en que te pueden asesinar y más en el aspecto político. Lo más sensato era huir, pero creo que hice bien en aguantar. A Tomás y Valiente lo asesinaron por opinar. Y ese asesinato junto a la ampliación de la amenaza a los que opinaban diferente fue lo que me llevó a significarme junto a otros profesores. La idea era ‘yo no me callo’ y las consecuencias en un régimen  de terror es pagar con tu vida.

¿Y qué le dolió más: saber que podía ser asesinado por opinar o la indiferencia con la que la mayor parte de sus colegas y la sociedad estaban viviendo esas amenazas?

Sin duda, la indiferencia. Se había impuesto una forma de terror que aniquilaba a los que pensaban diferente y los demás callaban. Pero los que levantaron la voz hicieron mella en el mundo de ETA, que empezó a asesinar a los que opinaban, como el periodista José Luis López de la Calle. Entre 1996 y 1999 se genera la opinión y después llega la reacción por el asesinato de Miguel Ángel Blanco. El día que asesinaron a José Luis López de la Calle convocamos una manifestación a la que no quiso acudir el entonces lehendakari Juan José Ibarretxe con el argumento de que estaba convocada por una parte. Pues claro, convocada por la parte sana y el lehendakari no quiso acudir.

Con la bomba en su coche ya se tiene que marchar de Euskadi.

Me fui para seis meses y estuve fuera más de 13 años.  La situación empeoró más aún al poco de marcharme. El rector me dijo que alargara la estancia sin fecha. En cierto sentido fui afortunado porque un profesor universitario tiene la opción de ir a otra universidad y buscarse un hueco. Además, la UPV me mantuvo como docente. Sin embargo, los concejales que sufrieron la presión en los pueblos no tenían dónde marchar. Eran el objetivo facilón de ETA. Yo pude poner tierra de por medio y reorganizar mi vida, pero ellos no. En los pueblos, la democracia desapareció por la vía del asesinato.

¿En algún momento llegó a pensar que ETA podía ganar y obligar al Estado a negociar políticamente?

No. El movimiento que pusimos en marcha incidía en eso: reclamamos al Gobierno que nunca aceptara una negociación política con ETA. Y no la ha habido por mucho que el PP acusara en su momento a José Luis Rodríguez Zapatero de negociar políticamente.

Cuando echa la vista atrás, ¿se arrepiente de algo?

Adecué mi vida a lo que ocurría en ese momento. Lo volvería a hacer.

Cinco años sin ETA. ¿Cómo ve el momento actual?

A todos los que dicen que hay que pasar página rápidamente yo les diría que para pasar la página, primero hay que leerla. Y para eso tiene que estar escrita. Ahí está el problema, ¿quién va a escribir la página? Sería intolerable que la escribieran los perpetradores de la violencia o los que entienden que aquella violencia de ETA fue compensada por otra violencia. Es un relato injusto e historiográficamente erróneo. La violencia fue perpetrada habitualmente y de forma deliberada desde un sitio: el ultranacionalismo vasco. Es importante todo lo que se haga por recuperar la memoria de lo que pasó. No puede ser que tengamos ya una generación que no sabe lo que pasó aquí y piense que hubo violencia por parte de dos bandos.

Pero esa generación que apenas sabe nada tal vez es la que lo tenga más fácil para conseguir la reconciliación

Pues tendrá una imagen del pasado de su país totalmente equivocada. Es más útil socialmente tener una imagen real: hubo violencia política muy intensa, que produjo mucho dolor, miles de víctimas y desarticuló al país durante más de 30 años. Si no aceptamos esto, mal vamos a entender la historia del país. ¿Se aceptaría como historia del franquismo la escrita por un franquista? Los historiadores no lo aceptamos. Si ahora va a ser el mundo de Sortu y sus aledaños los que escriban la historia del terrorismo en el País Vasco apaga y vámonos. Ellos siguen manteniendo que no hay nada de lo que arrepentirse. El precio de la reconciliación no puede ser que parezca que todos fueron culpables. Desde el momento en el que al frente de la Oficina de Paz y Convivencia está una persona que procede del mundo abertzale [Jonan Fernández] y se saca fuera a una persona como Txema Urquijo, no parece que apunte en la buena dirección. Y el relato que promueve Jonan Fernández es el de contextualizar la violencia política ultranacionalista para que parezca que todos tuvieron la culpa. Es decir, llenar de muertos el catálogo. Le vale un muerto al que mató un policía borracho al salir de un puticlub como el de un atentado terrorista. No se puede equiparar. La táctica es promover la idea de que ETA nació porque había un conflicto y ETA es una expresión más de ese conflicto. Pues no. ETA es el conflicto y su ultranacionalismo. Se admite así o no. Unos mataban y otros morían. Con todo el inmenso error que fueron los GAL y provocaron muchas víctimas, no puede servir para equiparar lo ocurrido en Euskadi con Sudáfrica, Irlanda del Norte o Colombia. Cuando ETA más mató no había GAL.

Al final, ETA lleva camino de desaparecer sin conseguir nada.

Los presos irán saliendo porque van cumpliendo sus condenas. Pero se puede ganar en ese terreno, con la derrota policial de ETA, y perder el discurso. Y el Estado lo está perdiendo porque no imprime suficiente discurso público.  Por ejemplo, cada vez que se menciona a las víctimas se produce una incomodidad. Las víctimas molestan. Se les debe respeto, pero es incómodo hablar de ellas hasta el punto de que apenas hay novelas y literatura sobre ellas. Incluso en el caso de víctimas ‘light’ como yo, cuando sale mi tema la gente se siente incómoda. Es algo peligroso porque la justicia social debe llevarnos a reconocerlas.

La izquierda abertzale parece plenamente institucionalizada.

Están haciendo lo que tenían que haber hecho siempre, pero están centrados en decir lo que pasó. Me dolería mucho que a mis hijos les llegara su relato a la escuela. Debe llegar un relato justo y el de la izquierda abertzale no lo es. ETA debe ser derrotada también en el discurso, no se le puede indultar como un caso más de la violencia política sufrida en este país.

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