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De las cabras de Kazajistán a la yegua de Victoria Federica

El rey Juan Carlos I

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Confieso que soy incapaz de pasar de largo cuando me cruzo con la revista Hola. Este martes informaba de que la reina Letizia luce “una melena bonita con canas”. Es cierto, ya nos gustaría a muchas que las nuestras brillasen así aunque para melena plateada bien llevada la de Diane Keaton. En Vanitatis optaban por destacar lo bien que combina la ropa pese a que sean modelos repetidos. “Hace magia”, resumían para loar el estilo de la reina. De Felipe VI sabemos que ha retomado la agenda internacional para participar en la toma de posesión del nuevo presidente de Bolivia y que compartió vuelo con el vicepresidente, Pablo Iglesias. ¿Aprovecharían tantas horas de avión para hablar en algún momento del tema?

Tenía un profesor en la universidad que con razón afirmaba que los periodistas no deberíamos referirnos a asuntos destacados de la actualidad resumiéndolos con la palabra 'tema'. Empobrece el lenguaje, cierto, pero en este caso la excepción estaría justificada. Porque ni el rey ni la reina, ni el rey emérito ni Sofía, que pese a todo sigue siendo su esposa, ni Elena, hermana del rey, madre de Victoria Federica, que monta a la yegua Dibelunga, nadie ha explicado a los españoles si es cierto o no que algunos de ellos utilizaban tarjetas black con dinero que no procede de la asignación que les corresponde. O si es verdad que Juan Carlos tenía varias cuentas secretas en paraísos fiscales, alguna de ellas conocida esta semana. Hacienda no siempre somos todos, aunque eso hace tiempo que lo aprendimos.

Los investigadores aseguran que Felipe y Letizia nunca han utilizado esas tarjetas opacas. Vale, de acuerdo. Pero no tenemos ni idea de si sabían de su existencia y no dijeron nada o si no tenían ni idea y se han enterado ahora porque lo ha publicado elDiario.es o si simplemente pensaban que nadie se enteraría. A lo mejor creyeron que total, con todo lo que ha hecho el padre, no vendría la cosa de unas tarjetas para que Sofía viajase a Londres. O que qué más da que la yegua preferida de Victoria Federica no la comprasen la infanta Elena y Jaime de Marichalar. Cómo nos lo íbamos a imaginar si los mismos que pretenden que nos muramos de envidia por las canas de Letizia nos informaron en su momento de que Dibelunga había sido un regalo de sus padres a la joven amazona.

En Zarzuela se impone el silencio mientras el rey emérito es protagonista ya de tres investigaciones judiciales. Él sigue en Emiratos Árabes y nosotros, sin saber quién paga su estancia ni cuánto nos cuesta porque el Gobierno se niega a facilitar esta información. No hace falta que pierdan el tiempo solicitándolo al portal de Transparencia porque el ministerio de Presidencia les responderá que la familia real no está sometida a los preceptos de la ley que obliga al resto de cargos a rendir cuentas. Enfádense lo justo no vaya a ser que tengan un problema puesto que hace poco más de una semana el PSOE, PP, Ciudadanos y Vox impidieron que se despenalicen “las injurias a la Corona”. Y eso que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha reprendido a España en varias ocasiones por las disposiciones sobre las injurias al rey y los ultrajes a España por considerarlas desfasadas y contrarias a la Convención Europea de Derechos Humanos. Por eso aún tiene más gracia escuchar hace dos días a Felipe VI reivindicar la libertad de expresión en un acto. No es la primera vez que lo hace, pero sigue teniendo gracia.

Mientras, el goteo de escándalos prosigue. A las investigaciones sobre nuevas cuentas en paraísos fiscales se suman cacerías en las que, según uno de los testimonios presentes, los trofeos más preciados no serían las cabras de Kazajistán sino los maletines con dinero, en concreto, cinco millones en dólares. En la Casa Real nunca se informó de los viajes privados de Juan Carlos. Si no había respuesta se daba por hecho que se habían acabado las preguntas. No era un mal método porque durante muchos años le ha funcionado.

“Mi propósito más firme es acercarme a la realidad y a los problemas de nuestro pueblo. La Corona, cuyo sentido y función encarno, me instituye en custodio de los intereses de todos los españoles y como tal me hago eco de ellos”, proclamó Juan Carlos al poco de acceder al cargo en una España que se asomaba a la democracia. Han pasado más de cuatro décadas de ese discurso en el balcón de Puertollano y a estas alturas muchos intuimos con poco riesgo de equivocarnos que los intereses que custodió fueron los de las cuentas que nada tenían que ver con esa realidad a la que prometió acercarse.

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