El gran interrogante
¿Qué siente un griego que al levantarse por la mañana pulsa el botón del despertador para escuchar las noticias de la mañana? Probablemente oiga los argumentos de un político del partido de centroderecha Nueva Democracia con los que intenta persuadir de que su voto para Syriza podría llevar a consecuencias desastrosas para “la madre patria” (este es su lenguaje). Aunque Syriza se atreviera con una quita unilateral de la deuda, como asegura el partido, Grecia estaría seguramente ante una bancarrota oficial y la salida de la eurozona.
En segundo lugar, un político de Syriza le contacta para decirle que si llegan al poder, toda la legislación impuesta a Grecia desde Bruselas, desde el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) tienen que ser derogadas. Grecia ha de ser, de nuevo, una nación libre que decida sobre su propio destino. “Nuestros compatriotas tienen que volver a poder respirar” (así habla la gente de Syriza).
A cuál de los dos políticos daría credibilidad el oyente depende de su situación social. Si pertenece a la clase media o a la pequeña burguesía, es decir a esas capas sociales que más fuertemente han sido golpeadas por la crisis, no le otorgará credibilidad alguna a ninguno de los dos.
Más bien se preguntará cómo se ha podido llegar tan lejos otra vez. Hasta octubre del año pasado, el primer ministro le había asegurado personalmente que la situación se había estabilizado, que a pesar de ir a pasos cortos se va hacia adelante y que los tiempos de los memorandos [acuerdos con la troika que fija las condiciones de los rescates] pasarían pronto. Y ahora, ¿hay que volver a mediados de 2012, a los tiempos de la incertidumbre, al miedo de la Grexit (combinación Greek euro exit, salida de Grecia del euro). Le faltan, sin embargo, las fuerzas para arrancar de nuevo.
A los oyentes no les convencerían ninguno de los dos, sino que se preguntarían: ¿quién me ha mentido? La conclusión sería: los dos.
Si el oyente es un jubilado, éste arremetería contra el partido en el Gobierno que en los últimos años ha recortado su pensión en casi un 40%. Airearía su malestar, pero como es viejo se acuerda del refrán griego que dice: “Mejor cinco en la mano que 10 en la esperanza” –más vale pájaro en mano que ciento volando–.
Queda un paro de casi un 30% y los jóvenes desempleados llegan alcanzar prácticamente el 60%. La mayoría de los desempleados ya no tiene derecho a percibir desempleo, que solo se otorga durante los primeros 12 meses.
Lo que les mueve es la desesperación. No creen, que con un cambio de Gobierno su situación cambie para mejor. La mayoría de los jóvenes ni siquiera van a votar. Del resto de desempleados una parte votaría, quizá, por rabia al partido neonazi Amanecer Dorado. El resto se queda en su casa y se ahorra el billete del autobús para acudir a su mesa electoral.
Vivo en un país en el que más del 60% del electorado no quiere elecciones y sin embargo se celebran.
El país está dividido y funciona a dos niveles, que no tienen contacto el uno con el otro.
El primer nivel es el de sistema de partidos. Los dos grandes partidos llevan a cabo una despiadada batalla electoral sin reglas y con ataques frontales. En ello no se trata ni de programas de partidos, ni de sus contenidos concretos. Los dos partidos no mencionan el elevado desempleo, ni la arrastrada productividad del país, ni una palabra sobre la capacidad de ser competitivos que con urgencia necesita la hundida economía. Se trata solo de denunciar al otro. Se trata solo de “nosotros o ellos”.
Esto es una vuelta a los años cincuenta, a los años de la Guerra Civil cuando el país estaba fuertemente dividido. También entonces se trataba del “nosotros o ellos”. La derecha nacionalista denunciaba a la izquierda que había vendido el país a la Unión Soviética, y la izquierda denunciaba a la derecha nacionalista como bracero de los americanos y de la familia Real.
Hoy la izquierda radical Syriza denuncia al Gobierno como peón de los Estados Unidos, del Banco Central Europeo (EZB) y del Fondo Monetario Internacional (IWF) y les amenaza con medidas especiales. El partido de centro derecha, Nueva Democracia, denuncia por su parte a la izquierda radical que quiere hacer de Grecia un país balcánico como Serbia.
Desde el comienzo de la crisis, Syriza ha mantenido el mismo discurso. No se trata solo de que el partido esté a la captura del voto sin preocuparse de que su programa vaya a contentar a todos y en este sentido esté lejos de la realidad. Lo más importante es que Syriza es un partido fragmentado. Se compone de grupos y agrupaciones. El más fuerte entre ellos es la “plataforma de izquierda”. Sus miembros son neocomunistas y quieren la salida de la eurozona y la vuelta al dracma. Los responsables del partido intentan una y otra vez tranquilizar a la “plataforma de izquierda”. Su discurso radical cumple en parte con ese objetivo.
Mucho más graves fueron los errores del Gobierno. Especialmente, Nuevs Democracia ha incluido en el Gobierno a sus populistas, tras las elecciones europeas, porque creía con ello poder parar la supremacía que Syriza había ganado en las mismas elecciones.
Esto fue un cálculo tan a corto plazo como erróneo. Todas las reformas prometidas quedaron suspendidas porque políticamente no eran sostenibles. Como si esto no fuera suficiente, el primer ministro, Antonis Samaras, proclama unilateralmente el final del sistema-memorandum así como la salida del Fondo Monetario Internacional.
Cuando el Gobierno se dio cuenta de que este objetivo no era rápidamente alcanzable, buscó la huida hacia adelante y proclamó en principio las elecciones presidenciales y finalmente nacionales.
Ahora, Nueva Democracia exhibe como táctica de campaña una imagen aterradora para asustar a sus ciudadanos. Ellos esperan que el miedo potencial de sus electores les asegure su primer puesto.
Esto nos lleva al segundo nivel, el nivel de los ciudadanos. Lo que se siente en esta escala es frustración, desilusión y desesperación. Se les reconozca o no, los griegos han padecido mucho en los últimos años. Sobre todo la clase media y los jubilados han sido las grandes víctimas. Durante los últimos años tenían, al menos, la sensación de que lo peor había pasado. Aunque no les iba mejor, habían cogido nuevos bríos porque se había evitado la caída al abismo. Ahora ven que tienen que empezar desde el principio y están decepcionados, sin fuerzas y furiosos.
No se trata solamente de que la gran mayoría no desee elecciones. Todavía es peor que la gran mayoría haya perdido completamente la confianza en la clase política. Tanto de la izquierda radical como de la derecha moderada, los ciudadanos no le conceden a los políticos credibilidad alguna. Consideran que las élites políticas griegas no han aprendido nada de la crisis y lo intentan una y otra vez con trucos antiguos sin tener en cuenta a la ciudadanía.
Un ejemplo: incluso los extranjeros que llegan a Atenas se dan cuenta de que todavía existen comercios supervivientes que están vacíos porque la demanda ha caído radicalmente. Los propietarios de estos comercios han esperado con anhelo las compras navideñas. Era su última esperanza. Pero entonces el Gobierno anunció elecciones justo antes de Navidad. La ciudadanía se asustó y compró solo lo más necesario.
¿Tiene la troika la culpa de esto?
Como he dicho, es como en los tiempos de la posguerra civil. Entonces había entre la derecha nacionalista y la izquierda una mayoría que intentaba sobrevivir. Ellos se mantenían tan lejos de la política como fuera posible. Hoy, también es así.
Se nota especialmente entre los jóvenes. Casi todos han estudiado, son abiertos y se puede hablar con ellos sobre cualquier tema y no solo sobre política. Pero se van.
La única capa social que desea las elecciones son los sindicatos de los funcionarios públicos. Ellos esperan que Syriza gane las elecciones y que puedan seguir manteniendo sus privilegios. Ellos son parte de la ruina del aparato del Estado y pertenecen a la clientela del sistema de partidos.
Hay un verso muy optimista de Bertolt Brecht que reza: “Puedes empezar con el último aliento”. Nosotros los griegos comenzamos no solo con nuestro último suspiro. Nosotros volvemos una y otra vez a nuestro último quejido.
Desgraciadamente esto seguirá así mientras que las élites políticas del país solo considere a sus ciudadanos como votantes que son arrastrados a las urnas por los partidos en el momento que conviene.