De qué hablar para no hablar de la independencia
No me malinterpreten. No es que no me parezca importante este problema. Hoy ¿se celebra? el “referéndum de la dignidad, la liberación del pueblo que sueña con su identidad libre del opresor español”, según unos; o el “referéndum ilegal, electoralista y sin garantías que impone a los españoles una situación tremendamente perjudicial para los catalanes”, según otros. Me sumo al coro de voces que claman por un cambio de tema del “monotema”, dicen.
Muchos ciudadanos tenemos la sensación de que la política se nos ha ido de las manos o, lo que es peor, que a los políticos se les ha ido la política de las manos. No sé cómo saldremos de ésta pero la distancia hoy entre las personas en edad de votar y la política es enorme. Ya hay dos relatos, y no es el de la independencia contra la unidad, ni tan siquiera el de la dictadura frente a la democracia. Los dos relatos son el de la política y el de la gente. Diferentes, alejados, incomprensibles entre ellos. El 82% de los catalanes creen que la solución es un referéndum de independencia pactado y, sin embargo los políticos, que parecen ciegos y sordos, han seguido con su juego de florete. Pero esto ya no es una exhibición de esgrima, esto ya es un campo embarrado de lucha libre, sin normas. El club de la lucha.
Como les decía, estaba buscando temas para no hablar del proceso independentista del que ya debe haberse dicho todo. Así que me he puesto a pensar y he empezado a preocuparme por lo siguientes temas:
Candidatos sin partido
Algo así encaja perfectamente en el marco del “antipartidismo” que se asienta en la creencia general de que los errores de los partidos son malintencionados: los partidos no son eficaces porque sólo se preocupan de sus problemas o los partidos no renuevan sus élites basándose en el talento, sino en sus relaciones clientelares. Además, los ciudadanos perciben la gestión de los gobiernos como una gestión en la sombra por parte de los partidos que están detrás y siempre en función de sus intereses electorales y no del interés general. No me digan que, a poco que analicemos, no parece que los catalanes se quieran independizar más que de España, del Partido Popular.
En Colombia hay elecciones presidenciales la próxima primavera y de los treinta precandidatos, hay seis que se presentan con el aval de firmas de ciudadanos y sin ninguna sigla detrás. En México acaba de anunciar su candidatura un periodista sin partido, cuya primera misión es la de recabar firmas para poder inscribirse en el registro de candidatos a la presidencia de la República que se elije en julio de 2018. En España también sería posible también un candidato o candidata sin partido en las próximas elecciones generales. Y hay demanda. Ahí lo dejo.
Los partidos Uber Uber
Al igual que otros sectores han encontrado el modelo de negocio mediante plataformas que conectan a usuarios y servicios, ¿porqué no la política? Al fin y al cabo es un servicio. Si la política fuera un empresa, sus clientes serían los ciudadanos; su servicio, el bienestar y la calidad de vida de las personas; y su adaptación al modelo nuevo sería algo así como una plataforma política de servicios ciudadanos con formato interpersonal. Eso podría ser un partido político en términos mercantiles como modelo de negocio en un escenario de futuro. Seguimos esperando que la nueva política genere un nuevo paradigma más horizontal y más “desintermediado” que todavía no ha sido capaz de ofrecer. Tiempo al tiempo.
La confianza es un producto
Seguramente el bien más preciado –el oro de la política– es la confianza, de forma tal que la oferta que mayor confianza genere, independientemente de ideologías o de siglas, será lo más “vendido” de la política. El producto estrella. Las dos demandas ciudadanas más importantes que arrojan los datos sociológicos son la eficacia en la gestión y la ética. Ambas reclamaciones son las que construyen la confianza de los electores en los candidatos o en los programas.
La participación es inútil
Esta frase no pretende ser una “boutade”, sino el desmontaje de una falacia que perjudica mucho a la política. La gente no quiere participar, lo que quiere es, a través de su participación, propiciar cambios. Quiere influir en las decisiones. Es decir, la participación no es un fin en sí mismo, sino un medio para conseguir que algo sea de otra manera. Lo que realmente moviliza y saca a la calle a un colectivo del cualquier tamaño es la posibilidad de un cambio, no la de participar. No se equivoquen. No es participar, es hacer la política.
Macron ya no mola
La creación de altas expectativas es el mayor peligro de la política, aunque no sólo de la política. A Emmanuel Macron poco le faltó para transitar a caballo los últimos metros del camino al Elíseo cuando venció y convenció con sus modos algo napoleónicos la carrera electoral a la presidencia. Han sido tantas las expectativas que nada es suficiente para contentar al electorado. Además, ha perdido los apoyos de la élite empresarial y nada es posible en política sin proyecto, sin equipo o sin aliados. O quizás por que no vino al salvarnos de la mediocridad, sino del radicalismo xenófobo.
Y ahora escojan ustedes el tema del que hablar para no hablar de independencia y hablen.