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Ante las migraciones, la humanidad como única salida

Migrantes piden ayuda en la denominada 'Nave del Queso' de Fuerteventura. (EFE)

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Un día como hoy, día de las personas migrantes, resulta difícil no pensar en el fracaso de las políticas migratorias de la Europa Fortaleza. Un desastre cargado de sufrimiento para quienes huyen de la persecución, del empobrecimiento de una tierra debido a la explotación extranjera de sus recursos naturales, o por los efectos devastadores de una crisis climática que impacta sobremanera en comunidades que no la causaron, y que obliga a sus habitantes a viajar a alguno de los países que la provocaron.

No olvidemos tampoco a quienes huyen de la guerra. Un joven yemení que conocí en Canarias, escapó de su país, donde le habían torturado y amenazado de muerte. Preguntado sobre si podíamos contar su historia contestó que sí, pero entre risas pidió que no le habláramos de derechos humanos hasta que España no dejara de vender armas a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, países que bombardean Yemen. Sentado sobre una piedra, con su cuerpo maltratado por una guerra y un viaje durísimo, repetía: “Lo que quiero es una vida tranquila”.

A día de hoy la ruta canaria es una de las más peligrosas del mundo. Según la ONG Caminando Fronteras, en los seis primeros meses de 2021 fallecieron más de 1.900 personas ahogadas en 57 naufragios. Unas cifras escalofriantes que esconden historias de vida sepultadas en el mar. Llegados a Canarias, hemos podido contemplar el hacinamiento y el sufrimiento innecesario causado por la mala gestión y la falta de capacidad de acogida en las islas, así como por la decisión gubernamental de limitar los traslados a instalaciones disponibles en la península.

Recordamos las imágenes del muelle de Arguineguín del año pasado, donde más de dos mil hombres, mujeres, niños y niñas, entre ellos menores no acompañados, estuvieron retenidos durante semanas en condiciones deplorables, obligados a permanecer a la intemperie incluso con temperaturas de 40 grados, sin las debidas medidas de higiene y en ocasiones hasta con un acceso al agua potable claramente insuficiente.

En abril de este año se conoció el trato inhumano que se daba en la Nave del Queso, en Fuerteventura. Una nave industrial donde se recluía a hombres, mujeres, niños y niñas en condiciones indignas mientras se encontraban confinados tras su llegada o por ser considerados contacto estrecho de algún positivo en COVID-19, restringiendo su derecho a la libertad durante periodos indefinidos que podían durar más de un mes. Y en el pasado mes de septiembre conocimos otra nave, esta vez en Arrecife, Lanzarote, donde la policía retenía en condiciones infrahumanas a las personas que llegaban por mar para su reseña y filiación.

De manera recurrente se viene denunciando que las autoridades españolas no garantizan información a las personas migrantes sobre sus derechos, asistencia letrada o asesoramiento inadecuado e insuficiente, servicio de intérpretes suficiente. También hemos denunciado obstáculos para solicitar protección internacional, falta de mecanismos adecuados para identificar a personas vulnerables, violaciones del derecho a no sufrir expulsiones sumarias o arbitrarias, o las restricciones injustificadas de la libertad de movimiento.

De igual modo las organizaciones de la sociedad civil vienen denunciando los medios insuficientes para la adecuada recepción de menores no acompañados, agravado por la escasa solidaridad entre Comunidades Autónomas para acogerlos en otras comunidades (más del 90% de los menores no acompañados llegados a Canarias permanecen en las islas), poniendo a muchos de ellos en riesgo de acabar viviendo en la calle, y dándose casos de castigos abusivos, insultos de corte racista y abusos contra menores, entre los que se encuentra un caso de uso excesivo de la fuerza en el centro de menores de Tindaya, en Las Palmas de Gran Canaria.

En el informe “Canarias: Un año de análisis, décadas de fracaso de políticas migratorias, publicado ayer por Amnistía Internacional, se recuerda que las llegadas no son inesperadas ni excepcionales, ya que vienen sucediendo a lo largo de las últimas décadas, pero la respuesta de las autoridades españolas son una y otra vez las mismas: políticas basadas en la contención y la disuasión, que no solo no funcionan para esos propósitos, sino que conllevan violaciones de derechos humanos.

Ante estos despropósitos hay quienes simplifican y aseguran que el problema es que estas personas llegan de manera ilegal, que lo hacen para robarnos el trabajo o directamente la cartera, y reclaman como solución impedir que vengan, y que se devuelva a sus países a los que ya han llegado. Señalan a los niños llegados en situación de desamparo, poniéndoles una etiqueta: los MENA, convirtiéndolos así en un colectivo uniforme sobre el que lanzar mensajes de odio basados en bulos y noticias falsas.

Frente a esos discursos de odio y racismo, también es importante recordar las redes de solidaridad existentes, personas que hacen una encomiable labor de denuncia para la mejora de las políticas públicas, y de acompañamiento y acogida de personas migrantes, generando comunidad.

En Canarias, al igual que sucedió en otros países europeos, como el caso de Grecia, la población se movilizó para aliviar la situación de miles de personas necesitadas que estaban confinadas en las islas, incluidos menores no acompañados que se encontraban sin alojamiento. Por poner un ejemplo, ahí está la Red ciudadana de solidaridad con las personas migrantes de Lanzarote.

O las incansables activistas de la Caravana Abriendo Fronteras, una red de colectivos que reivindica la buena acogida y los derechos de libertad de movimiento para todas las personas y que tras haber estado en años anteriores en Grecia, Italia, Melilla o Ceuta, este verano pasado estuvieron en Canarias. Sus acciones protesta pacífica se han traducido en 7.500 euros de multas

Sentados en una terraza frente al mar Irma, activista de la Red de acogida de Lanzarote contaba a Amnistía Internacional que “estamos perdiendo grandes dosis de humanidad por segundos: el miedo y las crisis nos hacen olvidar que no podemos vivir unos sin otros. La única salida es a través de la humanidad”.

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