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Almudena Grandes, común e irrepetible

La escritora Almudena Grandes (Madrid, 1960), en una fotografía de archivo. EFE/PABLO MARTÍN
27 de noviembre de 2021 22:47 h

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Siento que es casi una osadía hablar de la gran Almudena para resumir lo que ha sido para la literatura y para este país en particular. Y hacerlo en pasado cuando leerla y oírla rezuma vida. Ha muerto Almudena Grandes, a los 61 años, a causa de un cáncer que comunicó hace poco más de un mes, aunque fuera diagnosticado un año atrás. La escritora de los perdedores, de las víctimas y de mucho más. Una mujer española por los cuatro costados como se debe ser: independiente, rompedora, provocadora y, al tiempo, como la vecina que te encuentras en el portal.

Era una niña gorda y peluda y nunca le eligieron en el colegio para hacer de angelito en la función de Navidad. Así comenzaba la entrevista que Pablo Iglesias le hizo en La Tuerka antes de las aventuras gubernamentales. Antes de tanto y después de mucho más para los dos, para la izquierda española, para cuantos intentan buscar un sitio en el que mover la conciencia de esta sociedad. A continuación aclaró: “Y no se ve la vida de la misma forma cuando eres angelito que cuando haces de árbol, que era el papel que a mí me tocaba”. Casi lo dijo con pena y la verdad es que terminó siendo una encina con sólidas raíces.

Nacida en el año 1960, le tocó crecer en esas décadas prodigiosas donde el aire renovador que venía de fuera resultó imparable para quienes quisieran sentirlo. Estudió Historia, “que era una carrera para chicas”, por consejo de su madre. Y tuvo un abuelo decisivo –le contaba a Pablo Iglesias- que le hablaba y, sobre todo, le escuchaba, algo que, Almudena creyó, era lo habitual. Y no, los adultos no escuchan a los niños, y quizás eso tenga la culpa de que no nos escuchemos tampoco de adultos. El abuelo Manolo Grandes le regaló La Odisea en su primera comunión cuando ella quería un tutú azul celeste que no iba a cuadrarle nada. Y fue un libro esencial en su vida.

Como todos los libros que te impactan, es cierto, Almudena vivió La Odisea “en plural” siendo Ulises en toda su peripecia. Y, posiblemente, llegó a adquirir esa manera de escribir que te involucra, sobre todo al narrar la serie de los Episodios de una guerra interminable. Ahí era donde contó la historia de los perdedores, de los que tanto cuesta hablar en este país. De los republicanos, de los comunistas, de Dolores Ibárruri  y su pasión inspiradora para resaltar lo evidente: que las personas de izquierda no tiene cuernos demoníacos, sienten y aman.

Todo empezó antes. Cuando se colocó de escritora de encargo a destajo hasta de pies de foto en un par de editoriales. Cuando aprendió a documentarse, tarea esencial para fundamentar las historias. Y cuando escribió Las edades de Lulú, novela erótica que fue Premio Sonrisa Vertical, escandalizando a la eterna parte puritana de España y haciendo las delicias de la otra. La que en los años 80 ya saltaba incontables tabúes. El tiempo de “vivir el exceso sin sentirse culpables”, como dice también en la entrevista con Pablo Iglesias. Aquella España en la que “el pecado era delito y era peor que el delito”, dijo. Su vida cambió con ese libro superventas: llegó el éxito y cuanto conlleva sin que a Almudena se le subiera a la cabeza.

 Feminista de verdad, de antiguo, de casta. Empoderada antes de que existiera la palabra. Descubrió en la película La hija de Juan Simón a la mujer española previa a la guillotina del golpe y dictadura franquista. La Carmen Amaya que dice: “Mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero”. En 1935. Lo mismo que su abuela en los años 20 vio bailar a Josephine Baker desnuda en un teatro de Madrid. Todo pudo ser tan distinto sin esa derecha golpista. “Todos los países esconden bajo sus alfombras cucarachas, pero el nuestro es el único capaz de esconder elefantes blancos sin que nadie quiera notarlo”, dijo en la presentación de uno de sus libros sobre la guerra (Las tres bodas de Manolita en 2014), según me reseña su amiga Marta Ávila.

Compruebo que hablar de Almudena Grandes, esa brillante hormiga de la literatura y del ser,  independiente, luchadora, espontánea, también se hace en plural. En el de las generaciones de mujeres que fueron cambiando este país con un papel fundamental. Su marido, el poeta Luis García Montero, narró esta semana en su columna de Infolibre, al dejar a Almudena ingresada tras su paso por urgencias, cómo “la cortesía de la enfermera, que pregunta y hace indicaciones como quien se dirige a un niño, apaciguaron mi estado de ánimo. La vulnerabilidad tiene mucho de toma de conciencia, pero también de regreso a la infancia”.

 Infancia feliz del abuelo que escucha, de la niña que no pudo ser angelito pero sí un árbol que se arraiga en el suelo de la España que queremos. Esperaba verla republicana antes de morir. Escritora fecunda, experta, comprometida, capaz de mover resortes en el corazón y la conciencia. Fue un privilegio tener a Almudena entre nosotros. Tan brillante en su literatura, tan cercana en lo personal. De ahí la desolación de sus muchos admiradores.

Roja, republicana, y del Atleti. “¿Se puede saber cuándo eres feliz”, le preguntaban. Cuando se puede, como todos, como cuantos apuestan por la vida. Con el listón puesto en la realidad: “Los héroes que me interesan son los que tienen miedo, los que tienen contradicciones, los que se equivocan”. No cabe otra: lo demás es cartón piedra. Y aquí no usamos de eso.

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