Todos conocemos a personas con conocimientos limitados que dan lecciones constantes sobre diferentes materias y subestiman las competencias de los demás. Rara vez son conscientes de su ignorancia. De hecho, intentan con una locuacidad pasmosa dar una impresión de dominio exagerada. Los estudiosos de este comportamiento sostienen que no es fácil valorar el grado de conciencia que tienen sobre sí mismas y tampoco hasta dónde perciben su falta de desempeño. Sin embargo, los psicólogos David Dunning y Justin Kruger investigaron este fenómeno hace ya muchos años y concluyeron que la propia incompetencia les inhabilita para darse cuenta de su limitado saber porque tienen una percepción errónea sobre sí mismos. Lo llamaron el efecto Dunning-Kruger.
Las muestras de este fenómeno se ven todos los días y a todas horas en las redes sociales, donde abundan quienes tienen soluciones para todo, opiniones categóricas sobre todo y hasta imparten conferencias sobre las materias más complejas. Pero a un tuitero o a un tiktoker no necesariamente se le presupone conocimiento y tampoco está obligado a tenerlo. Allá cada cual sobre cómo y con quién interactúa, se informa o discute.
Cuestión distinta es la política, donde la responsabilidad debería ser el primer mandamiento y el segundo, unos mínimos de conocimientos básicos. Y en caso de no tenerlo, qué menos que la prudencia -e incluso el silencio- para no hacer el ridículo más de la cuenta. Isabel Díaz Ayuso ya ha batido todas las marcas de lo grotesco y también de la ignorancia. Y este lunes lo ha vuelto a hacer.
“Muchos turistas tuvieron que salir corriendo por las calles de Madrid, dando una imagen de un Sarajevo en guerra”. La presidenta madrileña comparó las protestas propalestinas de la Vuelta Ciclista a España que el domingo provocaron la cancelación de la última etapa en Madrid tras una manifestación que albergó a 100.000 personas y se saldó con dos detenidos- con el sitio a Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina. Lo hizo ante los micrófonos de una de sus emisoras preferidas, donde nadie le replicó.
La reconocida ilustre alumna de la Universidad Complutense no debe saber que el asedio a Sarajevo formó parte de una guerra sangrienta donde se perpetraron algunas de las peores atrocidades vividas en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Tampoco que las tropas serbias cercaron militarmente la ciudad y la bombardearon de forma ininterrumpida durante más de tres años. Mucho menos que, además de los 100.000 muertos, hubo 50.000 heridos, 35.000 edificios destruidos y dos millones de personas que tuvieron que abandonar sus casas porque se acabó con todas las infraestructuras de suministro de agua y electricidad. Y si lo sabe, es mucho peor.
Comparar las escenas del domingo con la barbarie en Yugoslavia no sólo es un insulto a los sarajevenses, sino una ofensa a la inteligencia de quienes la escuchan a diario soltar barbaridades como esta. Europa no logró frenar la tragedia y Serbia no acabó con el asedio a Sarajevo hasta la intervención militar de los Estados Unidos, con la firma del tratado de paz acordado en Dayton (Ohio) en noviembre de 1995 y firmado en París el 14 de diciembre de ese mismo año. Hoy, con la UE surfeando la criminal ola de Netanyahu y teniendo a Trump de aliado principal, no se atisba más horizonte de optimismo que el de la reconfortante rebelión cívica que zarandea ya las conciencias de los mandatarios europeos.
Madrid ha abierto, aunque les pese a Ayuso y a sus mariachis, una espita que pretende acabar con el silencio y la impunidad de las atrocidades que Israel está perpetrando en la Franja de Gaza. Pronto se cumplirán dos años desde que el mundo es testigo de un grado insoportable de muerte y destrucción. El gobierno de Netanyahu ha asesinado a decenas de miles de personas (67.000), borrado de la faz de la tierra a familias enteras, arrasado barrios, destruido infraestructuras, desplazado a más de dos millones de gazatíes, provocado una catástrofe humanitaria sin precedentes y la masacre continúa con la afasia cuando no la complicidad de muchos países occidentales.
Pero a la presidenta de este Madrid, que hasta ahora era célebre por sus bares, por sus cañas, por su desinhibición para el insulto y por su malentendida libertad, le importuna que sus gentes, a las que compara con la kale borroka, salgan a la calle a defender los Derechos Humanos. O que boicoteen una actividad deportiva internacional en la que participa un equipo israelí propiedad del magnate canadiense-israelí Sylvan Adams, presidente del Consejo Judío Mundial, que ha manifestado su apoyo a la implantación de un Estado judío en Palestina y se ha identificado abiertamente como sionista.
Y la culpa, como de todo lo que pasa en España, es de Pedro Sánchez. Según la teoría de Ayuso, el presidente ha sido el instigador de la protesta porque tiene un proyecto de ruptura contra la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid y ha orquestado un “ataque programado para desprestigiar” a la región. O es ignorancia o es fanatismo. Si es lo primero, tiene remedio porque aún está a tiempo de estudiar. Si es lo segundo, no merece representar a los madrileños que, como la mayoría de españoles, sean de izquierdas o de derechas, saben lo que es una matanza indiscriminada y no están dispuestos a seguir callados.
Lo de Madrid del domingo no es violencia ni es seguidismo de Sánchez, es humanidad y es sensibilidad, algo que las derechas españolas no terminan de desarrollar. Ni siquiera cuando hay una imperiosa necesidad de parar una crueldad ante la que unos -como Feijóo- prefieren instalarse en la equidistancia y otros -como Ayuso- del lado del genocida.
P.D. En su atrevida ignorancia, Ayuso no ha calculado que en su cruzada contra Sánchez lo ha situado frente al mundo en cabeza de la rebelión contra la masacre y la impunidad. Ni tan mal porque, según datos del Real Instituto Elcano, un 82% de los españoles percibe que Israel está llevando a cabo un genocidio en Gaza y un 70% sostiene que la Unión Europea debería sancionar al estado hebreo por su accionar contra Palestina.