Cuando la industria de armas gana, el desarme pierde
A raíz de la publicación del nuevo top 100 de la industria militar mundial, con los datos del año 2024 realizados por el Instituto de Paz de Estocolmo, SIPRI, podemos ver que se ha alcanzado la cifra de 679.000 millones de dólares de facturación en armas, un incremento anual del 5,9% en términos reales.
De las principales empresas de armas, sabemos que la mayoría son de Estados Unidos y de Europa, 39 y 26 respectivamente. Las principales empresas de Estados Unidos siguen siendo Lockheed Martin, RTX, Northrop Grumman, General Dynamics y L3 Harris Technologies. En el top 10 aparecen también desde hace varios años las empresas chinas AVIC y CETC, la británica BAE Systems y la empresa rusa Rostec.
Haciendo un análisis concreto de las empresas, vemos que algunas de ellas han incrementado sensiblemente su facturación, y destacan entre estas algunas europeas, como las alemanas Rheinmetall, que aumenta un 47% su facturación, y Diehl, que lo hace un 53%, la empresa checa Czechoslovak Group, que ha aumentado un 193% sus ingresos y la polaca PGZ, con un incremento del 34%. Cabe mencionar también en Europa los aumentos considerables en la facturación de las principales industrias de Francia, como en el caso de Dassault Aviation, que sube un 30%, o las empresas de tecnología militar aplicada en varios ámbitos del sector militar y de seguridad, como Safran o Thales. Finalmente, es reseñable el aumento de la empresa ucraniana de armas JSC, Ukrainian Defense Industry, con un 41%. La única española en el ranking es de nuevo Navantia, con 1.270 millones $ en defensa en 2024.
Las 23 compañías del top 100 que están basadas en Asia-Pacífico incrementan también con fuerza su facturación. Destacan los aumentos en la coreana Hanwha Group, del 42%, que va acompañada del aumento del 38% en LIG Nex1, o del 45% en Rotem. Si a esto le sumamos los aumentos en la facturación militar de las empresas japonesas Fujitsu, con un 25%, Mitsubishi Electric Corporation, con un 87%, o Kawasaki Heavy Industries, con un 36%, se observa también un impulso relevante en esta región. También es destacable la entrada en esta lista de la empresa Defend ID de Indonesia. Por contra, las empresas de China muestran unas cifras mucho más modestas o incluso de reducción en su facturación.
Merece especial mención la industria militar de Israel. El genocidio en Gaza y la enorme militarización del país llevan a que Israel tenga tres empresas que superan los 5.000 millones de dólares de facturación, alcanzando 16.200 millones de facturación solo estas tres compañías en 2024. Finalmente, destacaría la aparición de la empresa de Elon Musk, SpaceX, apareciendo en el número 77 del ranking, cuando el año anterior estaba en el 106, alcanzando una facturación de cerca de 2.000 millones de dólares en el sector de defensa.
Hegemonía occidental y erosión del desarme
Cuando acudimos no tanto al número de empresas, sino a la facturación de estas, observamos que la participación de las estadounidenses es mayor. alcanzando el 49% de la facturación en defensa de las 100 principales industrias militares señaladas por el SIPRI, con datos de 2024. Pero si sumamos el porcentaje de facturación de las compañías de Estados Unidos más el de las europeas y aliados geopolíticos de Asia-Pacífico, rozan el 80% de la facturación en defensa de 2024. Es decir, los países occidentales en la órbita de la OTAN mantienen la hegemonía en la producción de armas mundial.
La estrategia impulsada desde la OTAN en el año 2014 de aumentar el porcentaje del PIB destinado a gastos militares al 2% ha tenido efecto. Y ahora, con el horizonte del 5% marcado en su última reunión de La Haya, del 3,5% en gasto duro militar y del 1,5% en gasto militar blando, se está produciendo no solo un nuevo impulso a la industria militar, sino que se dibuja un horizonte con cifras mucho más elevadas a las de 2024.
Por otra parte, los aumentos en los gastos militares no solo tienen una perspectiva de corto-medio plazo, dado el análisis de amenazas permanentes y crecientes incorporadas en los discursos oficiales, como la posibilidad de que haya un ataque por parte de Rusia a miembros de la OTAN en el medio plazo, que aunque no sea creíble, en cualquier caso no justifica que la escalada militar sea la mejor manera de afrontar un conflicto de tales dimensiones.
Más bien parece que detrás de esta consolidación del aumento de los presupuestos militares y de la carrera armamentista a largo plazo, se encuentre no solo una estrategia de seguridad y respuesta a las amenazas y riesgos en Europa, sino más bien una política, en el que junto a elementos propios de seguridad y de relaciones internacionales, emergen intereses económicos, de modelo de sociedad y régimen político con lógicas militarizadoras, en el que se ven favorecidas las ideologías de extrema derecha que las sostienen.
En conclusión, vemos que el impulso de la industria militar es generalizado en todo el mundo, producido por un cambio, no solo discursivo sino también económico y empresarial. Lo más preocupante es que esta retórica, aparte de impulsar una carrera armamentística, escala tensiones y dificulta la gestión de la arquitectura de seguridad mundial, en el que el entendimiento, necesario para establecer canales de diálogo y políticas de desarme y desmilitarización, es más difícil.
Además, a la retórica aludida se suman las decisiones políticas, los hechos concretos en los que se han incorporado nuevos países a la OTAN, como Finlandia y Suecia, que mostraban resistencias a ello en otros momentos, o la dificultad para mantener tratados o acuerdos de desarme entre las grandes potencias militares, o el anuncio del desarrollo de nuevas armas con mayor capacidad destructiva, y la eliminación del estigma de algunos de los tratados de desarme existentes, como el de las bombas de racimo, puesto en cuestión a raíz de su uso reciente en Ucrania.
Los nuevos datos de facturación de las empresas de armas deberían servir para alertar de que la inercia de la economía de defensa no es neutra, sino que tiende a situar los objetivos empresariales y productivos por delante de los objetivos políticos, de paz y de seguridad, consolidando una lógica de militarización permanente que condiciona las decisiones políticas.
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