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Casado sucumbe ante Ayuso y un PP en la UVI

Imagen de archivo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (c), el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoo (i), y el líder del Partido Popular, Pablo Casado. EFE/Manuel Bruque

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El PP se ha abierto en canal a la vista de todos y ha dejado en carne viva las lacras de un partido que no se reducen a una serie de bajezas de la condición humana, resultan ser un problema para la democracia. Sabíamos, claro está, lo que escondía esa cloaca pero no que pudieran llegar al punto de despedazarse a plena luz y, sin pudor ninguno, ponerse a cerrar de nuevo las alcantarillas, como aventuramos hace unos días.  

Reconozcamos que se ha extendido un cierto morbo por ver las sanguinarias peleas de los contendientes o patetismos como el del alcalde de Madrid,  Martínez Almeida, intentando zafarse de responsabilidades, tras permanecer cinco días escondido, pero no es sano para un país tener en este estado al principal partido de la oposición. Porque su hueco lo llena la ultraderecha oficial que también anida su seno, sí, aunque muchos procuran diferenciarse. Lo absolutamente escandaloso es que derrote a Casado la presidenta de los contratos bajo la lupa. Y eso es lo que está sucediendo a la vista de sus cesiones y la rapidez con la que se está quedando solo.

Pablo Casado no previó  -terrible para un dirigente y más si quiere ser malvado- las consecuencias de su ofensiva buscando trapos sucios de su rival Díaz Ayuso. Ni siquiera conocía la organización que preside que trasciende el ser un partido político. Es el mismo Pablo Casado que apenas unos días antes trataba de impedir la llegada de los Fondos UE, defendía las macro granjas industriales, el vino y las remolachas, mentando a ETA y Venezuela y llamando asesinos a sus rivales políticos. No calculó que esas tácticas, habituales en el PP, las iban a lanzar contra él sus correligionarios, a un punto que recuerda las amenazas filomafiosas.

Casado ha desbarrado varias veces en esta crisis, mientras Ayuso y su equipo demostraban mucho mejor conocimiento del terreno y muy superior capacidad de agresión en la defensa. Ayuso se ha negado a hacer prisioneros en la batalla pese a ser la que más tenía por qué callar.

Queda demostrado que ni al Partido Popular ni a la mayoría de sus votantes les incomoda lo más mínimo la corrupción, el nepotismo, la mentira o las trampas, solo que se vean los trapos sucios. El partido se juega en el campo, en el escenario, y Pablo Casado resultó ser un pobre protagonista. Ayuso, en cambio, se ha metido tanto en el papel que su éxito es sobreactuar al extremo. Es una tragedia porque no son actores ni estrellas del espectáculo, gestionan -ella directamente- dinero que afecta a los servicios y la vida de las personas. Pero son tantos jugando al despiste y el encubrimiento que gran parte de las víctimas no parecen saber ni dónde están.

Lo que han previsto los guionistas es que el gallego Núñez Feijóo sea el nuevo presidente del PP -un conservador con las cosas “normales” del PP pero sin el delirio de los actuales dirigentes- y dejar a Ayuso para más adelante, si es que sobrevive con la carga de sus tropelías. Es el personaje más destacado, una creación que une las esencias aguirristas del PP con el viejo franquismo hispano y un alma trumpista absoluta.

Ayuso irrumpió en la vida pública en 2019 como desconocida candidata a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, colocada a dedo por Pablo Casado. Titubeante, propuso considerar a los fetos miembros a todos los efectos de la unidad familiar  pero “no había pensado” en imprevistos cuando le preguntaron.

Elogió los atascos de Madrid y, como férrea ultranacionalista española, embistió contra Catalunya.  Presidenta gracias a Ciudadanos y Vox, y sin duda a la nula oposición de Ángel Gabilondo, logró el peor resultado en la historia del PP en Madrid. Pero todo cambió con el coronavirus. Sus ocurrencias hicieron historia. Dijo que el virus se llamaba Covid-19, porque es ‘coronavirus, diciembre, 19’. Y que llevaba años en España adonde había viajado incrustado en las gomas para el pelo de los comercios chinos.

Se quejaba Ayuso de las críticas que recibía por todas sus declaraciones y entonces llegó la metamorfosis. Su ignorancia y descaro eran su potencial. Y la gran apuesta sería rivalizar directamente con Pedro Sánchez durante toda la pandemia.

Mientras la Comunidad presidida por Ayuso hacia contratos “de emergencia” para mascarillas a la empresa donde colaboraba el hermano o muchos otros similares, cerró 46 centros de Atención Primaria, los centros de día para mayores… o las residencias de ancianos tan a cal y canto como para que murieran sin atención médica 7.291seres desvalidos, 5.795 de ellos con Covid. También abría, ya saben, el IFEMA de “techos altos porque había comprobado que se curan mejor los virus así ” o el Zendal con un sobrecosto que triplica con creces el presupuestado de 51 millones. 

Caben pocas gestiones más nefastas, dañinas de verdad, salvo para empresarios seleccionados y grandes fortunas, pero le dieron la vuelta con tal garbo que pasó a ser considerada una de las mejores, sin datos que lo corroboraran. Al contrario, Madrid fue la región de Europa con mayor aumento de la mortalidad, un 41% sobre el 17% de la media española. Pero el gran hallazgo de la propaganda ayusista fue declarar la “libertad” de los bares. Ayuso se fue creciendo, insultando a sus competidores. “La curva [epidemiológica] es el reflejo de la curva de su boca: mustia”, le dijo a Mónica Garcia de Mas Madrid, lo que no fue obstáculo para que un diario le diera un premio a su capacidad de diálogo.

Premios también internacionales y viajes de promoción, siempre de organizaciones vinculadas a redes de ultraderecha. Ensalzando en muchos casos esa falsa buena gestión de la pandemia.

La política de Ayuso se dedica de forma clara a favorecer a los ricos (en los impuestos en particular) y a convertir en opciones lo que son derechos para los más desfavorecidos. No es casual, recortar en colegios, residencias de ancianos o ayuda contra la violencia machista. Gestiona mucho dinero, una buena suma a repartir en publicidad institucional. Y a tenor de las portadas es una buena inversión.

La estrella mediática del PP ganó sus elecciones adelantadas en 2021 casi por mayoría absoluta. El personaje creado había funcionado, creciendo al máximo su ego. Todos sus discursos son claramente dirigidos a buscar la impresión precisa: la fuerza o una apariencia de victimismo y emociones absolutamente estudiadas. El personaje Ayuso va de extremo a extremo en su escenografía. Es demasiado contraste en una persona que preside un gobierno. Quizás Boris Johnson en Gran Bretaña, pero ni siquiera. Y, no es descartable -tampoco seguro- que sea el futuro del PP y de España.

 

Sobre la mesa la evidencia de una podredumbre en el PP que tapa sus asuntos con unas ayudas -judiciales, mediáticas- de las que pocos disponen, ni nadie debe disponer porque a ciertos niveles son incompatibles con una democracia sana. Muy dudosa la separación de poderes, y altamente en cuestión el periodismo en un buen número de medios. Difícilmente encaja mejor que en el PP, por todo ello, la definición de cleptocracia: “Sistema de gobierno en el que prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos”. Y allí les vemos volviendo a meter sus basuras en la cloaca y cerrando a ver si cuela una vez más.

Cuesta entender a los votantes del Partido Popular. La turba que se lanzó a protestar en Génova, 13, en apoyo de su heroína, no pasaba de 4.000 personas aunque se haya magnificado su actitud como siempre que se mueve la ultraderecha. ¿Recuerdan aquellas manifestaciones en coche durante el confinamiento parando la circulación? Es, en el menos turbio de los casos, la pasión por el espectáculo. Pero indica un temible trumpismo de consecuencias peligrosas. La propaganda, el espíritu ultra que permanece en España, los ha llevado también a sentarse en centros públicos de decisión. Para plegar a PP y Ciudadanos como han hecho en el Ayuntamiento de Zaragoza que, por exigencia de Vox, acaba de suprimir  la subvención a la Fundación Labordeta. Se la dará el Gobierno autónomo, pero ahí están. Tan falto de educación democrática este pueblo tan sobrado de impunidad. En Estados Unidos ya andan quemando libros. 

Un PP cada vez más cercano a Vox y más doblegado por ellos, puede tener a Ayuso como heroína de consenso. Pablo Casado está acabado. Y el Partido Popular al descubierto en sus miserias. Ojalá Feijóo pudiera hacer del PP un partido homologable de derecha europea pero mal va si el paso siguiente son los delirios trumpistas y la reivindicación de Ayuso, mal sobre todo si no se apuesta por la regeneración y, visto lo visto, no está en absoluto asegurada.

 

  

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