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Si Fidel se equivocó mucho, sus enemigos se equivocaron más

Fidel Castro habla con el ministro de Alimentación José Naranjo a principios de los 60

Ramón Lobo

Fidel Castro ha sido uno de los grandes iconos del siglo XX, símbolo de todas las revoluciones latinoamericanas, africanas y algunas europeas, protagonista de innumerables textos y canciones. Se ha muerto tan despacio que a muchos les ha dado tiempo de acostumbrarse a su ausencia cuando aún estaba vivo, que hasta en el arte de morirse ha demostrado dotes políticas extraordinarias. La política y el teatro han sido su fuerte. Siempre le rodeó una épica revolucionaria, una magia que le ha acompañado toda su vida y seguirá con él en la muerte.

El personaje que encarnó desde los albores de los años 50 sobrevivirá a los aciertos y errores de la revolución. El principal, incumplir dos de las promesas motoras del llamado Manifiesto de Sierra Maestra: regeneración democrática y libertad. En Cuba hay presos políticos, personas que pagan con la cárcel los delitos de opinión.

Es cierto que no existe malnutrición infantil, ni violencia callejera, ni crímenes de todo tipo, ni pobreza extrema. Tampoco existen los feminicidios como en México y Guatemala. Es verdad que las cifras de escolarización son ejemplares y que ocupa el puesto 68 en el índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, dos por delante de Costa Rica, considerada un paraíso por Occidente.

Es cierto que la revolución no lo ha tenido fácil, con un enemigo tan poderoso como constante. EEUU cercenó con el embargo el desarrollo inicial de la revolución. Con el tiempo ha servido paradójicamente de excusa para justificar los errores del sistema. Hace años que la Revolución dejó de carburar. Los esfuerzos transitaron de cambiar el mundo a mantenerse en el poder a cualquier precio y sobrevivir. Fidel siempre fue un dirigente muy hábil. Supo mantener la teatralización revolucionaria, superar el desgaste del ejercicio del poder, cuando apenas quedaba nada de lo soñado. Nunca perdió la temperatura de la calle, conocía muy bien a su gente.

Ha sido un personaje complejo, duro con los enemigos y los tibios, y cautivador con todos. Una figura que irradiaba carisma, encanto. No es fácil escribir sobre él. Se trata de un personaje cercado por estereotipos, odios y loas. Es difícil, casi imposible, llegar a la persona. Muchos lectores demandan militancia, trinchera, nada de grises, nada de contexto, nada de peros.

El líder cubano ha conocido a 12 presidentes estadounidenses: Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush, Clinton. Bush II y Obama. No ha querido esperar a conocer a Trump. Casi todos fueron enemigos acérrimos.

Cercado por el EEUU de la Guerra Fría, sobrevivió gracias a la ayuda de la URSS y cuando esta se acabó con la de Venezuela de Hugo Chávez, ahora hundida en su propia crisis. Sin más comodines solo le quedaba la apertura controlada a EEUU.

Uno de los legados que deja Fidel es haber acompañado, a veces desde el silencio, el inicio de esta apertura hacia EEUU. Barack Obama ha reconocido “el tremendo impacto” que tuvo Fidel Castro en el mundo y Trump lo ha calificado de “dictador brutal”, una pista de cuál será su política. No parece que el nuevo presidente sea adicto a las sutilezas de la diplomacia. Está preso de una propaganda malversada.

Hace un par de años escribí en eldiario.es un perfil que tuvo muchas críticas y pocos elogios. Se titulaba: Fidel Castro, un genio que nos vendió humo por revolución. En él recomendaba la biografía firmada por Tad Szulc, periodista de norteamericano de origen polaco que trabajó para The New York Times y otros medios. Se titula Fidel: A Critical Portrait (Avon Books). En España la publicó Grijalbo. Recojo algunos párrafos de aquel texto tan polémico.

Szulc conoció a Fidel en 1959 y quedó rendido a su magia. Le costó desprenderse del aquel primer encantamiento porque la realidad de la revolución fue, con el paso de los años, decepcionante. Estaba anquilosada, muy lejos de restaurar la democracia prometida, convertida en una dictadura comunista. Visitó de nuevo Cuba en 1984, conversó con Fidel, tuvo acceso a su entorno y a miles de documentos. Los anticastristas más furibundos le acusaron de blando, de pretender salvar al líder. Su tesis es que Eisenhower no supo leer las posibilidades que le ofrecía la llegada de Fidel Castro al poder y terminó empujándolo en brazos de la URSS.

No fue el único estadounidense en pensar así. Eisenhower se dejó llevar por el esquema de la Guerra Fría, que trasladó a América Latina, empezando por Cuba. El periodista español Enrique Meneses, el primer extranjero en informar de los jóvenes barbudos desde Sierra Maestra, decía que aquel primer Fidel revolucionario era cristiano y que llevaba una cruz al cuello. Años después, Meneses cenó en Cairo con Ernesto Che Guevara. Hablaron de aquellos tiempos. El Che quería poner en marcha una revolución en Congo y Meneses se ganaba la vida como corresponsal de la revista Paris Match en Oriente Próximo. El Che le informó de que Fidel le quería “dar paredón” porque había escrito que había comunistas en Sierra Maestra, algo que les restó apoyos en EEUU. Ahora podrán conversar en paz. Meneses se defendió: “Tu lo eres, y lo es Raúl”. “Ya, pero no nos convenía”, replicó el Che.

Szulc describió la entrada de Fidel en La Habana el 8 de enero de 1959, tras recorrer la isla ganándose la adhesión de cada ciudad y cada pueblo, como “una apoteosis maravillosamente montada”. Ese viaje fue esencial para cimentar su prestigio y su poder. Aunque fue algo casual, hubo un momento prodigioso: una de las palomas blancas que se lanzaron al cielo para festejar el triunfo revolucionario se posó en su hombro, como si un ser superior le señalara como el elegido. Pese a los errores, Fidel ha sido una figura reverenciada por la mayoría de los cubanos del interior. EEUU no hizo nada por ganárselos, solo se empleó a fondo en hacerles la vida más difícil.

Los primeros meses, después del triunfo de los barbudos de Sierra Maestra, como les llamaba la prensa internacional, fueron claves. Fidel favoreció el nombramiento como presidente de la República de Manuel Urrutia, y el del liberal José Miró Cardona como primer ministro. Él se quedó entre bambalinas como jefe de las Fuerzas Armadas. El Gobierno de unidad, reconocido de inmediato por EEUU, no duró demasiado: el 17 de febrero de 1959, Fidel asumió el puesto de primer ministro y viajó a EEUU para entrevistarse con sus líderes y realizar gestos simbólicos en los monumentos de Jefferson y Lincoln. Miró Cardona había promulgado antes la Ley Fundamental de la República, que recuperaba los postulados de la Constitución de 1940. Todo parecía ir bien conforme al Manifiesto de Sierra Maestra.

En ese viaje a EEUU, invitado por la Asociación Americana de Editores de Periódicos, se entrevistó durante 15 minutos con el vicepresidente Richard Nixon pero no con el presidente; Eisenhower prefirió jugar al golf. Quizá fuese ese gesto el arranque de un largo desencuentro que han tratado de remediar Barack Obama y Raúl Castro.

Entre las promesas del Manifiesto estaba también la reforma agraria, una asignatura pendiente en gran parte de Latinoamérica. Su aprobación costó un enfrentamiento con el presidente Urrutia y Fidel dimitió de su puesto. La revolución ha manejado muy bien dos artes: la propaganda y la puesta en escena de las masas. Su dimisión fue contestada en las calles por decenas de miles de cubanos, movilización que forzó la caída de Urrutia y su sustitución por Oswaldo Dorticós, que de inmediato lo volvió a nombrar primer ministro.

Aún nadie proclamaba el comunismo como doctrina, al menos de manera abierta. Pese a ello, a Washington se le atragantó una reforma agraria que afectaba a sus intereses en la isla. En octubre de 1959, la Casa Blanca dio su apoyo a la propuesta de la CIA de desestabilizar el régimen, incluido un eventual asesinato de Fidel, algo que han intentado repetidamente.

¿Qué habría pasado si Eisenhower y Fidel se hubieran visto en Washington? ¿Qué habría pasado si EEUU hubiese invertido dinero en la revolución en vez de combatirla? Es imposible saberlo, entraríamos en la ficción. En esos mismos años, EEUU apoyó a los militares guatemaltecos en su lucha contra una incipiente guerrilla que luchaba por la libertad. Aquella guerra civil duró 36 años, de 1960 a 1996, y costó la vida a 200.000 personas, 45.000 desaparecidos.

La URSS, en plena Guerra Fría contra EEUU, vio una oportunidad de tocar los huevos al imperio rival y concedió créditos millonarios a Cuba, además de firmar acuerdos de comercio de petróleo y azúcar. “La mano que recibe está por debajo de la mano que da”, dijo Napoleón. La presión de la CIA tuvo dos hitos: el sabotaje en La Habana del mercante francés La Coubre que transportaba armas –más de 100 muertos–, ocurrido en marzo de 1960 y la invasión de Bahía Cochinos el 17 de abril de 1961. De esa época, Fidel saca dos conclusiones: EEUU es el enemigo y la URSS la única opción económica y militar para sobrevivir. Y el comunismo salió del armario de la revolución. Los críticos de esta teoría sostienen que el comunismo estaba latente y visible desde el primer día. Después llegó la crisis de los misiles en 1962 y el pacto entre EEUU y la URSS, tras bordear la guerra nuclear, de retirar esas armas a cambio de no invadir Cuba.

Pero me he saltado lo esencial. Antes de estos acontecimientos y de restablecer las relaciones diplomáticas con la URRS, Fidel confiscó las refinerías de Shell, Esso y Texas Oil por negarse a procesar el crudo soviético. De ahí partió una escalada de medidas que finalizó con el establecimiento de un embargo que los sucesivos presidentes fueron agravando con nuevas prohibiciones. Ese embargo ha sido inútil: ha logrado lo contrario de lo que perseguía: dar vida a un régimen enrocado.

Si las revoluciones envejecen rápido, también lo hacen las políticas y las retóricas que las combaten. En esto, Fidel deja un legado más sólido: su merchandising de la revolución es más atractivo, y sus motivos morales iniciales, cautivadores.

Obama ha sido el primero en querer modificar las dinámicas heredadas, explorar un lenguaje nuevo y una política eficaz que pasa por permitir que sean los cubanos de Cuba los que marquen el ritmo de la apertura. Es más inteligente que un embargo que castiga a todo un pueblo. La premisa es que la prosperidad traerá democracia y libertad, si es que eso es lo que busca EEUU y no otro peón en sus juegos globales,

La revolución se desinfló hace tiempo y la izquierda se quedó en la escenografía. Casi nadie se atrevió a decir:“El revolucionario está desnudo”. Las revoluciones duran horas, días, meses, como muestra Woody Allen en la película Bananas: copian lo que desplazaron. De ahí la tesis de Trotsky de la revolución permanente.

Entre las retóricas y contra retóricas, está la gente, el pueblo cubano, ese por el que tanto decimos estar tan preocupados. Murió el líder, la persona, queda el personaje. Más allá de su obra, Fidel Castro es de los inmortales.

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