Lo del Frente Judaico Andaluz
Voy a intentar – que los cielos me protejan – explicar lo que ha ocurrido en el lío de Adelante Andalucía. Y luego daré mi personalísima opinión. “Adelante Andalucía” es una expresión que ahora mismo se refiere nada menos que a tres cosas diferentes, así que tendré que ir añadiendo siglas conforme las vaya introduciendo. Es, primero, Adelante Andalucía-C, una Coalición de cuatro partidos: Podemos, IU, Primavera Andaluza e Izquierda Andalucista. Dicha coalición se constituyó en 2018 y logró 17 diputados en el Parlamento andaluz, 11 de Podemos y 6 de IU.
En el Parlamento, esos 17 representantes formaron Adelante Andalucía-G, un Grupo parlamentario. Los grupos parlamentarios son fundamentales porque son en buena medida los verdaderos sujetos de la representación en la Cámara. Teresa Rodríguez es la líder de la Coalición y del Grupo. Fue elegida dentro de las listas de Podemos. Sin embargo, en febrero de 2020 anunció que no se presentará como candidata a liderar tal partido en las primarias. Se bajaba del barco.
Desde febrero, entonces, la cosa era extrañísima. La líder de la Coalición y del Grupo se había desvinculado de Podemos, que era el partido en cuyas listas se presentó dentro de la coalición. Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez escenificaron un divorcio amistoso. Mucha suerte en tu camino y tal. Pero… ¿cómo se gestiona esa extrañeza? ¿Cómo puedes liderar una coalición si no formas parte de ninguno de sus partidos? Y, al contrario, ¿qué cara se les queda en Podemos Andalucía, sin control de sus 11 diputados, alineados inicialmente con Teresa Rodríguez? Todo apuntaba al desastre. Y, en cómodos plazos, el desastre llegó.
Primero, Teresa Rodríguez había creado en diciembre de 2019 la marca Adelante Andalucía-P: no una coalición, ni un grupo, sino un Partido. Un partido “suyo” con el mismo nombre que la coalición. Dijo que lo hacía por “precaución”, sólo para evitar que otro partido pudiera apropiarse de la marca. No se entiende, con todo, por qué no invitó a los otros partidos de la coalición a compartir entre todos tal estrategia preventiva. Segundo: Anticapitalistas, corriente interna de Podemos a la que Teresa Rodríguez siempre ha pertenecido, se va de Podemos en febrero de 2020. Tercero: en mayo, Anticapitalistas Andalucía entra en Adelante Andalucía-C. Cuarto: en junio, Teresa Rodríguez registra otro nuevo partido: Anticapitalistas Andalucía. Entiendo (yo también me pierdo, no crean) que “Anticapitalistas Andalucía” era, en el punto tres, una corriente, y ya en el punto cuatro es oficialmente un partido. En todo caso, “Anticapitalistas Andalucía”, en junio, es un partido y está dentro de la coalición Adelante Andalucía-C. Ese partido, observen, no se presentó a las elecciones, pero está en la coalición, tiene 11 diputados y su líder, que se presentó por Podemos, es ahora la líder absoluta de Adelante Andalucía C, G y P.
A partir de septiembre, en Podemos e IU reaccionan y todo estalla (más, si cabe). Maniobran en el parlamento andaluz para que a Teresa Rodríguez y a sus diputados afines les echen del Grupo parlamentario. A un diputado no se le puede quitar el escaño. Ni siquiera su partido puede hacerlo. Lo que sí pueden hacer los partidos es echar a diputados de su Grupo parlamentario. Para eso hace falta el apoyo de la Mesa del Parlamento, un órgano político en el que los partidos (todos, más o menos) deciden. Aunque la resolución todavía no es firme, parece que están en ello, y que, de los 17 diputados de Adelante Andalucía-G, van a echar a Teresa Rodríguez y a otros 7 afines al Grupo Mixto (entiendo que ahora 3 de los 11 permanecen fieles a Podemos).
En todo este descomunal galimatías – que es todavía más complejo que todo esto, pues se mezclan acusaciones cruzadas con respecto a la gestión de dinero de las subvenciones y de las redes sociales – sobrevuela una cuestión obvia: ¿quién representa a quién y quién, en su caso, traiciona a quién?
Por la coalición Adelante Andalucía votaron 584.040 personas. Si pudiéramos reunir a esas 584.040 almas y preguntarles algo así como “¿a ti quién te representa?”, podríamos solventar la cuestión. No sería algo exacto: algunos ahora votarían PSOE, o PP, o se abstendrían, o habrían muerto, o vaya usted a saber. Pero podríamos prorratear el apoyo a los cinco (ahora tendrían que ser cinco, dado que Podemos se ha escindido) y sin duda eso sería la solución más democrática posible. Sobra decir que no podemos.
Tenemos, con todo, algunas aproximaciones. Desde un punto de vista programático, Anticapitalistas Andalucía se ha distanciado de Podemos en dos cosas. Una, están en contra del pacto en Moncloa con el PSOE. Dos, son más andalucistas. Ustedes verán si por semejantes sardinas merecía la pena remover tamañas ascuas. Más allá de eso, al menos con respecto a la primera cuestión sí ha habido una consulta. A pesar de la oposición de Teresa Rodríguez, las bases andaluzas de Podemos refrendaron el pacto de Moncloa con el PSOE por un 96.4%. Con respecto al andalucismo lo cierto es que no hay datos tan palmarios, pero el destino del Partido Andalucista, muerto en 2015 de muerte natural, arroja pistas.
Todo esto da para grandes cuestiones. Con respecto a lo estrictamente psicológico no voy a mejorar este lucidísimo análisis de Pedro Vallín sobre la galaxia Podemos, así que aquí abordaré una perspectiva más institucional. Siempre he sido de la opinión de que, en un sistema proporcional, votamos a partidos. Así es y así debe ser. Los diputados, después (y antes), lo que hacen es representar a esos partidos. Que el escaño pertenezca a la persona y no al partido me parece un vestigio de la representación medieval. Es curioso cómo esa reliquia, el escaño, sobrevive en los tiempos de internet. Su defunción debería haberse producido ya con la prensa escrita y con la conquista del sufragio universal, allá por las primeras décadas del siglo XX.
El escaño – esto es, el hecho de que el representante fuera una persona y no un partido – tenía sentido en los primeros regímenes representativos. Un distrito británico de 1805, por ejemplo. Allí solo votaban los ricos, que eran cuatro gatos. Se conocían entre sí y querían básicamente lo mismo. ¿A quién enviaban a Londres a representar “al distrito” (esto es: a ellos)? A uno de ellos. Ni siquiera lo elegían con voto secreto, ¿para qué, si todos querían lo mismo?
Todo eso se viene abajo con el sufragio universal y las ideologías. Millones de votantes que votan no por unas personas u otras, sino por un ideario, esto es, por un partido. A las personas de carne y hueso no las conocen personalmente de nada, puesto que sólo las ven en la prensa o una vez cada cuatro años en un mitin. Pero, sorprendentemente, los escaños permanecen como gozne de la representación política, que sigue encauzándose a su través.
Hoy los partidos y su razón de ser – las ideologías – se han visto sacudidos, pero no hundidos, por múltiples transformaciones. Una de ellas es la desmedida preeminencia del líder, asociada sobre todo a la peculiar textura mediática de la sociedad actual y a la mencionada pérdida de penetración de las ideologías. Líderes que sustituyen a los antiguos partidos y generan su alrededor máquinas de ganar elecciones. Otro motivo más, por si no hubiera suficientes, para olvidarnos de los escaños.
En cada votación parlamentaria lo que vemos no es “la voluntad de los 350 diputados”, sino la de los 13 partidos del Congreso, que son los únicos que hablan. Y, repito, así debe ser. Cómo se conforma la voluntad de un partido es harina de otro costal y esa es, de hecho, una de las grandes batallas por librar. Los partidos políticos en España se han parecido durante mucho tiempo a un cortijo manejado a su antojo por una cúpula con un poder omnímodo frente a la que los militantes estaban inermes. Eso empezó a cambiar en 2015, con la aparición de los nuevos partidos.
Queda todavía mucho camino, muchísimo, pero añorar los tiempos de las dos cúpulas del bipartito es todo un ejercicio de desmemoria: ese tiempo pasado fue peor. Y todo lo que sea apuntalar liderazgos y desapoderar instituciones colectivas – y los partidos lo son - va en la dirección equivocada. Lo que hay que hacer es garantizar la democracia interna, que la voz del partido refleje fielmente la de los militantes, pues son ellos, y no el Grupo parlamentario, los que deberían ser los soberanos del partido. ¿Se atrevería Teresa Rodríguez a someterse a una consulta con el censo de militantes de Podemos en 2018, bajo cuyas siglas fue elegida? Que ellos decidan el porcentaje de los 11 escaños que son de los anticapitalistas y los que son de Podemos. Y aquí paz y después urnas.
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