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La conspiración del diálogo

Los partidos, salvo nacionalistas, aplauden que el rey llame a la convivencia

Elisa Beni

“Escribo

en defensa del reino

del hombre y su justicia. Pido

la paz

y la palabra“

Blas de Otero

¡Oh, amigos de la conspiración, seguidores de los mundos ocultos del poder! ¿Habéis reparado en la extraña coincidencia que se está dando estos días entre diversos líderes y jefes de Estado? ¿No se ha planteado alguien aún la posibilidad de que todo este discurso simultáneo y coincidente haya sido pergeñado en algún Bilderberg o cofradía peor para entregar nuestras democracias a sus enemigos? ¿Se han convertido en traidores los líderes europeos, los papas, los coronados? ¿Están todos confabulados? ¿Estamos ante la conspiración de la Navidad o hay un plan más a largo plazo?

Lo cierto es que en los últimos días hemos oído un mensaje repetido, a veces hasta angustioso, por parte de algunos líderes llamando a apaciguar la olla en ebullición en la que se ha convertido la convivencia en muchas democracias señeras. No ha sido solamente Felipe VI el que ha introducido en su mensaje las llamadas a la convivencia, al diálogo y al consenso que muchos han interpretado de forma sesgada y pacata como un posicionamiento que suscriben o que aborrecen en el problema catalán, que también.

Lo cierto es que el monarca español ha expresado con sus palabras la misma idea que ha machacado durante todo su discurso el presidente de la República Federal Alemana, Stenmeier: la necesidad de volver a una sociedad democrática en la que se acepte que la diferencia forma parte deseable del juego y en la que las personas, las instituciones y los grupos, por muy contrapuestos que sean, utilicen la herramienta del diálogo para encauzar sus diferencias. En Alemania también “echan pestes unos de otros” y su presidente tiene la impresión de que “cada vez hablamos menos unos con otros y todavía menos escuchamos al otro”. ¿Les suena? Pues aún ha dicho más: “Acabar alcanzado un compromiso no es debilidad alguna, al contrario, nos honra”. Debería pasear su preclara convicción por la españolísima España. Pesimista, Stemmeier ha recordado el pasado, como también hizo el monarca español: “lo que ocurre cuando las sociedades se dividen, cuando un lado no puede hablar con el otro, lo hemos visto antes y en el mundo que nos rodea”. Antes. La historia negra de la muerte del diálogo y del respeto al distinto en Europa. Sabe de qué habla.

La confabulación no ha terminado ahí. La decana de los jefes de Estado, la monarca británica Isabel II, no se ha privado en su mensaje de hacerse eco de la tensión interna que vive su país, partido por la idea del Brexit que a la vez es una plasmación sobre los estados nacionales que recorre el continente: “el mensaje de paz en la tierra y de buena voluntad nunca está caducado y debería ser atendido por todos”. La vieja reina está llamando al diálogo y al entendimiento como estos días pasados lo hacía también Macron para salvar su peor crisis de gobierno ante los chalecos amarillos.

Y, sin hacer un repaso exhaustivo, no podemos dejar de recalar en el Papa Francisco, que debería ser un referente para los que se llaman cristianos y también para los que usan la Iglesia, su doctrina o sus símbolos para pegar con ellos en la cabeza al diferente. Pero es que los que hacen la guerra en los tribunales a humoristas y artistas, los que piden prisión a los que no creen como ellos, los que nos gritan que la Navidad es para los belenes y no para otras celebraciones paganas y nos dan con sus símbolos en la cabeza, estos, todos estos fariseos y sepulcros blanqueados, tampoco son cristianos como, me temo, en muchos casos no son demócratas. El Papa antes de dar su tradicional bendición urbi et orbi se dio un paseo por la desigualdad, por el capitalismo salvaje, por la Europa en la que crece la xenofobia y el racismo, la exclusión del diferente, el nosotros primero y revestido de capa pluvial dijo: “todos somos hermanos y las diferencias son una riqueza y no un peligro”, hablo de “caminos de reconciliación” y mostró su preocupación, que no es la de un hombre desinformado, por una futura gran conflagración mundial. Él, que otea lo malo, yo creo que por su magnífico conocimiento de lo que pasa, otros quizá crean que por su inspiración divina. Bergoglio que sabe, y lo dice, que el diálogo y el consenso precisan de “humildad y mansedumbre” en un discurso tan apartado de los políticos españoles de misa y sacristía que produce vergüenza ajena.

Luego está claro, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, al que también se le ha pasado por la cabeza que el diálogo es necesario siempre y, más que nunca, cuando se trata de los que están alejados de nuestras posturas. Ya ven, un loco fuera del mundo. Nadie más que él está ocupado en ese “buenismo” del diálogo.

Les conviene encender y quieren enfrentar. Hacerse fuertes en la diferencia. Arrastran a masas amorfas que sólo sienten su malestar y que, ayunos de otra posibilidad intelectual, están dispuestos a creer que situarse “ellos primero” terminará con sus problemas. Ese y no otro es el enemigo y por eso hay tantos líderes dispuestos a marcar el único camino, puede que ya definitivamente inalcanzable, para parar la locura hacia la que nos llevan. “La gente no sabe cómo la están manipulando, el odio que siente ha sido manufacturado” ha dicho Maria Ressa, periodista filipina designada persona del año por el semanario Time.

Los que saben ya están alertando pero no creo que su voz llegue a dónde debiera. Nunca en la historia se ha conseguido parar un desastre a base de alertar sobre él y de desvelar las verdaderas intenciones de los que nos arrastran a él. Así han convertido nuestros valores en objetivos a batir y hablar se ha convertido en un pecado. ¡Ni dios, de existir, podría perdonarles!

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