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Oriente Medio en llamas

Imagen del piso atacado el 2 de enero por un dron israelí en Beirut, donde murieron siete personas, entre ellas el número dos de Hamás, Saleh al Arouri.

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Oriente Medio es un barril de pólvora y un loco –Netanyahu– esgrime una amenazadora antorcha que puede hacerlo volar. No es nueva la situación explosiva en una región que rara vez ha estado en paz, al menos desde el desmoronamiento del imperio otomano hace cien años, pero sobre todo desde la creación en 1948 del Estado de Israel, aplicando unilateralmente el plan de partición de Palestina contenido en la resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas. En los 75 años transcurridos desde entonces ha habido ocho guerras entre israelíes y árabes, incluidas la que estalló en 1948, las dos invasiones del Líbano y las dos intifadas, además de seis intervenciones mayores en Gaza y muchos otros ataques menores en la franja, Cisjordania, Siria, Irak e Irán.

Es sobradamente conocido que la chispa de la crisis actual la encendió el Movimiento de Resistencia Islámica –Hamás– que ejerce el poder en la franja de Gaza desde 2007, con los brutales atentados terroristas del 7 de octubre que causaron 1.200 víctimas, la mayoría civiles. Después, la aun más brutal represalia israelí contabiliza ya 22.000 muertos, incluyendo más de 9.000 niños, además de varios miles de desaparecidos. A pesar de las tímidas protestas o peticiones de la comunidad internacional, el Gobierno de Israel ha mostrado su voluntad de continuar durante los próximos meses la carnicería indiscriminada que está llevando a cabo en una zona ya totalmente arrasada, que el responsable de ayuda humanitaria de Naciones Unidas ha declarado inhabitable, con la esperanza – explicitada por dos ministros israelíes– de que los palestinos abandonen “voluntariamente” el territorio o sean expulsados, lo que permitiría a Israel anexionarlo definitivamente. A esto habría que añadir los más de 300 muertos en Cisjordania y 150 en el sur del Líbano, desde el 8 de octubre. Las víctimas mortales de militares israelíes en todos los frentes no llegarían a 500.

Desde el primer momento ha habido una gran preocupación en la región y fuera de ella ante la posibilidad de que el conflicto se extienda a otros países provocando una guerra que podría ser tan grave o más que la de los Seis Días (1967) o la del Yom Kipur (1973), si involucrase a Irán. Esta preocupación se incrementó sustancialmente el pasado martes, día 2, cuando un ataque con drones mató a seis militantes de Hamás –incluido el que era considerado como número 2 de la organización, Saleh Al Aruri– en el barrio de Dahiyeh al sur de Beirut. Este barrio está en una zona controlada por Hezbolá, la milicia chií –próxima a Irán– que controla en la práctica el Líbano, con la que Al Aruri servía de enlace en nombre de Hamás y bajo cuya protección vivía. Aunque el Gobierno de Israel no ha reconocido oficialmente la autoría del atentado, sí lo ha hecho implícitamente al declarar, por boca de un consejero de Netanyahu, que no iba dirigido contra el estado libanés

Hezbolá es cinco veces más potente que Hamás y, si hubiera atacado en fuerza a Israel por el norte en octubre, simultáneamente con Hamas por el sur, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) se hubieran visto en apuros para controlar los dos frentes. Pero su líder, Hassan Nasrallah, hizo un discurso el 3 de noviembre en el que se desvinculaba de la acción terrorista de Hamás y evitaba involucrar directamente a la milicia libanesa en la guerra, limitando su cooperación a acciones esporádicas con misiles o artillería en la frontera sur. No obstante, estas acciones han obligado a la evacuación de miles de civiles israelíes de la zona y el Gobierno de Israel ha respondido con dureza a los ataques, con bombardeos e incluso con ciertas incursiones terrestres, sin descartar una invasión del sur Líbano similar a la que se produjo en 1978, o de todo el país, como en 1982. Por su parte, Nasrallah ha declarado que la muerte de Aruri no quedará sin castigo y en los últimos días las acciones de su milicia en la frontera se han intensificado, así como la respuesta de Israel.

El Gobierno israelí se ha permitido lanzar una especie de ultimátum a Washington, que lo último que desea es una extensión del conflicto, para advertirle de que, si no logra frenar las acciones de Hezbolá, la invasión será inevitable. Esta invasión chocaría necesariamente con la fuerza de interposición de Naciones Unidas, FINUL (UNIFIL), que está allí para garantizar la inviolabilidad de la “línea azul” que marca la frontera entre ambos países, bajo la responsabilidad de un general español y que consta de unos 10.000 efectivos, de los cuales 650 son españoles. FINUL tendría que dejar pasar a las FDI, con lo que no cumpliría su misión, o tendría que defenderse de acuerdo con sus reglas de enfrentamiento si fuera atacada, lo que produciría una crisis internacional de extraordinaria gravedad.

El miércoles 3, el día siguiente del asesinato de Al Aruri, se produjo otro incidente aún más grave con el atentado más sangriento que se ha producido en Irán desde la toma de poder por los ayatolás en 1979. Dos mochilas bomba estallaron en Kermán en la conmemoración del asesinato por EEUU del general Soleimani hace cuatro años, causando 84 muertos. El atentado ha sido reivindicado por el grupo terrorista autodenominado Estado Islámico (EI), también conocido como ISIS o Dáesh, que resurge así de un período de irrelevancia.

Aparentemente este atentado se podría fundamentar en la hostilidad de un grupo radical suní, como EI, hacia un estado de confesión chií como Irán, pero esa hostilidad entre ambas ramas del islam está lejos de ser determinante en la actualidad, como demuestra la conexión y cooperación entre Hezbolá, chií, y Hamas, suní. Es cuando menos sorprendente que en un momento tan dramático para los palestinos, un grupo radical suní, como EI, en vez de apoyar a Hamas, que se enfrenta a su destrucción, ataque a su único apoyo externo, que es Irán.

Más sorprendente aun es que EI no ha atacado nunca a Israel, que teóricamente sería su peor enemigo, considerando la radicalidad religiosa del grupo islamista, sino a los enemigos que todavía le quedan al estado judío en la región, los que forman el autodenominado “eje de resistencia”: Irán, Siria, Hizbollá, y las milicias chiíes de Irak, con lo que objetivamente sus acciones favorecen a Israel. El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Tal vez el creciente acercamiento de Arabia Saudí a Israel, abortado temporalmente por la guerra en Gaza, tenga algo que ver en esto, porque de Arabia Saudí proceden las bases ideológicas/religiosas de EI y también algunas de las fuentes de su financiación, sin descartar otras más oscuras.

Por el contrario, los que sí apoyan a Hamás y en general a los palestinos, son los hutíes de Yemen, un grupo insurgente de religión chií que forma uno de los bandos de la guerra civil que asola el país desde 2014. Los hutíes, que han llegado a declarar la guerra a Israel como consecuencia de su acción sobre Gaza, ocupan la mayor parte de lo que fue en su día Yemen del Norte, y controlan, por tanto, la orilla oriental del estrecho del Bab el-Mandeb, que da acceso al mar Rojo y al canal de Suez, desde la que han lanzado ataques contra buques mercantes que supuestamente se dirigían a Israel, llegando a capturar alguno. Estas acciones ponen en peligro el tráfico marítimo en ese checkpoint por el que pasa más de un 10% del tráfico mundial de mercancías, hasta el punto de que algunas de las compañías navieras más importantes del mundo, como Maersk o BP, han rehusado utilizarlo hasta que sea seguro. EEUU ha puesto en marcha una fuerza naval multinacional para garantizar la libertad de tránsito, lo que podría involucrar a los países participantes, entre los que se encuentran Francia, Italia y Países Bajos, en una de las crisis más largas y mortíferas de la región como es la guerra de Yemen.

Finalmente, el jueves 5, un ataque de EEUU con drones mató a Mushtaq Talib al Saidi, jefe de una de las milicias chiíes que están integradas en el Ministerio de Defensa iraquí y apoyan al Gobierno, y que han hostigado repetidamente a las fuerzas estadounidenses presentes en el país en el marco de la operación Inherent Resolve cuya misión –al menos teóricamente– es combatir al EI y aumentar la estabilidad regional, de la que forman parte 170 militares españoles (además de los 120 que participan en la misión de entrenamiento de la OTAN en el país). Parece que ya se han normalizado y aceptado estos asesinatos a distancia en los que el ejército estadounidense hace de fiscal, juez, jurado y verdugo de personas con las que no está en guerra y cuyas actividades militares o armadas son muchas veces indemostrables. Pero en este caso el Gobierno de Bagdad ha reaccionado con disgusto, entre otras cosas porque necesita el apoyo chií, y ha anunciado el estudio de un plan para retirar a las fuerzas multinacionales de Irak.

Todos estos incidentes, en tan corto lapso de tiempo, parecen tener una cierta relación entre sí, ya que solo pueden contribuir a extender el fuego que ya arde en Palestina. Y este fuego solo puede favorecer a una parte: Netanyahu, que, con una extensión en tiempo y espacio de la guerra, contenta a sus imprescindibles socios de extrema derecha y se garantiza su supervivencia política, que sin esta situación excepcional sería muy precaria. EEUU y la UE tratan de mediar para evitar una extensión de la guerra que podría quedar fuera de control con consecuencias imprevisibles, pero en todo caso dramáticas, y no solo para la región.  

Es evidente que todos serían más felices viviendo en paz y concordia, sean de la religión o de la etnia que sean, colaborando en una región con suficientes recursos para garantizar el bienestar común. Pero el miedo y el odio acumulados, además de los intereses políticos y económicos –explícitos u oscuros– impiden que prevalezca la razón. La solución debe venir de fuera y abordar prioritariamente la raíz de todos los problemas, que es el asunto palestino. Mientras no se establezca una solución justa y duradera de este conflicto, la amenaza de una conflagración más extensa permanecerá. Y esta solución no llegará mientras en EEUU siga siendo tabú cualquier sanción o imposición a Israel, lo que difícilmente cambiará y menos en un año electoral. Las acciones militares de Israel o de EEUU no traen la paz, llevan décadas fracasando. Esperemos que se den cuenta antes de que sea tarde.

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