Cómo ser antifascista moderado
La moderación es una virtud, especialmente en el terreno de la política. Las opiniones extremas solo sirven para enconar el debate social. El estado ideal de las cosas está en el punto medio, donde los diferentes se encuentran y son capaces de llegar a acuerdos.
En los últimos días, esta perspectiva, vigente desde la antigua Grecia, ha sido puesta en cuestión por algunas personas. Argumentan que no se puede ser antifascista moderado. Por supuesto, se equivocan. En esta guía, te explicamos cómo afrontar el fascismo desde la moderación, sin enconamientos ni cerrazones ideológicas.
Empecemos con una breve perspectiva histórica. Hitler, todos lo sabemos, tenía unas ideas extremas que costaron la vida a millones de personas, pero no es menos cierto que era vegetariano y tocaba el piano. Un antifascista moderado debe desprenderse de los prejuicios y contemplar una perspectiva de conjunto. En este sentido, no podemos obviar que, gracias al Tercer Reich, nunca hubo tanto sitio para aparcar en Alemania.
Tampoco la Italia de Mussolini debe estar libre de crítica sin que, por ello, neguemos lo limpio que estaba todo.
El pensamiento antifascista moderado puede aplicarse igualmente al día a día. Nadie debe sentirse violentado porque una persona tenga ideas distintas a las propias. Es completamente lógico que alguien se tense ante un grupo de personas que desean su muerte, pero enfadarse por ello no servirá de nada.
Lo primero que debe hacer un antifascista moderado es preguntarse si, tal vez, los fascistas tienen algo de razón. Supongamos que una persona negra está siendo perseguida por un grupo de nazis. Sin dejar de correr, esa persona debería cuestionarse si esa situación es, en parte, culpa suya. ¿Podría haberse esforzado para ser menos negro? ¿Podría dejar de serlo en el futuro?
Este ejercicio de empatía es fundamental a la hora de entender a las personas que no opinan como nosotros. Debemos ponernos en su piel (especialmente, si tu piel no es blanca). No olvidemos que los fascistas también son personas que, como el resto, tienen aspiraciones, ilusiones y miedos.
Demonizar al rival político es una actitud infantil que solo crispa el ambiente. Para un homosexual que es, además, inmigrante lo fácil es sentirse víctima del fascismo. Pero ¿acaso ha hecho esa persona un ejercicio de reflexión sobre sí misma? ¿No es quizá excesivo ser homosexual e inmigrante al mismo tiempo? ¿No podía haber elegido solo una de las dos cosas?
El fascismo, en definitiva, no deja de ser un punto de vista tan válido como otro cualquiera. Si, por tu raza, ideología, sexualidad, nacionalidad, estilo de vida, vestimenta o peinado, eres objeto de sus aversiones, te animamos a que reflexiones acerca de todo esto mientras corres por tu vida.
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