La conjura de los juiciosos
“Sólo me relaciono con mis iguales y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie”
John Kennedy Toole. La conjura de los necios
Vengo insultada, no se molesten. No es que haya prestado mucha atención pero creo que ya he sido trending topic un día por la indignación de los forofos del PSOE tras hacerle ver a Simancas que ese relato embotado que nos sirven ataca a la inteligencia y otro día por recordarle a Belarra que la realidad existe y la hemos visto todos y que reinterpretar y reelaborar tiene un límite. Así que una vez cumplido el trámite de la ordalía y el capirote, vistoso y catárquico pero poco efectivo hoy en día, dejen a las personas mayores que pasemos adelante y reflexionemos un poco sobre las cosas de comer.
Ha pasado a ser una frase de pegatina de nevera pero no por ello es menos cierto que se puede engañar, o confundir, a unos pocos mucho tiempo o a muchos un rato pero no a todos todo el tiempo. Más allá de ese mundo formado por magos del marketing y visionarios de la cultura política de las series, existe un mundo real con problemas reales y ciudadanos que todavía conservan el suficiente sentido crítico, la sensatez, el análisis racional y lógico y la nada endeble memoria necesaria para darse cuenta del inmenso despropósito en el que nos hacen naufragar. Por eso las papillas del argumentario se nos atragantan. Hemos seguido el desarrollo de los acontecimientos desde el principio, los hemos analizado y procesado y, aunque les parezca imposible, hasta los hemos entendido. Sabemos a qué juegan y nos estamos hartando de que lo hagan.
Están consiguiendo, eso sí, llevarnos a un agotamiento infinito y a una desilusión global. Nos están cubriendo de hartazgo y de reproche. Casi ni los que nos dedicamos a seguir sus piruetas estamos interesados ya en la función y esperamos el desenlace sin pasión y con todo el escepticismo que produce ser conscientes de que tras este juego de naipes existe una realidad social, económica e internacional que nos va a explotar en la cara, mientras un batallón de desocupados sentados en su escaño discuten sobre cuestiones que sólo les atañen a ellos y hacen trampas al nada solitario juego de la democracia.
Hago ahora una pausa no publicitaria para acoger los abucheos. Puede que yo no sea la verdadera izquierda de la más izquierda y puede que tampoco sea una revolucionaria radical dispuesta a saltar las compuertas de la socialdemocracia. Lo más probable es que no sea nada. Nada más que una ciudadana, eso sí cuadriculada e ingenua, que pretende no perder pie con la realidad, que no deja de ver los problemas que se acumulan en el escenario internacional, que no puede cerrar los ojos ante la cantidad de cuestiones que se acumulan en la escena más próxima. Una ciudadana consciente de que los mecanismos constitucionales y democráticos están meditados para conseguir unos resultados y que no son resortes de feria para pulsarlos y soltarlos a voluntad de algún calculador jugador que quiera comprobar hasta que punto pueden servir para hacer saltar la carambola que le de el triunfo.
No me cuenten que son de culturas políticas distintas y que no pueden pactar. ¡Claro que son distintos! por eso unos votaron a unos y otros a otros, y ocupan un espacio ideológico diferente. Con los que son iguales no se pacta ni se negocia. Con los que son iguales se comparte. No me cuenten que son la esencia de lo que este país necesita y que necesitan convertirse en gendarmes de esas políticas para que puedan llevarse a efecto. Puede que si no pueden llevarlas a efecto sea porque no hayan tenido la mayoría suficiente de ciudadanos para implementarlas. Asuman. Reflexionen. Maduren.
Tampoco leviten con esa historia de que llevando al país a sus enésimas elecciones van a mejorar su resultado hasta los 150 diputados y van a volver los viejos tiempos. ¿Quién les ha dicho tal cosa? ¿Unas encuestas hechas ahora? ¿Y qué saben de lo que espera a la vuelta del cabo de las tormentas de octubre? ¿Qué les han asegurado del cansancio emocional y del cabreo sordo y hasta de la indignación de muchos de los llamados a ser sus electores? Antes de noviembre queda mucho por ver y mucho por solucionar y mucha tela que cortar en el panorama político nacional e internacional e incluso en el económico. Si fían su futuro a la suerte y al sentimiento ¿qué sabrán de las emociones que moverán a las masas de aquí a tres meses? Por no mencionar el hecho de que llevan en el gobierno más de un año y han tenido la suerte de que no se les venga encima ninguna patata caliente pero ¿quién les dice que de aquí a esa fecha no se desata una crisis, un accidente, una catástrofe natural, algo que le de un vuelco total a esa soberbia con la que leen los números?
Y ¿qué decir de los que avanzan como un bulldozer denunciando humillaciones -como si la humillación, por definición, no tuviera que ver con el propio orgullo- sin reparar en ese curioso frente de majorettes que les ha surgido entre lo más granado de la carcundia y la derechona del país? Será porque entre ellos están ahora los analistas más granados de lo mejor para la izquierda, los únicos que comprenden el corazoncito del líder. Todos han apartado de su lado a los que conservan la mesura y el sentido crítico o los han acallado con la amenaza de enseñarles la puerta. Nadie brillante se rodea de mediocres y tiralevitas.
Quizá sólo se pueda orquestar ya una especie de conjura de ciudadanos juiciosos y firmes en sus convicciones. Una conjura de ciudadanos cabreados que, si vuelven a ser llamados a las urnas espuriamente, repitan milimétricamente su comportamiento del mes de mayo. Una confabulación de gente sensata y juiciosa que les devuelva los dados trucados en las urnas y les vuelva a poner ante sus incapacidades.
Conste que aún confío en que sean capaces de hacer su trabajo aunque ya no lo vayamos a recibir con ilusión. En caso contrario les deseo que las urnas les devuelvan los mismos, para ustedes, odiosos resultados para que quede absolutamente claro que son las personas las que no son capaces de hacer democracia con ellos. Nosotros no nos hemos equivocado. No nos llamen a rectificar porque puede que nos rebelemos y no lo hagamos y sean sus miserias las que queden al aire.