Biden y el feminismo del 99%
Joe Biden, varón blanco de ojos azules y 77 años, ha ganado las elecciones estadounidenses y por ello EEUU tendrá a la primera vicepresidenta afro-asiático-americana de la historia, Kamala Harris. Por ello también, en muchas de las naciones del resto del mundo hemos respirado con alivio y celebrado la salida de Donald Trump, como figura de apoyo, inspiración y gurú compartido para los de partidos de extrema derecha en toda Europa y América Latina.
Lo primero que todos los medios del mundo resaltaron en el discurso de victoria de Kamala Harris, es su traje blanco y sus palabras apelando tanto a la unidad como la empatía mientras Beyoncé sonaba de fondo. Un traje blanco como el color de las sufragistas, dicen. Las sufragistas, esas mujeres blancas de clase media y alta que impulsaron la “Declaración de Sentimientos” en Seneca Falls (Nueva York, 1848). Documento que impulsó la 19ª enmienda de la Constitución estadounidense garantizando el derechos de las mujeres a votar, pero sólo si eran blancas. Algo que hizo que Sojourney Truth, esclava emancipada, afirmara su género, denunciara la esclavitud e imprecara contra la desigualdad en su maravilloso discurso “¿Acaso no soy yo una mujer?”. No fue hasta 1965 que las personas afroamericanas vieron protegido su derecho al voto libre de discriminación a través de la conocida ley Voting Rights Act. Quizás por ello, en 1984, Bell Hooks pensara que “el feminismo no surge de las mujeres que sufren la opresión directamente”. Sino que “esas mujeres violentadas a diario mental, física y espiritualmente son una mayoría silenciosa y una señal de su victimización es la aceptación de su suerte sin mostrar públicamente su ira y su rabia colectivas”.
Muchas expertas y expertos coinciden en situar la causa de la pasada victoria de Trump en una especie de rebelión de votantes ante el “austericidio carismático” afirmado por el progresismo americano. Austericidio que empobrecía las neveras de la ciudadanía mientras pequeñas muestras de élites multiculturales, glamurosas y carismáticas simulaban romper el techo de cristal desde sus puestos de visibilidad. Espejismo incapaz de traducir esta presencia en cambios estructurales.
Cuando la derecha o la extrema derecha sufre el castigo de la masa de votantes, el progresismo toma el escenario. Sin embargo, cuando es el progresismo quien sufre el castigo, toca sufrir un Donald Trump. Por tanto, EEUU tiene ahora por delante la tarea fundamental de no repetir los errores que impulsaron a Trump, porque el que venga después puede ser mucho más dañino.
Es hora de responder a toda la masa de votantes que, al menos públicamente, no se declara racista, ni sexista, ni ecologicida, pero son víctimas del desmantelamiento de los servicios públicos y la pobreza. Es la hora de la cultura política que abraza al feminismo del 99%. Esa praxis política que rompe las topografías de la dominación a cambio de incluir a todas y todos en todas las esferas independientemente de su género, pertenencia étnica, color de piel, creencia religiosa, identidad y orientación sexual, estatus migratorio o lugar de residencia. Ese feminismo que acepta la derrota de su ala liberal obsesionada con romper el techo de cristal dentro de las empresas como única tabla de salvación emancipatoria para algunas. Esa cultura política que comprende por qué el lugar de trabajo y la vida privada son la misma cosa. Praxis de la igualdad salarial que no equipara en la pobreza y sabe que es la dignificación de los cuidados lo que subvierte nuestra idea del trabajo. Un feminismo del 99% que no se centra en el mercado, el expolio de los recursos naturales y el racismo sexista, sino en la vida, la justicia y la libertad. Políticas feministas que defienden la sanidad pública y la educación de calidad, las pensiones y las viviendas dignas no segregadas para desarticular las jerarquías de dominación estructurales. Es la falta de justicia racial, ecológica y de género lo que mantiene esas jerarquías. Son los servicios públicos lo que permite a las mujeres abandonar las situaciones de violencia machista en todas sus formas. El movimiento feminista representado por mujeres blancas, nativas, afro, asiáticas, migrantes, ecologistas y LGTBIQ+, lo tiene claro. Por eso han señalado directamente qué líder no quieren. Se han movilizado de una manera histórica sin precedentes por todo el país. Han puesto sus cuerpos para apoyar a Biden y Harris, así que les toca no defraudar.
Kimberlé Creenshaw, teórica fundamental de la interseccionalidad y lideresa del proyecto #SayHerName, decía al respecto del resultado electoral: “Hoy celebramos, felicitamos y apreciamos. Mañana, debemos luchar. No contra la división, sino contra el supremacismo blanco. No contra el patriotismo, sino contra el fascismo. No contra la diferencia, sino contra la dominancia. Nunca podremos hacer las paces con nada del trumpismo, ni abandonar a los más perjudicados por él”. Por tanto, celebremos, pero no olvidemos y, sobre todo no repitamos. Esta vez no se puede fallar. De lo contrario, después de Trump puede llegar el héroe de ultraderecha que pretenda resolver todos los males a golpe de propaganda y limpieza étnica.
Ojalá las próximas elecciones veamos a una Deb Haaland, Alexandria Ocasio, Ilham Omar, Ayanna Pressley, Rashida Tlaib y Sarah McBride liderando el país. Larga vida pues, al progresismo feminista del 99%.
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