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Cayetana y Cicerón

Cayetana Álvarez de Toledo, cuando era portavoz del PP en el Congreso

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Cayetana Álvarez de Toledo, defenestrada a mediados de agosto de su cargo de portavoz del PP en el Congreso y cada vez más apartada por la cúpula del partido, no piensa tragarse en silencio la ignominia. Con el argumento de que la política “se puede expresar de muchas maneras”, la diputada ha puesto en marcha un espacio digital con el pretencioso nombre de CATilinarias, inspirado en los discursos demoledores que Marco Tulio Cicerón, uno de los oradores más brillantes de la historia de Roma, dirigió siendo cónsul contra Lucio Sergio Catilina, quien había aspirado sin éxito a ese cargo. El juego que hace Álvarez de Toledo con la palabra es obvio: las tres primeras letras, que pone en mayúsculas por si algún despistado no advierte de buenas a primeras la agudeza, son las iniciales de su nombre y apellido. Al mismo tiempo –no sé si esto lo tuvo también en cuenta– son la abreviación de Cataluña, comunidad donde aspira a crear una “alternativa constitucionalista”.

Las catilinarias de Cicerón fueron cuatro. Suficientes para destruir en sede parlamentaria a Catilina, quien, presa del rencor, recurrió a la sublevación armada para conseguir el poder y pereció tiempo después en el campo de batalla. No sabemos aún cuántas catilinarias nos regalará Cayetana, ni quién es su Catilina, aunque lo sospechemos. Solo conocemos la primera, emitida la noche del martes, de dos minutos y 56 segundos de duración. Ya se sabe que los tiempos de atención no son los mismos en la España de 2020 que en la Roma del 63 a.C. Bajo el sugerente título de ‘Los cuarenta y cuatro’, la “diputada rasa” –así se presenta, con una mezcla de humildad monacal y sed de venganza– cuenta cómo la dirigencia del partido se negó a meterla en alguna de las cuatro comisiones parlamentarias que ella había pedido y le ofreció a cambio tres destinos que no eran de su interés, como lo evidencia en el vídeo al citarlos con un rictus displicente: Hacienda, Unión Europea y Ciencia y Universidades. Dice además que solicitó ser incluida entre el 50% de diputados que asisten a las sesiones presenciales en el Congreso, pero la dirección del grupo le respondió que no, que irán “los cuarenta y cuatro más importantes”.

La marquesa de Casa Fuerte habla con el despecho sereno y digno de una reina desterrada, presentándose como un personaje shakespereano cuyo trágico destino es intentar elevar a su altura intelectual a una clase política sumida en la vulgaridad y las miserias personales. Cicerón, que según los historiadores no era menos vanidoso que Álvarez de Toledo, tenía quizá una aproximación más terrenal –por decirlo de manera suave– a los tejemanejes políticos. En cierta ocasión decidió ser letrado del senador Licinio Murena, a quien acusaban de haber comprado votos para sucederlo como cónsul. Defendió firmemente la inocencia de su representado, pero, por si no prosperaba esa vía argumental, ensayó el recurso dialéctico de ironizar sobre el celo excesivo de los acusadores contra la corrupción con el fin de minimizar el delito: “Si todas las faltas son iguales, todo delito es un crimen; estrangular a un padre no es más que ser culpable de la muerte de una gallina”. Su alegato tuvo éxito, y Murena fue cónsul.

Hay que decir que la primera catilinaria de Cayetana fue interesante como declaración de intenciones y por las dos cargas de lava que arrojó. Sin embargo, quienes hemos escuchado relatos fascinantes acerca del ingenio y la vastedad cultural de la diputada esperamos mucho más de ella. Quejarse como una niña caprichosa de que sus exigencias no son atendidas funciona una vez, pero si se prolonga en el tiempo puede llegar a ser tan tedioso como los memoriales de agravios de las colonias. Seguro que en su agenda temática ya tiene previstas reflexiones sobre los desatinos del PSOE, las infamias de Podemos y la vesania de los independentistas. O disquisiciones filosóficas sobre el sentido profundo de la política. Pero, si me permite una prosaica sugerencia, cosecharía más likes y retuits si en la segunda catilinaria nos hablara sobre el escándalo del espionaje del PP a Bárcenas, del que Pablo Casado, el jefe del partido, nada tiene que decir, porque, según alega, en los tiempos en que los suyos saqueaban las arcas públicas y montaban policías paralelas él “era diputado por Ávila”.

Cicerón tenía una ventaja fundamental sobre Álvarez de Toledo cuando escribió sus catilinarias: estaba en el poder. Y, ya se sabe, por lo regular se tiene más influencia desde el poder que fuera de él. El propio Cicerón lo comprobó casi veinte años después de dejar el consulado, cuando pronunció sus 'Filípicas' contra el entonces triunviro Marco Antonio: no solo logró menos impacto popular que con las catilinarias, sino que terminó decapitado. Al igual que Álvarez de Toledo con su nuevo programa, en esa ocasión él tomó prestado el nombre para sus andanadas. Se inspiró en los discursos que el ateniense Demóstenes había pronunciado tres siglos antes contra el rey Filipo II de Macedonia, cuyo excesivo poder veía como una amenaza para las ciudades-estado griegas. Ahorrémonos detalles del final trágico que tuvo Demóstenes tras años de enfrentamiento con la dinastía de los macedonios; solo diremos que el veneno funcionó. Afortunadamente, vivimos en la España del siglo XXI y las represalias del poder son quizá menos impresionantes, pero sin duda más civilizadas. Por ejemplo, ofrecer un puesto en la comisión de Hacienda en vez de la de Igualdad.

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