Los chantajistas siempre vuelven
Una vez que pagas la primera vez ya no hay manera de librarse de ellos. Los chantajistas siempre vuelven a por más porque te has convertido en su principal y más cómodo sustento cada vez que necesitan liquidez. Las historias de chantajes siempre acaban igual: pagando con intereses las lágrimas, el dolor y el daño que el chantajeado ha intentado evitar cediendo una y otra vez ante el chantajista, hasta que ya no le ha quedado nada para darle. Es ley de vida y ley de la política, nacional e internacional; ceder ante los chantajistas sólo acaba multiplicando los problemas y disparando los costes.
Matteo Salvini es un chantajista. Para salvar la crisis electoral de la Liga Norte, atrapada en la falsa dialéctica del norte de Italia rico y trabajador contra el sur pobre y subvencionado, ha cabalgado a lomos de la xenofobia migratoria y el antieuropeísmo. Los malos ahora ya no son los italianos del sur. Los nuevos malos residen en Europa y vienen del extranjero. Cuanto más ceda Europa ante sus exigencias, cuanto más intente “humanizar” sus términos, con más derecho se sentirá Salvini para exigir aún mucho más. Ha tomado a los migrantes como rehenes y le ha cogido gusto a exigir un rescate cada día a las cancillerías europeas, a las que avisa por Twitter de cuándo, cómo y dónde deben entregar el pago.
El líder de la CSU, Horst Seehofer, es otro chantajista. Para hacer frente a la amenaza electoral que encarna en Baviera la derecha extrema de Alternativa Por Alemania ha cogido como rehén a Angela Merkel y su gobierno de coalición. Ha pedido rescate a los gobiernos más europeístas y a la propia UE y, asombrosamente, todos han cedido y pagado. El resultado estaba cantado: lejos de cerrar la crisis, el chantajista ya ha pedido otro rescate y ya avisa de que sólo él dirá cuándo es suficiente.
Otro tanto puede decirse de Viktor Orbán, el presidente húngaro, o Sebastian Kurz, el canciller austriaco. Ambos se conducen como extorsionadores políticos de manual. Tienen claro que extorsionar a la Unión con la idea de Europa constituye la manera más fácil de resolver todos sus problemas internos. Al húngaro le sirve como excusa para mantener su presidencia autoritaria. Al austriaco le permite gestionar la inflamable coalición de derecha extrema que le ha aupado al poder.
Así funciona el mítico eje de Visegrado que, al parecer, ahora manda en Europa y marca los ritmos y los tiempos a la UE o al otrora invencible eje franco alemán. Frente a la pasividad, los miedos y las ansiedades de los países y líderes que han construido la UE, Orban, Kurz, Seehofer o Salvini sólo ofrecen lo que todos los chantajistas: pagarles para evitar problemas. Y eso no va a mejorar; sólo puede ir a peor. Para la banda de Visegrado chantajear a Europa se ha convertido en la manera más fácil y más sencilla de solucionarse la vida. Y volverán una y otra vez.