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Huelga feminista el 30 de noviembre

Un momento de la concentración durante la huelga feminista, en Bilbao el 8M de 2019.

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Recordamos todavía con orgullo –y así debe seguir siendo– la huelga feminista del 8 de marzo de 2018 en toda España y en otros muchos países, convocada por organizaciones feministas y de defensa de los derechos de las mujeres de todo el mundo. Una jornada de huelga secundada por muchas mujeres para denunciar la discriminación en general, la brecha salarial de género en particular y la violencia machista. Una huelga en la que no se hicieron trabajos externos ni se asumieron trabajos domésticos ni de cuidados.

Desde entonces han pasado en este terreno muchas y muy relevantes cosas en este país: ha habido importantes novedades legales por la igualdad y la no discriminación, por la igualdad salarial, por la conciliación de la vida laboral, personal y familiar, por la libertad sexual, por los derechos laborales de las personas empleadas de hogar… Normas que han ido respondiendo al importante impulso de las mujeres en la calle y en la vida institucional.

Pero nunca es suficiente si sigue existiendo desigualdad. No se pueden asimilar automáticamente los avances en materia de igualdad con la igualdad si ésta no es totalmente real y efectiva. Por eso hace falta seguir luchando, denunciando las desigualdades, injusticias y violencias y reivindicando el objetivo de la igualdad.

Así lo han percibido también en otros lugares. Como en Islandia, donde el pasado 24 de octubre se organizó una huelga feminista, la primera de jornada completa desde el 24 de octubre de 1975. Entonces, hace 48 años, un 90 % de las mujeres islandesas dejaron de trabajar aquel día para demostrar el trabajo indispensable que hacían para la economía y el conjunto de la sociedad. Aquella huelga impulsó una respuesta política imprescindible y un año después se aprobó una Ley en garantía de la igualdad salarial y cinco años más tarde una mujer fue la primera en el mundo en ser elegida democráticamente Presidenta del país.

Islandia es envidiada, pues es uno de los países con mayor igualdad, encabezando durante 14 años seguidos el Informe Global sobre la brecha de género del Foro Económico mundial, siendo el único país que la ha reducido en más del 90 %. Pero sigue habiendo desigualdad por razón de género - como por otras causas -. Y por eso han vuelto a hacer otra huelga feminista el pasado 24 de octubre, como acabo de decir, bajo el sugerente y expresivo lema de “¿A eso le llamas igualdad?”. Una huelga exitosa a la que se sumaron la Primera Ministra y otros miembros del gobierno con el expreso reconocimiento de no haber alcanzado aún los objetivos de plena igualdad.

Pues aquí sucede lo mismo. Porque, aunque hay avances, queda mucho camino por andar. Y, por ello, el movimiento feminista ha convocado una huelga general feminista en Euskal Herria para el próximo 30 de noviembre. Una jornada para reivindicar esencialmente un servicio público comunitario de cuidados de calidad, pues los cuidados, como bien sabemos, siguen estando a cargo de las mujeres, tanto en los hogares como en los centros asistenciales, públicos y privados, en estos casos con condiciones laborales que siguen ahondando la brecha de la desigualdad. 

Y es que “los cuidados” afectan a toda la ciudadanía y preocupan a todas las personas, bien porque nos toca cuidar, bien porque pensamos que un día tendremos que hacerlo o tendremos que ser cuidadas. Y en este sentido preocupa que no exista garantía pública de recibir tales cuidados al margen de la situación o el entorno personal y familiar y preocupa también que quienes cuidan privada o profesionalmente sean mujeres que sostienen este sistema en condiciones injustas que perpetúan un modelo social de abuso del trabajo femenino y de importantes beneficios económicos para empresas y para la sociedad en su conjunto.

Un llamamiento que ha tenido una respuesta sindical muy variada: desde los Sindicatos que la apoyan y han registrado ya la convocatoria hasta los que se desmarcan totalmente o los que solamente apoyan las manifestaciones pero no el paro.

Una huelga que, por otra parte, muestra en toda su crudeza la enorme paradoja de un sistema social y de cuidados tremendamente injusto. Tan injusto que las organizaciones de personas racializadas migradas y gitanas, que han participado en el proceso de llamamiento a la huelga y que dicen expresamente compartir el discurso y las reivindicaciones, han decidido no adherirse, por razones que vale la pena conocer, pues expresan la real situación de muchas mujeres.

Así, constatan que la huelga deja fuera a estas mujeres, que trabajan en sectores desregulados o sin protección sindical, lo que las sitúa en una posición subalterna sin poder actuar como sujetas políticas. Constatan igualmente que el sistema de cuidados remunerados internos recae con especial crudeza sobre las mujeres migradas, que son el 95% de las cuidadoras internas y que la medida de huelga es un espejismo para estas personas en situación tan precaria.

Por eso rechazan la huelga entendiendo que no es la herramienta más adecuada para luchar por los objetivos plasmados y lanzan duros reproches en clave antirracista.

No es en absoluto fácil aunar todas estas ideas y las perspectivas desde las que se pronuncian, pero han de conseguirse espacios para compartir un problema común, aunque es innegable que unas lo padecen infinitamente más que otras, desde luego. Es lo que las mujeres hemos de hacer: defender nuestros derechos, comenzando por la regularización de la situación administrativa de tantas mujeres, el reconocimiento de su trabajo como cuidadoras y la consiguiente regularización de su situación laboral y salarial.

Muchas mujeres, muchos hombres y muchas familias dejamos el trabajo de nuestros hogares y el cuidado de nuestras personas queridas en manos de mujeres que están infinitamente más lejos de la igualdad real que lo estamos la mayoría. Por tanto, a esto no se le puede llamar igualdad. Y, en consecuencia, hay que seguir luchando por lograr la igualdad, partiendo de lograr unidad para luchar por lo esencial.

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