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Honraremos a Samuel con nuestra pluma

Dos participantes en la manifestación del Orgullo LGTBI en Madrid, el pasado sábado.

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Yo no conocía a Samuel, pero su muerte me ha dolido como si lo conociera. He llorado al leer cada nuevo detalle que salía a la luz sobre la noche en que lo mataron, se me ha encogido el corazón al ver a sus amigas abrazarse con camisetas con su rostro, me ha cambiado la cara cada vez que su historia volvía a mi mente mientras estaba haciendo otra cosa. Y sé que no soy el único.

La muerte de Samuel ha producido una conmoción sin precedentes en la comunidad LGTBI, porque muchas y muchos sentimos que nos podría haber pasado a nosotras. Que Samuel podría haber sido yo, o podría haber sido mi pareja, o un amigo. Porque lo único que hizo fue existir, existir contra la norma, y eso lo hacemos muchas y muchos.

La conmoción ha sido más intensa porque este asesinato no ha sido un caso aislado. Se ha producido en una semana de Orgullo LGTBI que hemos vivido divididos entre la reclamación de derechos humanos de los que aún se nos priva, la celebración de los importantes logros conseguidos y el sufrimiento por las muchas agresiones LGTBIfóbicas que hemos conocido en los últimos días en Galicia, en Catalunya, en Euskadi, en Madrid... Insultos, bofetones y palizas que recibimos por ser como somos, por vestir como vestimos, por hablar como hablamos, por querer a quienes queremos, por desear a quienes deseamos y por tener sexo con quienes tenemos sexo. Muchas agresiones a muchos Samueles diversos que nos han provocado la necesidad de gritar “basta”.

Y eso hemos hecho: gritar “basta” en las calles de decenas de ciudades, en las redes, en nuestros entornos. Gritar que lo que te llaman mientras te matan importa y que no queremos ser la siguiente víctima. Pero no podemos quedarnos ahí. Debemos convertir el grito en acción. Debemos transformar el miedo, el dolor y la indignación en fortaleza para defender todos y cada uno de los derechos que hemos conseguido con mucho esfuerzo, para no tolerar ni un paso atrás en nuestra dignidad y para exigir aquellos derechos que aún no nos han sido reconocidos, como la autodeterminación de género, o que están en la ley pero no siempre en la realidad, como el derecho a vivir sin discriminación. También para que esos derechos los disfrutemos todas las personas, hayamos nacido donde hayamos nacido y vivamos donde vivamos.

Pero la primera acción en la que debemos convertir ese grito no es otra que existir. Seguir siendo como somos y mostrarnos como tal. Si la violencia LGTBIfóbica parece ser cada vez más dura, quizá se debe, además de al odio que promueve una extrema derecha con una influencia creciente, a que cada vez somos más visibles. Cada generación se esconde un poco menos que la anterior, y así debe seguir siendo. No podemos permitir que esa violencia nos vuelva a meter en el armario. No podemos volver a descruzar las piernas por miedo a que nos llamen “maricón”, ni soltar la mano de nuestra pareja por el temor a una paliza, ni cambiar nuestra forma de vestir porque alguien diga que no es acorde con nuestro sexo.

Decía Bob Pop hace unos días: “A veces, pienso que las agresiones LGTBIfobas son los últimos coletazos de una bestia herida que se ve acorralada. Y me parezco optimista. Otras veces, me vengo abajo y temo que estén más fuertes que nunca. No sé. Yo qué sé”. Yo tampoco sé. Pero quizá no se trata de preguntarnos cuál es la respuesta correcta, sino de provocarla nosotras. De asegurarnos de que la bestia esté dando esos últimos coletazos. Y tenemos una herramienta tremendamente poderosa para lograr eso: nuestra pluma. Saquemos nuestra pluma a pasear. Llenemos las calles de mujeres que se besan entre ellas, de maquillaje sobre la barba, de hombres que no han nacido con pene y mujeres que no han nacido con vulva y están orgullosas y orgullosos de serlo.

Al igual que la violación múltiple de 'la manada' provocó una oleada de feminismo que se ha demostrado imparable, hagamos que el asesinato de Samuel al grito de “maricón” sea el combustible para un movimiento LGTBI más fuerte que acabe con la bestia. Y más unido precisamente con el feminismo, porque otra de las cosas que el caso de Samuel ha puesto en evidencia es que el feminismo y el movimiento LGTBI son y deben seguir siendo movimientos hermanos, pese a que algunas personas hayan intentado últimamente crear divisiones ilógicas e inútiles.

Ambos movimientos han ido y deben seguir yendo de la mano porque luchan contra un enemigo común. El machismo y la LGTBIfobia son dos caras de la misma moneda: el heteropatriarcado. Ambos se basan en castigar a quienes desafían las normas de género. Cuando una mujer decide que su papel en la sociedad va más allá de cuidar y tener hijos, cuando un hombre se enamora de otro hombre, cuando una niña se da cuenta de que es una niña aunque hasta el momento le han dicho que es un niño o cuando una chica decide no hacer caso a lo que su novio ha decidido por ella, el heteropatriarcado responde con brecha salarial, con agresiones homófobas, con transfobia institucional, con asesinatos machistas y con otras muchas violencias que tienen una base común: son la reacción contra quien rompe con lo que alguien decidió una vez que debe ser una mujer o debe ser un hombre. La respuesta a esas violencias machistas y LGTBIfóbicas debe ser también común.

Por desgracia Samuel no va a volver a la vida. Pero podemos homenajearlo con nuestras acciones para lograr que su agresión sea la última. Tenemos mucho trabajo por delante para conseguirlo. Lo primero de todo: ser nosotras, ser nosotros y ser nosotres.

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