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Una cierta esperanza económica

En España se podrían estar administrando las primeras vacunas a principios de marzo de 2021, ya que se prevé que los ensayos acaben a finales de diciembre, como muy pronto. EFE/Javier Cebollada
3 de diciembre de 2020 22:10 h

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Los anuncios de que hay vacunas contra la COVID-19 han cambiado significativamente las perspectivas económicas. La OCDE ha pasado de prever en junio una caída del PIB de la eurozona, a decir ahora que será del 7,9%. Argumentando que no sólo los anuncios de las vacunas sino también los de políticas de reactivación explican esa mejora de los pronósticos. Además, y aunque no sea un indicador del todo fiable sobre la marcha de las economías, las bolsas suben y en especial la española. Hay un cambio de panorama, dentro del desastre. Y por primera vez en casi un año, los informes empiezan a hablar de “leve esperanza”.

Sin embargo, esos nuevos ánimos parecen prendidos con alfileres. Un fracaso, incluso relativo, de las vacunas o una nueva ola de la pandemia, cuando el mundo aún no salido de la segunda, podría dar al traste con el optimismo que tibiamente se empieza a abrir paso entre los expertos. El golpe ha sido demasiado duro como para pensar que se pueda pasar página sin más y volver al crecimiento como si tal cosa.

El mayor problema cara al futuro, aparte de los graves daños sufridos por algunos sectores, es la deuda que los estados han contraído para hacer frente a la pandemia y para salvaguardar el máximo posible de la economía y del bienestar de los ciudadanos. Una de las previsiones más sobrecogedoras es la relativa a España, que dentro de poco tendrá una deuda pública equivalente al 120% de su Producto Interior Bruto y que podría seguir creciendo.

El consuelo es que todos los organismos internacionales y los expertos más afamados creen que no hay que ceder en el esfuerzo inversor. En educación, sanidad e infraestructuras prioritariamente, dice la OCDE. El Fondo Monetario Internacional está en esa misma línea y aconseja que el Banco Central Europeo mantenga su actual política de apoyo a la liquidez y parece que también lo hará en un inmediato futuro. Ya nadie habla de austeridad. Tiempo habrá de ver las consecuencias, que sin duda serán hondas, de este cambio.

A corto y medio plazo, esa nueva actitud se traduce en que países como España no habrán de preocuparse mucho por su endeudamiento, que fue el primer ogro de nuestro país tras la crisis de 2008. Los bajos tipos de interés, que todo indica que se van a mantener, al igual que la inflación, harán más llevadero ese peso en el horizonte más inmediato. Luego ya se verá. 

Con todo, nuestro país es, junto a Argentina, el que peor se encuentra en términos macroeconómicos y el que peores perspectivas presenta entre las economías principales del mundo. Según la OCDE, nuestro PIB va a caer un 11,6% en 2020 – Alemania, un 5,5%, Francia e Italia un 9,1%- y así como ese organismo prevé que esos tres países habrán recuperado el nivel económico pre-pandemia a finales de 2021, vaticina que el nuestro no lo hará hasta 2023, como poco.

Las vacunas, a cuya eficacia los mercados se han apuntado sin dudas, cuando aún falta tiempo para que la ciencia lo confirme, son la explicación principal de la nueva esperanza económica. Pero también las políticas de reactivación que se están diseñando o empezando a aplicar en diversas partes del mundo.

Y en la Unión Europea en particular, con ese fondo de recuperación de 750.000 millones de euros que en breve debería empezar a llegar a las distintas economías del bloque (140.000 de ellos para España). Las dudas que habían surgido en las últimas semanas tras el anuncio de que Hungría y Polonia lo bloquearían han quedado ya despejadas. La UE ya ha anunciado que emprenderá una vía alternativa para soslayar la oposición húngara y polaca y que el Fondo se aplicará en los plazos previstos.

Ese es un dato fundamental de cara al futuro. Porque es mucho dinero y no cabe descartar que no sea el último que los organismos multinacionales destinen a ayudar a las economías. Sobre todo a la vista del terrible impacto que ha tenido la segunda ola de la pandemia en todo el mundo, y en particular en Europa, y que no estaba previsto cuando se negociaba el Fondo de recuperación.

Cualquier análisis sobre el futuro de la economía española tiene que partir de que esos 140.000 millones van a llegar. Serán un punto de partida muy importante. Pero no van a resolverlo todo, ni mucho menos. La pandemia ha sacado a la luz algunas de las mayores debilidades estructurales de nuestra economía y en concreto la enorme dependencia del sector turístico.

Aunque no se ha publicado ningún informe conclusivo al respecto, en los ambientes económicos empieza a consolidarse el convencimiento de que, a largo plazo, y seguramente de manera definitiva, el sector turístico perderá una buena parte de su peso actual en nuestro país. Lo cual tendrá efectos muy importantes en toda nuestra economía y particularmente en la de algunas regiones.

¿Serán capaces los demás sectores económicos de absorber el excedente de mano de obra que provocará la reducción de peso del sector turístico? Caben serias dudas de ello. Porque los sectores que el Gobierno va a apoyar con el dinero que llegue de Europa, y siguiendo sus directrices -los tecnológicos y digitales, particularmente- tienen mucho futuro y son cruciales para modernizar nuestra estructura económica, pero no son grandes creadores de empleo, aunque éste será muy cualificado y de mucho mayor valor añadido que el turismo y la restauración.

Si a eso se añade que nuestro principal sector industrial, el del automóvil y su industria auxiliar, tampoco tiene un futuro muy boyante y que desde hace ya un tiempo en el mundo se viene observando que el desarrollo tecnológico genera paro, se colegirá, sin entrar en más detalles, y hay unos cuantos, que el futuro del empleo en nuestro país no es precisamente halagüeño. Eso, por no hablar del subempleo y de los contratos basura.

Nuestros políticos se tendrán que esforzar por encontrar soluciones a ese gravísimo problema. Interviniendo decididamente en la economía, para forzar al mercado a hacer lo que naturalmente éste no quiere hacer. Ese es el mayor reto del futuro.

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