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Del 'No a la guerra' al 8M

Un grupo de manifestantes femeninas en Santa Cruz el 8M

Hugo Martínez Abarca

Diputado autonómico en Podemos —

1.- El hito del 26 de abril. La movilización que se produjo el mismo día de la sentencia de La Manada fue probablemente la convocatoria espontánea más nutrida que haya vivido nuestro país. En otros ciclos de movilizaciones como el del No a la Guerra había importantes movilizaciones medio espontáneas (planificadas para el día que empiecen los bombardeos, el siguiente día, etc) y alguna de ellas fue nutridísima (aquella que iba a ir hacia el Palacio de la Moncloa pero el cordón policial obligó a improvisar otro recorrido que acabó con un brutal nivel de violencia policial ordenada por Ángel Acebes) pero fue una movilización prevista al menos con tres días y planificada con varias semanas.

Ninguna de las convocatorias que se improvisaron durante el 15M en respuesta a decisiones gubernamentales concretas arrojó imágenes como la del 26 de abril abarrotando la calle San Bernardo de Madrid y ocupando la Gran Vía de Madrid mientras en decenas de ciudades las mujeres protagonizaban movilizaciones similares. Quizás esta respuesta sea aún más reveladora que las impresionantes manifestaciones y, sobre todo, el clima generado el 8 de marzo y, antes, el 7 de noviembre. La rápida y eficacísima movilización del 26 de abril evidencia que no sólo se está logrando instalar el feminismo como centro de la opinión público, sino que las mujeres están construyendo el movimiento social más vigoroso (y más esperanzador) que ha tenido nuestro país desde 2011.

2.- 2003: “No a la guerra”. El fracaso político de un movimiento exitoso. Para mi generación, las movilizaciones del “No a la guerra” supusieron un inmenso aprendizaje político. Además de las dos grandes manifestaciones de 2003 en febrero (la única manifestación contra un gobierno en la que “un millón de manifestantes” no era una exageración) y marzo, hubo un cúmulo de movilizaciones muy bien organizadas en un país en ebullición: contemporáneas a las movilizaciones contra la guerra era el movimiento Nunca Máis y las protestas del movimiento estudiantil contra la LOCE. Todavía no había redes sociales, aunque Indymedia y Nodo50 junto a rebelion.org constituyeron un embrión indispensable para la difusión de información, convocatorias y reflexiones.

El ciclo de 2003 fue un gigantesco éxito de movilizaciones y un rotundo fracaso político. El día que las tropas estadounidenses entraron en Bagdad se generó la (equivocadísima) idea de que la guerra había terminado y, sobre todo, de que no había nada que hacer. El asesinato de José Couso generó más impotencia y frustración que nuevas movilizaciones (salvo las de sus admirables familiares y amigos). El movimiento se diluyó como un azucarillo salvo por la maravillosa reaparición el 13 de marzo de 2004 como reacción popular, pacífica y democrática a las mentiras sobre el atentado del 11M con las que el Gobierno de Aznar intentó adulterar las elecciones del día siguiente. Pero al margen de ese histórico canto de cisne un intenso ciclo movilizador no dejó estructuras sociales ni políticas duraderas.

3.- 2011: El 15M y el aprendizaje de aquel fracaso. Una de las razones por las que el 15M cambió el país fue que se produjo en un clima de debate político intensísimo. La crisis económica y la institucional, junto con la aparente ausencia de reacción popular, se manifestaba en cientos de artículos, debates, libros, reflexiones… de mil tipos. El centro del debate era estratégico incluso dentro de los partidos ya constituidos en los que la grieta en torno a la que se debatía (proceso constituyente, refundación de la izquierda) los trascendía. Había mil debates y poquísimos apriorismos porque se partía, sobre todo, de la conciencia de tener una contundente tradición de fracasos.

Entre otras muchísimas lecciones, muchos activistas curtidos en el fracaso del ciclo del No a la guerra asumieron como imperativo estratégico la necesidad de que esta vez el ciclo fuera fértil. Ningún ciclo de movilizaciones es eterno (y el del 15M duró bastante más que otras experiencias históricas análogas), así que una de las muchas tareas que apareció en el 15M fue la construcción del post15M. Eso es lo que explica la expansión del 15M a los barrios y municipios, la consolidación en estructuras pequeñas diseminadas territorial y funcionalmente. Sin esa conciencia sería inexplicable el surgimiento de Podemos y su formidable arraigo sobre todo en la generación que nació para la política en aquellos años.

4.- 2018: la irrupción del feminismo en el erial. El momento en el cual el feminismo ha emergido como gran movimiento protagonista de la España de 2018 tiene poco que ver con el del surgimiento del 15M. El clima de gran debate político que había en 2011 era absolutamente anómalo y se ha desvanecido hasta dejar una orfandad de reflexiones sobre el país y nuestro rumbo político pese a que el colapso institucional y la permanencia en la crisis económica de la mayoría del país siguen vigentes. La coincidencia de crisis, escaso protagonismo de la política y baja movilización es el caldo de cultivo perfecto para el auge de la derecha renovada que representa Ciudadanos: es lo que está pasando en Europa.

La inmensa movilización feminista tiene la capacidad de romper esta inercia y supone la gran esperanza de reencauzar la respuesta a los problemas sociales y políticos hacia soluciones emancipadoras.

Ello pasa por que seamos conscientes de que el feminismo no es un aderezo que acompaña a la verdadera política sino el auténtico protagonista político del ciclo actual. Felizmente hay más movilizaciones, como las de los pensionistas, pero ninguna tiene ni el vigor ni la capacidad para representar un nuevo país que posee el feminismo. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad tienen en el feminismo un catalizador evidente. Y, como ocurrió con el “No a la Guerra” y el 15M, el feminismo ha logrado una capacidad de generar hegemonía absolutamente indigesta para las élites conservadoras de tradición evidentemente patriarcal: baste ver cómo PP y Ciudadanos han intentado sumarse al tsunami feminista con rotundo fracaso por parte de Ciudadanos y el ridículo de Catalá cuando el PP ha intentado hacer suya la indignación popular.

No son pocos los retos que tiene el feminismo para lograr canalizar la transformación del país: está empezando a recuperar un protagonismo del debate político que parecía perdido; y tiene que establecer las condiciones para que cuando (inevitablemente) se rebaje la movilización, se haya sembrado el país de tejido feminista popular. El feminismo es hoy la gran esperanza de un país mejor. Ningún eje político tiene su potencial transformador hoy. Es algo que los hombres que luchamos por la emancipación debemos entender no con resignación sino con infinita esperanza: tampoco pasa nada por no ser los protagonistas alguna vez en la vida.

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