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La imperdonable tentación de posponer el feminismo

Concentración 8M convocada en la Puerta del Sol de Madrid por el Sindicato de Estudiantes
8 de marzo de 2021 22:30 h

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El Cairo, junio de 2011. Cientos de activistas de la izquierda europea se reunían en el corazón de la capital egipcia con organizaciones que habían participado en las revueltas contra el régimen de Mubarak, hasta su caída. En el orden del día se abordaba el papel de la izquierda egipcia y los pasos a trazar a partir de ese momento. Hablaron muchos hombres, británicos y egipcios, principalmente. Había una fuerte presencia de medios internacionales. Los periodistas tomábamos nota de todo.

Al cabo de varias horas de charlas bostecé desde la fila siete. A mi lado, una voz femenina me habló en inglés con acento británico: “Esto nos es un poco ajeno”, dijo. Me giré y vi a una mujer madura, pelo corto y blanco, pendientes largos y coloridos, mirada cálida y sonriente:

“Llevo décadas de militancia en la izquierda y sigo viendo esto cada dos por tres: hombres creyendo que arreglan el mundo mientras ignoran los problemas de sus compañeras. Son problemas que lo atraviesan todo, porque nuestro mundo está sostenido por las mujeres y estructurado en función de su discriminación. Y sin embargo, ya ves, el feminismo se pospone una y otra vez porque parece que siempre hay algo más urgente que abordar”, comentó.

“No pierdas el tiempo luchando por causas que te posponen, que nos posponen, que posponen los derechos de la mitad de la población. Yo me harté hace tiempo, y me di cuenta de que ninguna lucha solidaria podía dejar en segundo plano el feminismo”, prosiguió. “Por cierto, no me he presentado: Soy Selma James”.

Había leído casi todo lo de James. Con pequeñas diferencias ante algunos de sus planteamientos pero enorme respeto hacia su trabajo, me pareció una suerte conocerla personalmente en esos días trepidantes de El Cairo. Nos unieron nuestros bostezos ante aquellos que excluían el feminismo de su militancia presuntamente de izquierdas.

Sigo bostezando -e irritándome- ante quienes se creen héroes en nombre de la igualdad y son incapaces de entender hasta qué punto la discriminación de género nos aparta, nos invisibiliza y pretende infantilizarnos. Ante quienes se dicen feministas y son incapaces de ver que una mujer tiene algo que aportar en un debate. Ante quienes ven la lucha de clases pero no entienden que la dificultad se multiplica si eres mujer, se triplica si eres negra o árabe o musulmana o latina, y se cuadruplica si eres LGTBI.

Ante quienes no reconocen que buena parte del trabajo no remunerado que ejercen las mujeres -cuidando, educando, sosteniendo hogares, construyendo comunidad- sostiene el mundo y permite que las empresas puedan contar con trabajadores sin tener que financiar a todas aquellas mujeres que les cubren para que puedan fichar diariamente en su empleo sin que sus hijos queden abandonados.

Bostezo también ante quienes señalan los techos de cristal que nos limitan, pero se despreocupan del suelo pegajoso que atrapa a tantas mujeres trabajadoras y explotadas. Ante quienes reclaman igualdad solo para las mujeres acomodadas y son incapaces de preocuparse por las más vulnerables. Hay cegueras que excluyen.

Hay insolidaridades que hieren. Hay señalamientos, como el que ejerce diariamente Vox contra el feminismo, que nos conducen peligrosamente hacia una cuesta abajo sin freno, gracias a la enorme irresponsabilidad y complicidad de tantos medios de comunicación que amplifican sus mensajes diariamente.

Hay también ciertas decisiones políticas dispuestas a renunciar a la defensa de derechos fundamentales solo por miedo a recibir reproches. Es esta una de las posiciones más peligrosas que puede adoptar un Gobierno. La prohibición de las manifestaciones feministas del 8M en Madrid -protestas planeadas con responsabilidad, para evitar aglomeraciones- conlleva la asunción de las críticas vertidas por la derecha contra el movimiento feminista y de los datos falsos que atribuyen al 8M del pasado año la causa primera de la pandemia.

Cuando se acepta un postulado de extrema derecha se allana el camino a todo su marco discursivo. Al prohibir las manifestaciones del 8M en Madrid el delegado del Gobierno, José Manuel Franco, estaba dando por bueno el señalamiento contra el movimiento feminista. Ha contado con el beneplácito de su partido, el PSOE, y con la defensa pública de la vicepresidenta, Carmen Calvo.

En este último año se ha permitido en las calles de Madrid multitud de protestas de todo tipo (y los bares se llenan casi a diario). Pero las de las feministas se prohíben por cuestiones “de salud pública”. Tal decisión se adopta en un momento en el que en el espacio público se normaliza cada vez más un mensaje machista, que niega la existencia de la discriminación y la violencia de género y que defiende los privilegios de los hombres sobre las mujeres.

La única forma de combatir a la extrema derecha no es agachar la cabeza frente a sus críticas, sino enfrentar de forma contundente sus mentiras y sus discursos de odio. Es imposible no recordar la tibieza hace unos años del Ayuntamiento de Madrid, cuando ante el ataque de la derecha a la libertad expresión de unos simples titiriteros en una obra de ficción, se reaccionó inicialmente sin condenar el señalamiento y la estigmatización.

Ante el crecimiento y la normalización pública de los discursos de extrema derecha no caben políticas moldeadas a golpe de encuestas, sin los derechos humanos como punto de amarre. Lo explicó muy bien Simone de Beauvoir hace décadas: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.

Estamos, sin duda, en uno de esos momentos. Hacer política no es limitarse a hacer cálculos electoralistas y sin coherencia. Es contribuir a consolidar la convivencia a través de la defensa sólida de los valores democráticos, que garantizan igualdad y derechos a todas las personas que componen una sociedad. Es asumir que el feminismo debe ser un eje transversal en la organización de la política, de la vida.

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